18
Dudas .
Partieron de Cárason justo al alba, las tres órdenes que debían cumplir con el cometido de asegurar la paz y bienestar de Páravon. Los Dragones Rojos marcharon al norte junto con los Osos Negros de Lord Údel, rumbo a Qüénel, la ciudad que lindaba con los misteriosos bosques de Thanan y de Drawlorn, con el fin de frenar el avance de las bestias krull, que se acercaban a los dominios del rey Dúnel. Los Cuervos Errantes de Lord Muras se dirigirían a Búrdelon, la tierra de Lánzolt, donde debían esperar la llegada del Lord Comandante y defender la ciudad de un posible ataque. Pero realmente, lo que más le preocupaba a Lánzolt era que protegieran a su amada Kathline. La añoraba tanto que no conseguía pensar en otra cosa.
Desde que el rey Dúnel y la reina Danéleryn le comunicaran que su orden era la elegida para apoyar a Lord Údel en su posible enfrentamiento contra los krulls, no dejaba de pensar en Kathline y en regresar lo más rápidamente posible a su lado. Poder acariciar esa piel morena, besar esos labios carnosos, perderse entre su pelo negro y navegar en sus oscuros ojos. Era él el que debía partir hacia Búrdelon y no Lord Muras y su orden. Él era el que debía proteger a su amada, y ningún otro podría hacerlo. Estaba seguro.
Los propios reyes salieron a despedir a los caballeros, otorgándoles palabras de aliento y alabanza, pero ambos monarcas se acercaron a Lánzolt, que montaba su grandioso caballo de guerra, para dedicarle alguna atención más.
- Mi buen Lánzolt - dijo Dúnel, con su tono cordial de siempre, - no partas hacia la batalla con desánimo. Pronto regresarás a Búrdelon colmado de gloria, y Kathline se sentirá doblemente orgullosa por tener a su lado a tan grandioso caballero.
Lánzolt miraba a Dúnel desde la altura que le daba su montura, pero no dijo nada. Se limitó a asentir sin más.
- Recuerda que el peligro está en el norte - le dijo Danéleryn, tomándole de la mano. - La mejor forma de protegerla es luchando allí y no dejando que se propague esta amenaza por todo el reino. Búrdelon y Kathline están a salvo y protegidas por Lord Muras. Si has de temer algo, teme que los krulls entren por Qüénel.
Aquellas palabras tenían su lógica. La mejor defensa era un buen ataque. Acabando con las bestias erradicaría el peligro, y por lo tanto pondría a Kathline a salvo. Quizá por eso partía él al norte y no otra orden. Por eso y porque eran los más diestros en combate. La gran Danéleryn… siempre con la palabra idónea. Se notaba que era una gran estudiosa de la cultura y filosofía élfica. Le había casi convencido.
- No habrá piedad para los que osen amenazar la paz de Páravon - sentenció Lánzolt antes de darse la vuelta y comenzar a salir por las puertas de la ciudad.
Antes de separarse el contingente en dos, el Lord Comandante de los Dragones Rojos miró largo rato a Lord Muras, que le devolvió el gesto. No hubo palabras entre ambos, el silencio lo decía todo por los dos. Con gesto serio, Muras indicó a su orden que cabalgaban a Búrdelon, y poco a poco Lánzolt los vio perderse en la lejanía. Solo esperaba que Muras no le fallara, porque él no lo haría.
La marcha hasta Qüénel les llevaría dos días de viaje, de modo que planearon avanzar más rápido en el primer día y dejarse el trayecto más corto para el segundo. En ese primer día, Lánzolt apenas habló con nadie. Siempre acompañado de sus fieles Párcel y Bourthas, que no lo dejaban solo. Al menos se sintió reconfortado por la presencia amiga de los dos caballeros. Solo Lord Údel de los Osos Negros se acercó a mitad de la jornada para conversar un poco con él. Era un hombre de mirada fiera y gruesas patillas que le recorrían hasta la comisura de los labios. Un tipo imponente, sin duda.
- No he tenido la oportunidad de agradecerte la ayuda en estos duros momentos, Lord Lánzolt - inició Údel, que se puso a marchar a su diestra.
- No hay nada que agradecer - contestó casi automáticamente Lánzolt. - Las órdenes de nuestro rey Dúnel siempre han de verse cumplidas.
- ¿He de entender que esto lo haces por tu honor de caballero?
- Lo hago por Páravon. Mis deseos no tienen cabida en este momento.
- Entiendo - contestó Údel mientras se acariciaba el mentón con una mano enguantada. - De todas formas, gracias por la ayuda que vais a prestar.
