27
Londres, 9 de mayo de 1915
Los cuatro hombres llegaron al almacén del puerto; el cielo había tomado tonos rosados y morados. El general Buendía les esperaba nervioso. El prisionero tenía una herida sangrante en la frente y la mirada perdida.
—General, hemos logrado liberar al prisionero antes de que la policía pudiera reaccionar.
—La policía inglesa no está acostumbrada a enfrentarse a militares organizados —comentó el general.
—Le sacamos del edificio en medio de la confusión, después intentaron seguirnos en coche pero logramos esquivar a nuestros perseguidores.
—Tenemos que partir cuanto antes, el barco ya está preparado —dijo el general.
Dos de los tres hombres salieron del almacén y se dirigieron al barco. El general se aproximó al prisionero y comenzó a interrogarle.
—¿Qué le dijiste a esos gringos?
—Nada, general.
—No me creo que en dos días no les contaras nada.
—Así fue. Había tres hombres, uno de ellos negro, el que hablaba español, aunque creo que era norteamericano. Los otros dos eran ingleses, uno delgado y alto, que parecía el jefe, otro más grueso y con bigote.
—Sé quiénes son, estúpido. Todo el mundo les conoce aquí. El detective Sherlock Holmes y el doctor Watson. ¿Insinúas que dos detectives tan importantes no lograron hacerte hablar?
—No les dio tiempo, el interrogatorio había comenzado poco antes de la explosión.
—Será mejor que me digas la verdad —dijo el general en tono amenazante.
El hombre se lo pensó un poco y después, con la cabeza agachada, dijo:
—Lo único que les conté fue la división a la que pertenecía y mi nombre.
El general le miró furioso.
—Suficiente para que nos encuentren en el infierno. Ahora tendré que dejar a alguno de mis hombres aquí para que termine con ellos.
—Lo siento, general.
—¡Lo sientes! ¡Un soldado federal prefiere morir antes de poner en peligro a sus compañeros!
La sala estaba envuelta en penumbra. El general sacó algo de su bolsillo, después se abalanzó sobre el hombre y logró tumbarle encima de una vieja mesa de madera. Introdujo el cuchillo entre las costillas y con un gesto rápido le arrancó el corazón. El hombre lo miró con sorpresa, segundos antes de que su palpitante órgano se parara en la mano ensangrentada del general.