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La Habana, 16 de mayo de 1915
Cuando Hércules recuperó el conocimiento tuvo la extraña sensación de que el tiempo se había detenido, como si los últimos diecisiete años hubieran sido un sueño y él no se hubiera movido de aquel burdel. Percibió el olor a alcohol y orín de la habitación. Intentó ponerse en pie y recorrer a tientas la sala oscura, pero no pudo. Afinó el oído y escuchó el sonido monótono de las prostitutas gimiendo sin pasión. Sin duda estaba en la Misión. Había hecho bien en garabatear aquella letra para que Lincoln y Alicia la encontraran. En cuanto vio a Hernán supo que iba a tener problemas. Aquel proxeneta tullido y mezquino era incapaz de olvidar una ofensa aunque hubieran pasado tantos años.
Se aproximó a la puerta y la palpó con las manos, parecía demasiado firme para intentar derrumbarla. Después se sentó en unas cajas e intentó idear un plan. En algún momento irían a buscarle y entonces tendría la oportunidad de escapar.
Hernán era el típico producto de una época convulsa. Las guerras de España con los independentistas cubanos habían empujado a muchos hombres a la clandestinidad, algunos con el deseo de luchar por sus ideales y otros con la intención de saltarse la ley. Hernán era de los segundos. Miembro de una familia burguesa importante, se dedicaba a explotar mujeres por el placer de destruir sus vidas. Él había visto con sus propios ojos muchas veces cómo trataba a sus trabajadoras. Durante casi un año había vivido en aquel antro, alcohólico e intentando olvidar la muerte de su novia, degradado del ejercito y apátrida en una tierra que no era la suya.
Mantorella, el padre de Alicia, le había sacado de todo eso al elegirle para investigar el hundimiento del Maine. Ahora debía enfrentarse de nuevo a todos sus fantasmas. La muerte de Helen Hamilton, la periodista que los había ayudado en la investigación, Cuba y su vida anterior. Todo parecía formar parte del pasado, pero se hacía terriblemente presente en aquel apestoso lugar.
Escuchó un murmullo y el sonido de unas llaves que abrían la habitación. Se alejó de la puerta, intentó afinar la vista y esperó su oportunidad.
—Hércules Guzmán Fox, viejo amigo. Después de tanto tiempo nos volvemos a ver, la vida es absolutamente impredecible, ¿no crees? —dijo la voz afeminada de Hernán.
—¿Hernán? ¿Qué quieres de mí?
—Tenemos una deuda pendiente, pero no te preocupes, hoy la podrás saldar de sobra.