Aquello tampoco consolaba a Lánzolt, que no apartaba sus pensamientos de Búrdelon. Deseaba que Muras y los Cuervos Errantes llegaran prestos para defender su ciudad si era menester, aunque para ello tuvieran que sacrificar a sus propias monturas. Mas sabía que eso no sería así. Para un caballero, su corcel era parte de él, casi un símbolo sagrado de su valentía y el reconocimiento a su valor y dedicación para con la orden, los reyes y Páravon. Lord Muras llegaría a Búrdelon a la par que él a Qüénel.
Cuando la noche cayó y detuvieron la marcha, Lánzolt se ocultó en su tienda de campaña, para estar a solas con sus pensamientos y recuerdos. Kathline… ¿Qué pensaría cuando viese que era Muras y no él el que regresaba al castillo? Se sentiría decepcionada, o quizá algo peor. Ahora le preocupaba más que ella comprendiera el compromiso que tenía con Dúnel y Danéleryn, y que le perdonara por hacer honor a sus votos de caballero. No soportaría que lo abandonara. Aunque era más que seguro que Muras le hiciera comprender la necesidad de su partida al norte, incluso la propia Danéleryn intervendría si Lánzolt se lo pidiera. Kathline, espérame… Eso era todo cuanto conseguía pensar.
La marcha se reanudó cuando el sol comenzó a asomar por el horizonte, de forma ordenada y marcial. Ya habían recorrido una larga distancia y les quedaba bastante menos de la mitad para llegar a Qüénel, seguramente alcanzarían a ver la ciudad a mediodía. Podrían descansar y comer copiosamente antes de preparar el ataque contra los krulls.
- Lo cierto - comenzó Bourthas a decir, - es que no os mentiré si os digo que no me apena no regresar a Búrdelon.
Lánzolt y Párcel se volvieron hacia el portaestandarte, que sonreía de esa forma escalofriante habitual suya.
- ¿Y por qué, si puede saberse? - preguntó extrañado Párcel.
- Por la acción, mi querido amigo - los ojos de Bourthas brillaban con un atisbo de locura en ellos. - Ya me estaba aburriendo de tanta tranquilidad y anhelaba el poder poner a bailar a mis espadas.
- Pues por lo que tengo entendido, disfrutarás con esta tarea que nos han encomendado - apuntó Párcel sonriendo. - He escuchado que los krulls que avanzan hacia Qüénel son tantos que jamás se vio rebaño alguno igual en toda la historia de Páravon.
- Excelente, pues - rió Bourthas. - Cuantos más sean, más durará la diversión.
- Me alegro de que disfrutes marchando a la batalla - intervino con gesto serio Lánzolt, - pero la contienda debe ser rápida y eficaz. No habrá momentos para el recreo personal. Quiero aplastar a los krulls y regresar a Búrdelon con la mayor presteza posible. Cuando hayamos mermado el número de nuestros adversarios y estimemos que los Osos Negros pueden arreglárselas solos, volveremos a casa.
Bourthas borró su sonrisa de loco y asintió. La palabra del Lord Comandante no se discutía nunca.
- Y si es tan importante el motivo que os impulsa a volver - otra voz desconocida intervino en la conversación, - ¿por qué lo demoráis por una batalla?
Los tres caballeros se giraron hacia atrás para localizar al dueño de esas palabras. Justo a su zaga, un anciano vestido con una túnica negra trotaba en un rocín hasta ponerse a la altura de Lánzolt. Junto a él también avanzaba un extraño personaje encapuchado, muy alto, que tras los negros y raídos ropajes portaba una oscura armadura y una espada. O al menos eso se intuía.
- ¿Quién eres y como osas abordar de esa manera al Lord Comandante? - Párcel se situó entre el anciano y su escolta y Lánzolt.
- ¡Oh! No creo que un viejo como yo pueda suponer una amenaza para tan gallardo guerrero - dijo el anciano de descuidados y largos cabellos y barba cana.
- ¿Y qué me decís de vuestro amigo, el hombre sin rostro? - intervino Bourthas, echando mano a los pomos de sus espadas, que llevaba siempre a la espalda. El encapuchado no se dio por aludido, ni siquiera hizo un gesto que demostrara indignación ante ese comentario.
- Él solo es mi protector, mi escolta personal si lo preferís - apuntó el anciano, que portaba en una mano un retorcido báculo de madera negra. - No debéis preocuparos por él.
- Aún no habéis dicho vuestro nombre - habló Lánzolt con severidad.
- ¡Vaya, qué enojoso! Espero que sepáis disculparme por este pequeño descuido. Mi nombre es Kéller. Llevo varios años asentado en Páravon, estudiando las costumbres e historia de vuestro pueblo. Y él es Márdek, de Olath.
- ¡Olath! - Párcel se sobrecogió al escuchar ese nombre. - Nada bueno viene de esas tierras malditas.
El anciano se echó a reír, mientras el encapuchado seguía sin pronunciar palabra.
