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Londres, 8 de mayo de 1915

Al entrar al despacho, Hércules comprobó con sorpresa que no les esperaba ningún oficial de Scotland Yard. El pequeño habitáculo de paredes de madera y cristal estaba ocupado por una figura autoritaria, de cuello corto, ojos saltones y cara sonriente. El hombre se mantuvo sentado cuando entraron en el despacho y tardó unos segundos en reaccionar, como si sus pensamientos no le dejaran hablar.

—Queridos amigos, muchas gracias por venir con tanta celeridad. El caso es más grave de lo que pensábamos.

—Señor Churchill, es la última persona que esperábamos encontrar aquí —dijo Lincoln sorprendido. Unos meses antes habían coincidido en El Cairo, donde el primer lord del almirantazgo preparaba un ataque contra el Imperio otomano.

—Mis deberes me han traído de nuevo a casa, pero regreso al frente en dos días, estamos en medio de una de las operaciones más importantes de la guerra.

—No sabía que colaboraba con Scotland Yard —dijo Hércules.

—Lo cierto es que Scotland Yard es la que colabora con nosotros. Como sabrán, ayer se hundió un trasatlántico, el Lusitania.

—Algo he leído en los periódicos —dijo Hércules.

—El Lusitania transportaba material militar vital para la continuidad de la guerra en el continente, sospechamos que alguien informó de ello a los alemanes y que por eso hundieron el barco —dijo Churchill.

—¿Un espía? —preguntó Lincoln.

—Me temo que sí, posiblemente en connivencia con otros. Como primer lord del almirantazgo soy el responsable directo de lo sucedido al Lusitania y todos quieren mi cabeza. Tienen veinticuatro horas para averiguar quién o quiénes informaron a los alemanes de lo que llevaba el barco. Les he preparado unos pases para que accedan a cualquier edificio del gobierno como investigadores de la armada.

—Pero ¿por qué nosotros? Imagino que la Armada tiene su propio grupo de contra espionaje —dijo Hércules.

—No puedo fiarme de nadie de dentro —dijo Churchill con tono grave.

—Nosotros creíamos que nos llamaba por el caso del robo en…

—Ese robo es una cosa menor, un viejo códice no pone en peligro la seguridad del Imperio británico, pero una red de espías en el corazón mismo del almirantazgo podría inclinar la balanza a favor de los alemanes.

Hércules hizo un gesto de aprobación y tomó los papeles de la mesa.

—Estimado Churchill, necesitamos algo más para continuar la investigación.

—Usted dirá, Hércules.

—Tiene que hacernos pasar por oficiales de la Armada, nadie confiará en dos extranjeros que investigan el hundimiento del Lusitania.

—Eso está hecho. No lo dude —dijo el primer lord del almirantazgo sonriente.

La profecía de Aztlán
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