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La dura decisión de Élennen.

 

 

   - ¡Se aproxima alguien por la senda de las montañas! - la voz del centinela apostado en los muros de la Puerta del Dragón de Válindel se elevó por encima de los edificios y de los árboles.

   Célestor, que tras la noticia de la invasión de las tropas de Mathrenduil no cesaba de pasear por los muros de la ciudad junto con sus tropas, subió de tres en tres las escaleras que subían hasta el puesto de vigilancia.

   - Allí, mi señor - dijo el centinela, señalando con el dedo al noroeste. - No es un grupo numeroso, pero vienen siguiendo el camino de la montaña.

   El paladín atelden se inclinó hacia delante en la cornisa de la atalaya y forzó su aguda visión. Aunque estaban aún lejos, consiguió distinguir las figuras que formaban el grupo.

   - Es Celdan - dijo casi sin oírse. - Que abran las puertas y que la caballería los escolte hasta que estén dentro de Válindel.

   Los elfos obedecieron a su señor de forma inmediata y ordenada. Cuando Célestor bajó de las murallas, ya habían abierto las grandes puertas que custodiaban la entrada norte a Válindel, y los jinetes atelden cabalgaban velozmente al recibimiento sus hermanos viajeros.

   Desde la partida de su señor Thil Ganir hacia Undraeth, en busca de los legendarios cuernos de dragón, y desde que sabía que los varelden estaban mancillando su tierra sin él poder hacer nada, las cosas en la capital de Asuryon no parecían dar muestras de optimismo. Algunos hablaban de pérdida total de esperanza, otros decían que la profecía había errado. Pero todo el mundo parecía coincidir en que el mundo que conocían cambiaría, y no para mejor.

   Incluso hacía ya varios días que Élennen, siempre atenta y solícita con él, parecía esquiva, sumergida día y noche en sus propios pensamientos. Hubo una noche que pasó por delante de la puerta de sus dependencias y la escuchó despertarse sobresaltada. Célestor tuvo la tentación de entrar y abrazarla fuertemente contra su pecho, acariciar su dorada melena y aspirar el dulce y embriagador aroma de su piel. Pero no lo hizo. Quizá le hubiera importunado. Hubo una época que habría asegurado saber qué era lo que inquietaba a Élennen, qué pensaba y qué sentía. Ahora no se hubiera atrevido. Una distancia invisible les comenzaba a separar de forma implacable. Quizá fuera mejor así.

   La caballería penetró de nuevo en Válindel, levantando una pequeña polvareda, y tras ellos marchaban Celdan, los videntes de Nión, los Primeras Espadas y, para horror y sorpresa de Célestor, un malherido Elebrian que parecía debatirse entre la vida y la muerte. El paladín se acercó presuroso hacia el herido, que comenzaban a depositarlo en el suelo con cuidado. Un escalofrío sacudió a Célestor al ver al bravo capitán de los Primeras Espadas. Tenía una venda que le cubría los ojos enrollada, manchada de sangre seca. También su cuerpo presentaba signos de violencia. Se le hizo un nudo en el estómago.

   - Mathrenduil - dijo Celdan, acercándose, con una voz que revelaba lo hastiado y dolido que se sentía. - No pudieron hacer nada.

   - ¿Hubo supervivientes? - preguntó con un hilo de voz el paladín, tocando la frente de Elebrian que parecía arder.

   - No regresó ninguno de la playa norte - sentenció el valido de los videntes.

   ¡Vil y cruel canalla! Aquella atrocidad no debía caer en el olvido. La muerte debió haber sido la recompensa para un noble guerrero como era Elebrian, no aquella muerte en vida a la que Mathrenduil le había condenado. Si el Primer Espada sobrevivía, tendría que soportar la carga durante la eternidad de saber que, el mayor enemigo de los altos elfos, le había perdonado miserablemente la vida.