- No todo es malo en Olath, os lo aseguro - dijo el viejo que se hacía llamar Kéller. - También he viajado por esos lugares y estudiado sus misterios. No debe preocuparos Olath y lo que le rodea, de momento.
- Creo saber quién eres -señaló Lánzolt que no quitaba ojo a Kéller ni a su acompañante. - Oí hablar de ti al rey Dúnel hace tiempo. Dijo que un mago perteneciente a los Täiruinen deambularía por Páravon para instruirse en nuestro pueblo.
- Entonces veo que no soy un desconocido - sonrió amablemente el anciano.
- No tienes pinta de mago, vejestorio - soltó Bourthas sin apartar la vista del encapuchado. - Más bien parecéis un mendigo, un pordiosero.
- Cierra la boca, Bourthas - ordenó Lánzolt, que se puso al lado del mago. - Disculpad a mi portaestandarte, no es nuestra intención ofenderos.
- No existe ofensa alguna, Lord Lánzolt - contestó cordialmente Kéller. - Para nosotros es un alto honor compartir camino con tan grandes caballeros.
- El honor es mutuo. Pero decidme, ¿hacia dónde vais?
- Realmente no sabría deciros, mi señor. Escuchamos que corrían rumores sobre un inminente ataque krull a la ciudad de Qüénel y se nos ocurrió que podría ser interesante ser testigos de un suceso tan poco habitual, para dar luego testimonio de ello.
- No hay mucho que contar ni que observar en una contienda, mago - Lánzolt se sentía ahora más cómodo con el anciano. - Todo es caos y angustia, no hay nada más que contar.
- Con el debido respeto, mi señor, yo creo que no es así - Kéller acariciaba de cuando en cuando su báculo, como si de un gatito se tratase. - Hay muchas historias que se ocultan tras la batalla. Miles de vidas que podrían enseñarnos algo de su experiencia y de los motivos que les empujaron a ello. De todo se aprende, Lord Comandante.
- Un mago que ha viajado por tantos lugares de la Tierra Antigua seguro que ha aprendido muchas cosas.
- Más de las que os podríais imaginar.
- Muy interesante. Estaré encantado de escucharlas con calma.
- Y yo muy honrado de que os despierte ese interés. Pero ahora me interesa más vuestra historia, Lord Comandante.
Lánzolt se extrañó ante el comentario de Kéller, que le miraba con sus ojos oscuros.
- ¿Mi historia? - repitió un tanto perplejo.
- Sí, mi señor - asintió el viejo. - O los motivos que os impulsan a cabalgar hacia la contienda. Tengo entendido que sois el señor y guardián de Búrdelon. ¿Por qué estáis marchando tan lejos de vuestro hogar?
Aquella pregunta le removió las entrañas a Lánzolt. Kathline… Aún sentía el aroma de su piel en él…
- El peligro está en el norte, mago - dijo el Lord Comandante. - Mi ciudad estará a salvo cuando acabemos con los krulls.
- Y algo tendrán que ver vuestros votos de caballero también, ¿o me equivoco?
- Mi deber es para con mi rey y mi pueblo. Así lo juré.
- Digno caballero del Dragón Rojo, sin duda. Habéis valorado la situación y decidido seguir este camino.
- Os repito que mis deseos no tienen nada que ver con esto. Me limito a hacer aquello que mis señores Dúnel y Danéleryn creen conveniente para Páravon.
- ¿De modo que deseáis regresar a vuestro hogar? ¿Os enfrentaréis a los krulls por el designio de vuestros monarcas?
Aquello empezaba a incomodar a Lánzolt, que paró en secó su caballo de guerra y miró con desconfianza al viejo Kéller.
- ¿A dónde queréis llegar con esto, mago? - le espetó bruscamente el Lord Comandante, a lo que el mago inclinó sumisamente la cabeza.
- No pretendía ofenderos, mi señor Lánzolt - dijo conciliadoramente Kéller. - Tan solo quería conocer la historia que hay detrás de la batalla.
Las palabras del mago lograron calmar los ánimos del Caballero Dragón Rojo, que volvió a trotar al lado de él.
- Esa historia que queréis saber está ligada con esta batalla. Por eso parto hacia norte también.
Kéller asintió mientras miraba de soslayo al encapuchado que seguía sin pronunciar palabra.
- Entiendo - dijo al fin el mago. - La mejor forma de salvaguardar vuestro pueblo es plantando cara al peligro en su mismo terreno. ¿Por qué demorar una contienda si ésta es inminente?
- Justamente, mago.
- Pero el peligro es como un árbol que crece salvaje en mitad de un bosque… Tiene muchas ramificaciones. Es un error por parte de los hombres suponer de dónde viene el mismo y hacia dónde se dirige.
