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Las puertas de Karak-Dür se cierran.
Durante varios días, desde su llegada a Karak-Dür, Glósur estuvo esperando la llegada de la horda de trasgos que se encontraron antes de tomar el atajo por Hazhad-Uldred. Era consciente de que les habían sacado una considerable ventaja, una jornada más o menos. Ya contaba el noveno día y no había rastro de los trasgos.
Aquel hecho, lejos de tranquilizar al veterano portaestandarte enano, le inquietaba bastante. Estaba completamente seguro de que era imposible perderse por el camino que habían tomado los enemigos, no había cruces y prácticamente discurría casi en línea recta. No se podían demorar tanto. Eso le hacía pensar que, en el mejor de los casos, se habían topado con algún extraño contratiempo que les hubiera impedido llegar hasta Karak-Dür. El otro supuesto era menos halagüeño. Cabía la posibilidad de que estuvieran reclutando más efectivos de camino. No eran unas buenas expectativas.
Para colmo de males, el rey Bain del Clan de los Rocasangre no parecía mejorar. Empeoraba día a día, pero su fortaleza y su orgullo no le dejaban dar el paso definitivo hacia la otra vida. El Gran Rey Dalin sintió una gran conmoción cuando Glósur y el rey Sorian le relataron todo lo acontecido: la masacre en el paso de montaña, el asedio de Éridor, el avance de los trasgos, su aventura en Hazhad-Uldred… Realmente la desgracia parecía haberse fijado en ellos. De inmediato, y dado el delicado estado de salud que presentaba Bain, el Gran Rey Dalin decidió mandar emisarios hacia Kazhad-Kadrín y darle las malas nuevas sobre su padre a Násur. Dado el carácter pasional e impulsivo que caracterizaba a los Rocasangre, Glósur sospechaba que la ausencia de noticias del hijo de Bain se debía a que los portadores de las noticias no llegaron a su destino. Pero prefirió no alertar a ninguno de sus camaradas con sus conjeturas. De momento eran sólo eso.
Estos y otros pensamientos eran los que le ocupaban la mayor parte del tiempo. El resto lo dedicaba a pasear por los muros de Karak-Dür, a charlar con los centinelas, a sondear a Glar, el capitán de la Guardia de la Üorcruw, tratando de saber más sobre la seguridad de la ciudad y los efectivos disponibles. Ni siquiera se detenía para admirar la majestuosidad de la Ciudad de los Enanos, la ciudad más grande de todo el Ered-Durak. La presencia de Glósur era algo habitual en la Puerta del Enano, que permanecía abierta, pese a sus múltiples quejas al respecto.
Uno de los Guardias de la Üorcruw se le acercó con paso marcial y solemne.
- El Gran Rey Dalin reclama tu presencia, Glósur - dijo el guardia.
El veterano enano alzó el mentón y se acarició la canosa barba.
- Llévame ante él.
El Gran Rey Dalin le esperaba en la Sala Primera, sentado en el trono. A la derecha del anciano monarca, se encontraba Sorian, con cierto aire taciturno. El resto de la sala estaba vacía. A Glósur se le antojó mucho más grande de lo que jamás había pensado. Atestada de enanos, la Sala Primera parecía algo más pequeña. Frente al trono había algo que parecía un sepulcro de piedra, sin la tapa puesta. El portaestandarte se temió lo peor.
Casi sin darse cuenta, y en completo silencio, Glósur fue aminorando el paso, tratando de postergar un momento que sabía pasaría tarde o temprano. Tampoco Dalin ni Sorian decían nada. Al fin, Glósur llegó hasta el borde de la tumba, inclinándose con desánimo para ver su interior. Ni siquiera le sacudió la sorpresa o la consternación al ver tendido, como si de una antigua estatua grabada en piedra se tratase, al rey Bain del Clan de los Rocasangre, Señor de Kazhad-Kadrín.
- Ha muerto un rey - la voz apergaminada de Dalin envolvió toda la sala.
Glósur se arrodilló ante el ataúd y golpeó suavemente con su frente tres veces el borde de la tumba, como era costumbre entre los enanos.
- Que tenga más paz en la otra vida que la que tuvo en esta - rogó el veterano mientras se incorporaba con dificultad. Los huesos le pasaban factura después de tantas aventuras.
- Murió mientras dormía - le explicó Sorian, situándose a su lado y contemplando los restos mortales de su camarada. - Al menos tuvo un final reposado.
