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Mazatlán, 28 de mayo de 1915
Lincoln se adelantó unos pasos cuando observó que golpeaban al profesor. Alicia lo agarró del brazo para impedir que descubrieran su posición.
—¿Estás loco? Si intentas hacer algo, nos descubrirán.
—Pero Alicia, el profesor…
—Tiene razón, no podemos hacer nada —dijo Alma.
Observaron como el resto de los soldados subían a bordo y el barco comenzaba a hacer maniobras para alejarse del muelle.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Alicia—. Nunca podremos adelantarnos a ellos por tierra.
—Tenemos que subir a bordo —dijo Lincoln.
—¡Es imposible! —dijo Alma.
—El barco está virando, podemos saltar a la cubierta inferior, está casi a la altura del puerto —dijo Lincoln saliendo al descubierto y comenzando a correr como un loco. Alicia y Alma lo siguieron remangándose las faldas. Cuando el barco estaba a un metro de distancia, los tres saltaron a la cubierta.
—¿Ahora qué? —le susurró Alicia a Lincoln.
—Intentemos escondernos en alguna bodega hasta que lleguemos a puerto nuevamente —contestó Lincoln reptando por el suelo.
—Mejor allí —dijo Alma señalando una barca salvavidas tapada con una lona verde.
Los tres se arrastraron hasta la barca, Lincoln levantó la lona y se metieron dentro. Había espacio suficiente para los tres, pero Alicia comenzó a pensar que aquello no era buena idea. Ignoraba el tiempo que tardarían en llegar a su destino, pero sin agua ni alimentos no podían durar mucho.
—No tenemos provisiones —dijo Alicia.
—Por la noche saldré a buscar algo de comida y bebida —contestó Lincoln.
El silencio y la oscuridad terminaron por relajarles, las horas de tensión y perseguir al general los tenían exhaustos y no tardaron mucho en quedarse dormidos.