   - Célestor, no tenemos mucho tiempo - le apremió el valido. - Debo ver inmediatamente a la reina. Debemos salvar a Elebrian.

   El paladín se sorprendió a sí mismo derramando frías lágrimas por su compañero caído.

   - ¿Acaso crees que la vida le servirá de consuelo? - musitó Célestor sin apartar la mirada del mutilado cuerpo de Elebrian.

   - ¿Y acaso no crees que es peor dejarlo vagar durante una eternidad entre el delgado hilo que separa la vida y la muerte? - refutó Celdan con gravedad. - No seas tan ligero adjudicando juicios que ni el destino ha tenido a bien concedernos. La suerte de Elebrian va más allá de los deseos que otros tengamos, y quizá su papel en esta obra no haya acabado.

   Como siempre, las palabras del vidente eran ambiguas y difíciles de interpretar. Pero su sabiduría era incuestionable, y obviamente siempre obraría por el bien del pobre Elebrian.

   Célestor dio la orden de buscar a Élennen e informarla de que la esperaban en las cámaras de meditación. A continuación, levantaron a Elebrian y lo llevaron hacia las cámaras, con Celdan a la cabeza.

   La situación empeoraba por momentos. Las tropas de Mathrenduil avanzaban victoriosas, dejando tras de sí una estela de valientes héroes caídos, Nión había sido tomada (como revelaba la presencia de Celdan y los videntes allí). Se acercaban inexorablemente a Válindel. Pronto tendría que tomar ciertas decisiones que hubiera preferido no tener que hacer.

   Las cámaras de meditación eran recintos abovedados, aislados del exterior, donde solían retirarse algunos de los sabios de Válindel para abstraerse de todo cuanto les rodeaba y reflexionar acerca de cuestiones, estudios y premoniciones muy diversas. La propia Élennen se había retirado allí en más de una ocasión. Normal, dadas las visiones de difícil interpretación que a veces la asaltaban. Las vidrieras, de tamaño grandioso y magnífica ornamentación, transformaban la luz del sol en una cascada de colores que se acentuaban con el inmaculado mármol blanco que conformaban las estancias. Las cámaras eran circulares, y alrededor de las mismas, había varios asientos en forma de cilindro y acolchados, sin respaldo ni patas, de color turquesa.

   Juntaron varios asientos y depositaron en ellos el maltrecho cuerpo de Elebrian, que sudaba abundantemente por la frente. Todos se retiraron, a excepción de Celdan y Célestor, que permanecían sentados al lado del herido, que parecía sumergirse cada vez más en las sombras, condenado a vagar entre el sueño eterno y la realidad. Célestor se apiadó de él. Tan espléndido guerrero no merecía un destino así.

   De pronto, las puertas del recinto se abrieron de par en par, como si una violenta ráfaga de viento hubiera irrumpido en el lugar. Tras el umbral, apareció la bella y etérea figura de la reina Élennen. Cuando Célestor la vio, después de varios días sin hacerlo, sintió como si el estómago se le diera la vuelta. Era tan bella, tan frágil… Como un copo de nieve ante la fría mañana donde de nuevo aparece el sol. No hubo palabras, tan solo se precipitó hacia Celdan, que se levantaba para saludarla protocolariamente. Ella le asió las manos.

   - Celdan - su voz, compungida, tenía cierto toque de ansiedad, - ¿qué ha sucedido? ¿Qué le ha pasado a Elebrian? ¿Y Nión, ha caído?

   - Tuvimos que abandonarlo, mi señora. Pero no os preocupéis - añadió al ver el gesto apesadumbrado de Élennen. - Nuestro éxodo de la Torre de Nión se debe más a un método de defensa ante una más que posible destrucción de la misma. Al no encontrar resistencia, dudo mucho que los varelden osen destruirla. Además, no podía ocuparme de Elebrian yo solo. Os necesito.