Final reposado… a Glósur no le pareció que esas fueran las palabras adecuadas. Había combatido hasta el final contra los orcos, había estado padeciendo la agonía que le proporcionaban sus heridas durante todo el trayecto, soportando fiebres, delirios, y quién sabía cuánto dolor. Dolor por verse así: impedido y derrotado. Quizá el final de Bain de Kazhad-Kadrín no había sido tan reposado como otros pudieran pensar. Pero prefirió no hacer comentario alguno. No era el momento.
- Oficiaremos su funeral hoy mismo - informó Dalin desde su trono, - tras el cual declararemos tres días de duelo, en señal de respeto.
- ¿Crees que deberíamos esperar a que Násur llegue? - le preguntó Sorian. - Es su padre. Querrá despedirse de él.
Glósur negó con el gesto.
- Násur hace días que debía haber dado señales de vida. Suponiendo que hubiera encontrado algún contratiempo en su marcha, habría ordenado mandar algún mensaje, y esto no se ha producido. Debemos suponer que los emisarios nunca llegaron a Kazhad-Kadrín, o que el propio Násur ha corrido la misma suerte de su padre.
Las palabras del portaestandarte cayeron como una losa sobre los monarcas.
- ¿Muerto? - Sorian tenía los ojos muy abiertos y le temblaba el mentón.
- Un Rey de Clan ha muerto - Glósur intentó que su voz sonara con determinación, evitando darle más dramatismo a la escena. - Su derrota es de sobra conocida, y a estas alturas ya se debe saber en todos las ciudades enanas. Si Násur no ha acudido, debemos pensar que algo grave sucede por el sur.
Hubo unos instantes donde el tenso silencio arrebató el honor de ser protagonista al difunto rey. Glósur sabía que sus palabras eran duras y arriesgadas, y que quizá el momento era demasiado delicado como para hablar con franqueza. Pero prefería que fuera así. En tiempos difíciles no tenían cabida las frases corteses ni las vanas esperanzas. Era mejor afrontar la realidad así, de golpe y de frente. Eran enanos, al fin y al cabo.
No tardaron en dar la orden de comenzar los preparativos del funeral de Bain, los cuales se iniciaron de forma inmediata. Se convocó a todos los enanos en la Sala Primera, a excepción de los que montaban guardia, para darle el último adiós al noble Rey de los Rocasangre. En la hora del ocaso en el mundo exterior, la Sala del Trono estaba repleta de camaradas que rendían homenaje al caído. Depositaban piedras preciosas, en señal de ofrenda, y entonaban viejos cánticos con sus voces graves, haciendo retumbar las paredes de roca de la gran estancia. Bain reposaba en su tumba de piedra, con su hacha Míthribuld entre las manos cruzadas en el pecho, la barba trenzada y adornada, con el rostro sereno y relajado, igual que si estuviese inmerso en un placentero sueño. Costaba creer que no despertaría pidiendo una jarra helada de cerveza.
El Gran Rey Dalin había bajado del trono, y se situaba en la cabecera de la tumba, con el rey Sorian de los Yunqueternos a la derecha y, en ausencia de Násur, Glósur a su izquierda. Un honor, sin duda, para el portaestandarte de los Barbablancas. Los enanos que presentaban sus respetos al difunto, agachaban la cabeza al parar por delante del Gran Rey de Todos los Clanes. Con ello, Dalin no pretendía robar protagonismo a la ceremonia. Su noble presencia se debía a su situación como Señor de Karak-Dür, un anfitrión en su despedida. También era un acto que remarcaba la nobleza del rey Bain, que le daba más importancia si cabía al hecho de que un gran rey de clan había muerto.
La ceremonia continuó. Los grandes cuernos de piedra, construcciones tan altas y anchas como una atalaya de vigilancia, fueron soplados por los Guardias de la Üorcruw, que iban envueltos en mantos negros, en señal de duelo. La ensordecedora voz ronca y plana de aquellos instrumentos se elevaron por todas las bóvedas, los pasillos, salas y rincones de Karak-Dür, como un lamento doloroso que entonara la misma montaña, acompañando a Bain en su largo viaje sin retorno.
- Era un rey poderoso en vida - musitó Sorian, visiblemente afectado. - Sus padres le recibirán con todos los honores en la otra vida.
Glósur asintió con la cabeza, carraspeando.
Cuando todos se hubieron acercado al sepulcro para rendir homenaje a Bain, el Gran Rey Dalin se subió al podio donde se situaba en trono. Permaneciendo de pie, como una escultura más de los antiguos reyes enanos, dedicó un breve y emotivo discurso al difunto, ponderando las grandes hazañas que había conseguido en vida y agradeciéndole su sacrificio en la dura batalla frente a los orcos y ogros en las lomas del Ered-Durak. Todo el mundo vitoreaba el nombre del señor de Kazhad-Kadrín, y muchas fueron las lágrimas que se vertieron por el. A continuación, y como era costumbre, portearon el féretro hacia una oscura y recóndita cámara, en el Panteón de los Reyes; se cerró con una gran losa y se grabaron en ella las palabras: “Descansa bajo la Roca Bain hijo de Nondin, Señor de Kazhad-Kadrín, del Clan de los Rocasangre”. Para terminar, se ofició un banquete en su honor y se encendieron las cuatro hogueras sagradas, una en cada esquina de la Sala Primera, para que le iluminaran en su largo camino.
