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Londres, 10 de mayo de 1915
Mientras tomaban un frugal desayuno, la cara de Hércules reflejaba inquietud y nerviosismo. Sus ojeras denotaban la noche en vela, sus ojos negros parecían mirar al vacío y no había cruzado palabra con ninguno de sus amigos.
—¿Qué te sucede, Hércules? —preguntó Alicia.
—Nada.
—¿Quién era ese tipo que ha muerto? —dijo Lincoln.
—Un miembro del servicio secreto de la Armada, Joseph Kenworthy —contestó Hércules.
—¿Qué tiene que ver ese Kenworthy con lo que estamos investigando? —preguntó Lincoln.
—Eso es lo más extraño de todo. Dos hechos que no parecían tener relación alguna ahora comienzan a tenerla.
—¿El hundimiento del Lusitania y el robo? —preguntó Alicia.
—En efecto. En Nueva York mueren días antes de la partida del barco dos marineros mexicanos, alguien les extirpa el corazón, en el barco viaja un importante empresario minero inglés que financia a los revolucionarios, en el robo que se produce en el museo, los ladrones son mexicanos y también matan al policía de la misma manera…
—Y ahora lo del miembro del servicio secreto —dijo Alicia.
—¿También ha sido asesinado con el mismo ritual? —dijo Lincoln.
—No sabemos —comentó Lincoln.
—Demasiadas coincidencias —dijo Hércules.
—Pero ¿por qué unos mexicanos iban a hundir un barco británico? Y lo más importante, ¿por qué alguien ordenó que quitaran la escolta al Lusitania? —preguntó Lincoln.
—Eso es lo que más me preocupa. Todo apunta a que fue Churchill el que dio la orden —dijo Hércules.
Alicia y Lincoln miraron sorprendidos a su amigo.
—Por eso no estoy muy conforme con ir a México antes de aclarar este punto. Tengo la sensación de que el primer lord del almirantazgo prefiere que nos marchemos sin hacer más preguntas —dijo Hércules.
—Pero Churchill nos pidió que investigáramos el hundimiento del Lusitania —dijo Lincoln sorprendido.
—Lo que no pensaba era que íbamos a llegar tan pronto a conclusiones que le inculparan —comentó Hércules.
—¿Crees que Churchill permitió que hundieran el barco? —preguntó Alicia.
—Es posible, los ingleses están deseosos que los norteamericanos entren en la guerra, la muerte de varios compatriotas podría acelerar el proceso —dijo Hércules.
—La realidad es que los norteamericanos no parecen dispuestos —dijo Lincoln.
—Además, ¿qué tienen que ver con todo esto los mexicanos? —preguntó Alicia.
—Eso es precisamente lo que no encaja. Los mexicanos son enemigos de los Estados Unidos, pero no creo que atentaran gratuitamente contra un barco con bandera inglesa cargado de pasajeros.
—Entonces, nos quedamos como estábamos —dijo Alicia.
—El presidente Carranza es la clave —dijo Lincoln.
—El debe saber lo que hacían aquí sus hombres y qué conexión tiene todo con el hundimiento del barco —dijo Alicia.
—A propósito de barcos, si no nos apresuramos perderemos el nuestro —dijo Lincoln mirando el reloj.
Los tres tomaron un coche hasta el puerto y subieron a un barco mexicano llamado Trinidad. Unos minutos más tarde, dos hombres con aspecto alemán subieron a la cubierta sin perder de vista a los tres amigos que contemplaban el puerto mientras el barco se alejaba.