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Estado Mayor, 7 de mayo de 1915
—Nos alegra que haya podido venir tan pronto —dijo el comandante Crichton al primer lord del almirantazgo.
Churchill apenas levantó la cabeza y con un gesto pasó a la sala de reuniones. El resto del gabinete de crisis los esperaba sentado.
—¿Tenemos ya datos fiables? —preguntó Churchill sin más preámbulos.
—Las noticias no pueden ser peores —contestó uno de los oficiales—. Hay mil ciento noventa y ocho pasajeros muertos, de los cuales ciento veinticuatro son norteamericanos, noventa y cuatro niños y treinta y cinco bebés.
—Dios santo —dijo Churchill encendiendo uno de sus puros habanos.
—Hemos logrado salvar a setecientos sesenta y un pasajeros.
—¿Cómo ha sucedido? —preguntó el primer lord del almirantazgo.
—El barco ha sido atacado por un submarino alemán cuando estaba próximo a las costas de Irlanda.
—¡Malditos submarinos alemanes! Esos teutones no tienen la más mínima consideración por la vida humana. ¿Cómo han podido atacar a un barco de pasajeros desarmado? —dijo Churchill mascando el humo del puro.
—Los alemanes advirtieron de que hundirían el Lusitania si se acercaba a las costas inglesas. Alguien debió de informar de que el barco transportaba armas y municiones —dijo el comandante Crichton.
—Si tuviéramos que impedir la circulación de cada barco amenazado por los alemanes ya habríamos perdido esta guerra —refunfuñó Churchill.
—Pero lord, el Lusitania vino sin escolta. ¿Por qué se retiraron los barcos que debían protegerlo hasta Inglaterra? —preguntó uno de los oficiales Churchill miró de reojo al hombre y después se tomó su tiempo para responder.
—Nadie pensó que se atreverían a hundir un barco con tantos norteamericanos. Prácticamente es una declaración de guerra a los Estados Unidos. ¿Qué ha dicho el presidente Wilson?
—Todavía no se ha pronunciado, señor.
—Pues tendrá que hacerlo. No entiendo a qué esperan para meterse en esta maldita guerra —dijo Churchill poniéndose en pie y caminando de un lado para el otro de la sala.