Esa frase resultó ser más fría, dura y real que cualquier acero. Lánzolt experimentó una sensación de intranquilidad que nunca había sentido. El mago parecía estar en lo cierto. ¿Y si el peligro no venía del norte directamente como creían los elfos y sus reyes? ¿Acaso Dúnel y Danéleryn no podían equivocarse? ¿Realmente los krulls eran tan peligrosos, o era una estratagema para entretenerlos mientras avanzaba algo mucho más temible?
- ¿Qué queréis decir? - preguntó con cierto titubeo Lánzolt.
- Nada realmente, mi señor - Kéller hizo un ademán con la mano, como quitando importancia a su comentario. - Un anciano como yo poco entiende de guerras.
- No intentes ser modesto con nosotros, mago - intervino Párcel que marchaba justo detrás del viejo. - Yo creo que sabes mucho más de lo que quieres aparentar.
Kéller sonrió burlonamente mientras corregía con las riendas a su flaca montura.
- Ya os dije que he viajado mucho y conocido algunos de los grandes secretos de este mundo. Quizá tenga cierto conocimiento, pero eso no me otorga sabiduría.
- Hablas con enigmas, viejo - rió Bourthas, que miraba a Kéller y a su escolta con cierta prepotencia.
- Ningún enigma, caballero - apuntó él mago sin volverse hacia el portaestandarte. - Es sencillo de descifrar lo que opino: Que la prepotencia del que cree tener razón es la causa misma de sus errores. Lo evidente muchas veces no es más que un espejismo.
Realmente Kéller tenía razón. Estaban suponiendo mucho con respecto a los krulls y a todo lo que les rodeaba. Se les estaba prestando mucha atención y, hasta los elfos lo decían, el peligro real era otro. ¿Y si partían hacia algo intrascendente mientras lo verdaderamente grave ocurría en otro lado?
- Es una medida preventiva - dijo Lánzolt, como intentando autoconvencerse. - Aunque esto sea algo insignificante en comparación con lo que se pueda avecinar, es conveniente intervenir.
- Ciertamente, sin duda, mi señor - asintió Kéller mesándose la descuidada y larga barba. - Pero yo veo algo exagerado mandar dos órdenes de caballería completas para repeler una incursión krull. Vuestra ciudad puede quedar desprotegida.
La intranquilidad crecía en Lánzolt, no conseguía controlarla.
- Búrdelon no está desprotegida - intervino Párcel, al ver a su señor visiblemente turbado. - La Orden del Cuervo Errante de Lord Muras salvaguardará la armonía de nuestra tierra hasta nuestro regreso.
- Muy curioso… - reflexionó Kéller con aire pensativo. - ¿No sería más sencillo que fuerais vosotros los que cuidaseis de vuestras propias gentes en lugar de mandar a extraños? ¿Por qué enviar a vuestra orden a la batalla?
- Porque somos los mejores - rió Bourthas.
Todos los que escucharon ese comentario también rieron. Pero Lánzolt permanecía con el semblante serio y pensativo. No estaba para chanzas en ese momento.
- Muy ingenioso y acertado tu comentario, caballero - volvió a intervenir Kéller que también sonreía. - Pero creo que tanta pericia y estrategia militar para derrotar a unos krulls, puede que sea algo exagerado. Y no creo que pretendáis decirme que los llamados Cuervos Errantes son guerreros de talla menor a la vuestra. ¿O tal vez sí?
- Lord Muras y su orden son consumados combatientes - soltó Párcel, visiblemente molesto ante tanta dialéctica del viejo mago. - Su pericia y su valor en la batalla nadie las pone en duda, y defenderán Búrdelon tan bien como lo haríamos nosotros en caso de necesidad.
- Pero decidme, ¿conocen ellos el terreno tan bien como vosotros?
Hubo un momento de silencio, muy incómodo, donde nadie se atrevió a decir nada. ¿Habría contado con eso Dúnel al tomar esa decisión? No solo la vida de todos los habitantes de Búrdelon estaba en juego… También estaba Kathline…
- No pongo en duda ni el valor ni las aptitudes de la orden de Lord Muras - continuó Kéller como si no hubiera dicho nada importante. - Pero si el conocimiento de lo que nos rodea es limitado…
- Lord Muras está completamente capacitado para repeler el peligro - sentenció Lánzolt.
- Pero el peligro sabe donde golpear, no lo subestimemos. Siempre ataca donde más nos duele - apuntó el mago.
En ese momento, y sin saber por qué, a Lánzolt se le vino a la cabeza Kathline. ¿Estaba realmente a salvo? ¡Tonterías! ¡No debía dudar más!
- El peligro viene del norte, encarnado en los krulls - espetó a Kéller con cierto desdén. - Además, ¿no decíais que no había nada que temer en Olath?
Kéller esbozó una sonrisa que inquietaba bastante.
- También dije que de momento…