   La Reina Imperecedera se acercó con paso vacilante hacia el yacente capitán, sin dirigir ni una sola mirada a Célestor, arrodillado al lado del herido. El gesto no le pasó inadvertido al paladín, que se sintió tan insignificante como un insecto.

   Élennen le puso las manos en el rostro a Elebrian y acarició su frente con dulzura, llevándose entre sus dedos las perlas de sudor.

   - Arde - confirmó Élennen. - Su alma está en llamas.

   Celdan se arrodilló a su lado, ante la mirada incrédula de Célestor. Por un momento se preguntaba si su presencia realmente aportaba algo, o si tan solo era un figurante más. En cualquier caso, Elebrian era el capitán de los Primeros Espadas, era su compañero y camarada. No se alejaría de su lado en tan duro trance.

   - Debemos traerlo de vuelta, mi señora - la apremió Celdan, cogiendo del hombro a Élennen y atrayendo su atención. - No podemos permitir que permanezca en este estado. Debemos acabar con su condena.

   - Quizá acabar con su condena sea clavarle una espada en el pecho - intervino Célestor, intentando mantener el semblante sereno y la voz templada. - Darle una muerte digna de un guerrero, y no traerle de vuelta en esta forma mutilada. Quizá sea cruel por nuestra parte.

   Los azules ojos de la reina se clavaron de improvisto en los de Célestor. Había cierto reproche en su mirar.

   - No puedes estar hablando en serio - pronunció cada palabra como si le dolieran.

   - Yo lo preferiría.

   - Pero tú no eres Elebrian, no puedes decidir quitarle la vida por él.

   - No decido quitarle la vida, más bien liberarlo de un tormento. Elebrian es un gran guerrero, y no quisiera verle condenado a una vida en la que no pueda empuñar una espada.

   - Yo no empuño ninguna espada - intervino con gesto circunspecto Celdan. - Y no por ello creo que mi papel en esta historia haya de ser menor que el de un soldado. Elebrian aún tiene deberes que cumplir, y tan solo el propio destino es quien debe decidir. Pero esto ya lo hemos hablado hace un instante, Célestor el Invicto, de modo que entiendo que ha quedado claro.

   Célestor se sintió avergonzado. Tanto el valido como la reina le estaban reprendiendo como si de un jovencito al hacer una travesura se tratase. Bajó la mirada, rendido ante la evidencia de que sus palabras caerían en saco roto.

   - No debemos perder más tiempo, o no lo recuperaremos - apremió Celdan a Élennen. - Uno de los dos debe apoyar ambas manos en su pecho, el otro deberá derramar el líquido que contiene esta pequeña ampolla por su garganta - sacó un recipiente delgado y alargado, del tamaño de un dedo índice, del interior de su túnica.

   - ¿Qué sucederá? - preguntó la reina, acariciando el rostro de Elebrian.

   El rostro del valido se ensombreció de repente. Aquel gesto preocupó a Célestor.

   - Cabe la posibilidad de que parte de la vida de los Primeros Nacidos abandone en parte a quien esté dispuesto a hacer el sacrificio - explicó Celdan, carraspeando nerviosamente. - Para salvar a Elebrian debemos desprendernos de parte del don que nos ha sido otorgado. Esa parte quedará vinculada al destino del mal que ha llevado a nuestro valiente capitán a tal trance.

   - ¿Quieres decir que cuanto más se propague en mal por la Tierra Antigua, más menguará la vida de quien decida salvar a Elebrian? - para Célestor aquello era una locura.

   El valido asintió y hubo unos instantes de zozobra, donde el propio silencio sacudía de un lado a otro los pensamientos de los presentes. Morir… Morir como los hombres. Ir perdiendo la vida como un árbol pierde sus hojas en otoño. Célestor lo vio claro.

   - Está bien - dijo el paladín con convicción. - Yo lo haré. Derramad la ampolla, yo me someteré.