Todo aquello no hizo si no conseguir remover más los recuerdos a Glósur. Recordaba cómo vio morir a muchos de sus camaradas, cómo los vio perecer. De pronto se sentía demasiado mayor como para seguir jugando a la guerra. Ahora, más que nunca, empezaba a pensar que serviría de poco. Y también tuvo un momento de recuerdo para Tóbur y Gorin, a los que no consiguió localizar en el campo de batalla. Tan solo esperaba que sus muertes hubieran sido mucho más rápidas y honorables que la del rey Bain.
- Camarada Glósur - la fuerte mano del rey Sorian le dio unas palmaditas de ánimo en la espalda, - no te sientas tan apesadumbrado. Bain ha muerto, y era lo mejor que le podía suceder, dado el sufrimiento que venía padeciendo.
Glósur levantó la vista, admirando la magnificencia de los pilares y las bóvedas que adornaban Karak-Dür. La gloriosa obra de su pueblo…
- No me aflige la pérdida de Bain, rey Sorian - habló con cierto hastío en la voz. - Pero ya he visto demasiada muerte a mi alrededor, demasiadas vidas segadas muy precozmente. Y he vertido mucha sangre, muchísima. Mis fuerzas flaquean y mi ánimo con ellas.
Sorian gruñó sordamente y sujetó con firmeza a Glósur de los hombros.
- Debemos ser fuertes, camarada. ¡Fuertes! Son tiempos difíciles para nuestro pueblo, lo sé, pero no podemos perder la esperanza. Ahora no, o la muerte de los nuestros habrá sido en vano. No nos rendiremos jamás.
Jamás. Era quizá demasiado tiempo. Glósur observó cómo ardía el fuego interior en los ojos de Sorian. Jamás. Resultaba fácil decirlo para un joven rey que aún conservaba el vigor y la energía que él había sentido mucho tiempo atrás. No podía culparle por ello, y tampoco dedicarle palabras de desaliento. Se limitó a esbozar una frágil sonrisa, demasiado marchitada y fingida como para ser creíble.
- Jamás nos rendiremos - repitió mecánicamente, tan solo por contentar al rey de los Yunqueternos.
Entonces fue cuando sonaron los cuernos, pero no los de las ceremonias. Eran los cuernos de guerra. Sorian y Glósur saltaron como resortes y se encaminaron a los pasillos principales, que conducían a la Puerta del Enano. Muchos de sus camaradas empuñaban armas, daban órdenes a voz en grito y se apresuraban hacia la entrada a la ciudad. Algo grave estaba sucediendo o estaba a punto de suceder. Glósur rogó porque no fuera tarde.
Allí estaba Glar, el capitán de la guardia, dando órdenes con voz atronadora a los guerreros enanos. En lo alto de una atalaya estaba el Gran Rey Dalin, mirando al frente, con su adusta figura destacando entre los centinelas allí apostados. Su presencia era la prueba fehaciente de que se avecinaba algo realmente serio.
Mientras Sorian se acercó a varios de sus camaradas Yunqueternos, que parecían prepararse para una batalla inminente, para averiguar qué sucedía, Glósur aprovechó para asomarse por la Puerta del Enano, que aún estaba abierta de par en par. Medio centenar de Guardias de la Üorcruw estaban dispuestos en una larga fila, dispuestos para impedir que nadie atravesara los muros de Karak-Dür. El veterano Barbablanca se abrió paso entre ellos y miró alrededor suyo. Oscuridad tan solo, nada más. Cuando se dio la vuelta para preguntar qué estaba pasando, fue cuando lo escuchó.
Desde las profundidades y la oscuridad de las cavernas, se alcanzaba a oír el sonido potente de unos tambores. Tambores de guerra que representaban a la misma muerte. Los trasgos habían llegado. Se habían retrasado, sí. Pero ya venían.
- Los batidores nos han informado de que nos superan en número - le dijo uno de los guardias a sus espaldas.
- ¿Por cuánto nos superan? - preguntó dubitativo Glósur.
- Tres a uno, camarada Barbablanca.
