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Los Mimbres, 27 de mayo de 1915

El sonido mortecino del tren le había hecho dormir toda la tarde y la noche. Cuando se despertó por la mañana sintió las fuerzas renovadas, por fin podía pensar con claridad. El anciano que había conocido el día anterior era un tipo curioso. Había estado en Madrid unas semanas antes y llevaba un pequeño anillo con el símbolo del jaguar; podía tratarse de una mera coincidencia, pero no dejaba de sorprenderle que su descripción coincidiera con la de la persona de la que había hablado el general Buendía.

Caminó por el estrecho pasillo del tren hasta el vagón comedor. Apenas había mesas ocupadas, la mayor parte de los viajeros se había apeado en Durango y muy pocos continuaban el viaje hacia la costa. La zona del Pacífico mexicano seguía siendo una parte del país despoblada y prácticamente virgen.

Echó un rápido vistazo a las mesas y contempló la figura del anciano desayunando distraído en un extremo del restaurante.

—Buenos días, ¿está libre esta silla? —preguntó Hércules acercándose a la mesa.

—Por favor, siéntese —dijo el anciano.

—Muchas gracias. No me gusta comer solo todos los días, por lo menos charlando se le pasa a uno el viaje más rápido. ¿Va usted hasta Villa Unión? —preguntó Hércules.

—Sí, allí tomaré otro transporte.

—Me han dicho que esa parte del país es realmente hermosa, aunque no está muy poblada.

—Nunca lo ha estado —dijo el anciano.

—Parece ser que es una zona pantanosa similar a los Callos, en Florida —dijo Hércules.

—Nunca he estado en esta zona. Únicamente sé que hay muchos lagos y lagunas.

—Una tierra muy pobre para cultivar —dijo Hércules.

—Hay zonas en México que continúan siendo muy pobres. Perdone que se lo diga, pero los españoles solo favorecieron las zonas de las que se podía extraer el oro fácilmente o que eran muy fértiles para el cultivo.

—Sin duda, sería absurdo negar que los españoles vinimos aquí en busca de oro. Los mexicas eran un pueblo rico, la población de aquí es orgullosa y trabajadora, algunos piensan que en esa zona puede estar la tierra originaria de los mexicanos —dijo Hércules.

—No soy un experto, pero algo he oído.

—Debió de ser un pueblo muy valiente y luchador —dijo Hércules.

—Si no hubiera sido por las tribus que nos traicionaron, México no hubiera caído tan pronto. Los pueblos totonacas fueron los primeros en entregarnos. También los tlaxcaltecas se unieron a los españoles después de varias derrotas. Si no hubiera sido por su ayuda, los hombres de Cortés no hubieran conquistado Tenochtitlán —dijo el anciano.

—Pero ha de reconocer la astucia de Cortés, cómo logró vencer a las fuerzas de Narváez que vinieron a arrestarle por rebeldía al gobernador de Cuba, cómo se repuso de la huida de la ciudad de Tenochtitlán y lo inteligente de su estrategia —dijo Hércules.

—Lo de hacer barcos para atacar la ciudad fue un acierto. Los mexicas controlaban las calzadas y convirtieron la ciudad en un verdadero baluarte, pero también era muy difícil abastecer a una población tan grande, los españoles lograron sitiar la ciudad de una manera efectiva.

—Era la única forma de vencer, los mexicas eran un pueblo muy grande y su ejército era temible.

—Cierto, además muchos antiguos aliados de los mexicas se volvieron contra ellos al contemplar a las fuerzas españolas —dijo el anciano.

—Los mexicas habían sido muy crueles con ellos.

—Los imperios se sustentan en el miedo, no nos engañemos —dijo el anciano.

—Los más fuertes sobreviven.

—A pesar de todo, los mexicas no fueron derrotados por las armas, como ya sabrá.

—¿No?

—Los mexicas fueron derrotados por algo más terrible.

La profecía de Aztlán
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