   Élennen le miró ansiosa. Sentía la conmoción que sus palabras la habían causado. Pero él no quería seguir así. No podía soportar más estar cerca de ella y no poder amarla. Era demasiado, y la muerte supondría un dulce descanso.

   - Imposible - sentenció de pronto Celdan, negando con la cabeza. - Tú no dispones de las artes necesarias para ello. Pero el gesto te honra, Célestor.

   - En tal caso, seré yo quien lo haga - aquellas palabras contenían toda la convicción posible, y salieron de los labios de Élennen. ¡Qué duró le resultó a Célestor tener que escuchar esto!

   - No - alcanzó a decir el paladín, con un hilo de voz.

   - Es necesario, y alguien debe hacerlo.

   - Mi señora, quizá no sea lo que más necesita vuestro pueblo de vos - Celdan intervino para hacer reflexionar a Élennen, en cuyos ojos se podía adivinar la determinación que había tomado. - No tenemos garantías de poder salir victoriosos en esta guerra. Y, aunque así fuera, nadie podría asegurar de cuánto tiempo se dispone antes de morir.

   - He tomado mi decisión, Celdan.

   - ¿Y así es como piensas que podrás servir a los tuyos? - Célestor no pudo disimular la angustia y el desasosiego que experimentaba. - Los atelden nos quedaremos huérfanos de nuestros soberanos. No puedes someterte de esta forma.

    Élennen miró con dulzura al paladín, una mirada que a Célestor le dolía. Estaba claro que nadie haría cambiar de decisión a Élennen. La decisión estaba tomada y no había vuelta atrás.

   - Sí, creo que es la mejor forma de servir a los míos - sentenció apesadumbrada Élennen. - Su rey a partido en busca de lo desconocido, sus videntes han abandonado la Torre de Nión para salvaguardar sus secretos, incluso Elebrian corrió hacia una derrota segura tan solo por honrar a nuestro pueblo, Célestor. No podemos prescindir de bravos guerreros en tiempos de guerra, y tampoco puedo permitir que Celdan ocupe mi lugar en este cometido. Aún no sabemos qué significado oculta, y necesitaremos de sabios como él si queremos arrojar algo de luz a estas tinieblas que se ciernen sobre toda la Tierra Antigua. Sé lo que debo hacer. Es mi voluntad.

   Todo estaba dicho. Célestor no se atrevió a pronunciar palabra alguna mientras se retiraba unos metros de ellos, con la mirada fija en Élennen, su reina y su único amor. No se imaginaba una vida sin ella, sin aquella que nació fruto del amor de dos reyes. ¿Aquel era su destino? Resultaba demasiado despiadado.

   Celdan agarró con suavidad las muñecas de la reina, y puso sus manos sobre el pecho del febril Elebrian.

   - Sabéis lo que tenéis que decir - dijo el valido en tono ceremonioso. - Repetid las palabras conmigo mientras derramo la ampolla. No temáis, mi señora. Aunque la vida inmortal os abandone, tened esperanzas en que el sol vuelva a brillar. Mientras estéis en Asuryon, vuestra vida se escapará más lentamente que en cualquier otro lugar. Con eso ganaremos algo de tiempo.

   Con los ojos brillantes, Élennen asintió. Le dedicó una última mirada a Célestor, llena de ternura y amor, antes de cerrar los ojos y murmurar, a la par de Celdan, algún extraño conjuro que el paladín no llegaba a entender.

   El valido de los videntes abrió la boca de Elebrian y, muy despacio, comenzó a dejar caer en ella el líquido rosado que contenía la pequeña ampolla. Cuando se hubo vaciado, rápidamente le cerró las mandíbulas y echó su cuello para atrás, forzándolo a que tragara. Al momento, una extraña luz blanquecina brotó de las manos de Élennen y del pecho de Elebrian, cegando por unos momentos a Célestor, testigo desconcertado de todo aquello. Los cánticos de la reina y el vidente se elevaron hasta las cúpulas de las salas, hasta que, y como si de un resucitado se tratase, Elebrian exhaló un suspiro que congeló la sangre de los presentes. La luz blanca se fue extinguiendo. Élennen abrió los ojos, aturdida y jadeante, y cayó encima del pecho del capitán de los Primeros Espadas.