¡Tres a uno! Totalmente desalentador. Hubiese preferido decir alguna frase de ánimo, pero su cara, desencajada por el horror, le hubiera delatado la mentira. Levantó la mirada, observando con ansiedad las puertas de Karak-Dür. Solo quedaba una opción.
- Que se metan todos dentro de los muros - ordenó apremiante el portaestandarte. - No debemos trabar combate, al menos de momento.
- Pero el Gran Rey ha dicho…
- El Gran Rey no ha sido informado correctamente. ¡Haced lo que os digo!
Los guardias se miraron unos a otros, desconcertados. Nadie se atrevería a revocar una orden del Gran Rey Dalin. Jamás se le ocurriría a ningún enano. Pero algo debieron intuir en la forma de hablar y de mirar de Glósur, que ya entraba en la ciudad gritando:
- ¡Cerrad las puertas! ¡Vamos, no tenemos mucho tiempo! ¡Cerrad las puertas de inmediato!
Al escucharlo, el rey Sorian corrió a su encuentro. Dalin se giró desde la atalaya y miró severamente a Glósur, reconociendo la voz de aquel que osaba desautorizar una orden.
- ¿Son los trasgos, camarada? - le preguntó sofocado el rey de los Yunqueternos.
- Esos y más, me temo. Dicen los batidores que nos superan ampliamente en número.
- ¡Condenaciones! ¿Acaso hicimos algún mal en el pasado, para que nos castigue de esta forma el destino?
Dalin también se acercaba, con su lento caminar y el ceño fruncido. Glósur fue consciente de lo que el terror le había empujado a hacer: Revocar una orden directa del Gran Rey de Todos los Clanes.
- Espero que tengas una buena razón, Glósur de los Barbablancas, para contradecir una orden directa mía - la voz centenaria de Dalin sonó más severa que de costumbre.
Glósur bajó la cabeza en señal de sumisión.
- Mi señor y rey, la situación es mucho más grave de lo que piensas. El enemigo avanza y lo tendremos aquí antes de lo previsto. Ya se ve el destello anaranjado de las antorchas y el sonido de los tambores.
- Eso ya lo sé, Glósur. Mis viejos ojos alcanzan a verlo, de momento.
- Mi señor, nos superan en tres a uno. No podremos resistir. Hay pocos enanos en Karak-Dür como para afrontar una batalla de esta envergadura, y muchos de los guerreros que marcharon con el rey Sorian y conmigo no están en condiciones de luchar. Demasiado cansados algunos y otros demasiado heridos. No podremos con los trasgos.
- Mi señor Dalin - intervino Sorian, apoyando las palabras de Glósur, - no solo avanzan hordas de trasgos. Tienen un troll y un gusano de ghágnar. Lo vimos con nuestros propios ojos. Incluso vimos a su líder, aquel que llaman Urlz.
El sereno semblante de Dalin mostró una mueca de zozobra. Los ojos del Gran Rey se toparon con los de Glósur, que apremiaban a tomar una decisión.
- Las puertas tiene que cerrarse, mi señor.
Dalin volvió a parecer confundido.
- ¿Pero…?- el Gran Rey parecía titubear por primera vez en su longeva vida. - Pero… ¿y si hay supervivientes de otros rincones del Ered-Durak? Se encontraran con la Puerta del Enano cerrada y una hueste de enemigos que…
- Mi señor, insisto - Glósur sentía que se les estaba escapando un tiempo precioso. - No podemos confiar en que haya supervivientes. Los trasgos se han retrasado más de lo que pensábamos, reclutando más tropas, sin duda. Si no ha llegado ningún enano más, debemos suponer que es porque no hay supervivientes. Debemos refugiarnos.
Dalin intentó buscar en Sorian un aliado para evitar tener que aislarse en Karak-Dür, pero el señor de Éridor respaldaba la opinión del viejo Glósur.
- Si nos encerramos, nos asediarán - Dalin se resistía. - Intentarán acceder a la ciudad por algún túnel, algún pasadizo desconocido…
- Pero, al menos habremos ganado algo de tiempo - le interrumpió Glósur, casi rogando con la voz. - Podremos trazar una estrategia, recuperar a algunos guerreros que ahora están cansados o heridos. Mi señor, bien sabes lo que debemos hacer.
El semblante de Dalin se ensombreció. Observó con aire ausente los muros de la Gran Ciudad de los Enanos y la gran entrada, abierta de par en par. Al fin pareció rendirse a la evidencia, ante el alivio de Sorian y Glósur, el cual suspiró profundamente cuando Dalin dijo:
- Que no quede un enano fuera de Karak-Dür. Nos refugiaremos hasta que podamos enfrentarnos a la tormenta que se nos viene encima. Cerrad la Puerta del Enano.