   - ¡Élennen! - gritó Célestor, precipitándose en su ayuda y sujetándola entre sus brazos.

   Ella abrió los ojos. Parecía extremadamente exhausta.

   - Creo… - balbuceó entre susurros. - Creo que… lo hemos… conseguido.

   Los esfuerzos que tenía que hacer el valeroso paladín por no llorar eran mucho más duros que el propio fragor de una batalla.

   - Sí, mi señora - el júbilo de Celdan se hizo patente mientras examinaba al agitado Elebrian. - Lo habéis conseguido.

   - No… No veo nada… - soltó de pronto con voz débil Elebrian. Célestor celebró volver a escuchar la voz de su hermano de armas.

   - Tranquilo, Elebrian, - intentó calmarle Celdan. - Estoy contigo. Ahora no debes temer nada.

   - Lúgubres han sido mis últimos sueños. Mathrenduil… Mathrenduil me ha dejado ciego…

   Célestor intercambió una mirada de pesadumbre con Celdan. Pese a todo, sería una condena para él.

   - Habrá tiempo para explicaciones, Elebrian - la voz de Celdan sonaba mucho más convincente de lo que sus ojos delataban. - Ahora tan solo debes pensar en descansar y recuperarte.

   Mientras Célestor observaba al capitán de los Primeros Espadas y al valido, Élennen se incorporó de sus brazos, aunque permaneció sentada en el suelo. Se miró con atención las delicadas manos, mientras movía suavemente los dedos.

   - Tengo las manos frías - la voz le temblaba.

   A Celdan se le ensombreció el rostro.

   - Es el precio acordado que requería el sacrificio - explicó. - La vida de los Primeros Nacidos te abandona.

   Nunca una frase le resultó a Célestor tan fulminante. La vida de su amada Élennen se marchitaba como si fuera una simple mortal. Aquello era una vil pesadilla. ¡No podía ser real!

   - ¿De cuánto tiempo dispongo? - Élennen dijo aquello con una naturalidad que daba escalofríos.

   Celdan meneó la cabeza.

   - Es difícil de precisar, mi señora. Puede que unos días, que unos meses o varios años. Cuanto más se propague el mal por la Tierra Antigua, menos tiempo tendréis. Aunque, como ya os he mencionado antes, la magia de Asuryon os protegerá. Ahora tenemos un doble motivo para alzarnos con la victoria, ¿no crees Célestor?

   Resultaba tan trágico como irónico. El destino de la reina de los atelden dependía de una guerra que amenazaba con destruir todo lo bueno que había en el mundo. Ahora estaba más ligado al combate que nunca. Moriría antes de verla morir. Moriría por salvar su vida. Ella se había sacrificado, ahora era su turno.

   De repente, las puertas de las cámaras de meditación, se abrieron súbitamente, haciendo que los presentes volvieran la cabeza. Elebrian, al haber perdido la vista, parecía más desconcertado que los demás, tendido en los asientos. Apareció la imponente figura de Éldor, que lucía su armadura y su capa de felión. Traía el rostro desencajado y jadeaba.

   - La desgracia ha llegado, Célestor - el capitán de los Feliones de Asuryon no parecía percatarse de la escena que tenía ante él. - He ordenado a las tropas que se preparen. Mis hombres ya están listos. No tenemos tiempo que perder.

   Todos se quedaron un tanto desconcertados ante la súbita llegada de Éldor. Asegurándose de que Élennen se podía sostener por si sola, Célestor se incorporó y se acercó al elfo.

   - Éldor, tranquilo. ¿Qué sucede? - el paladín apoyó una mano en el hombro del capitán atelden.

   - Nuestros centinelas han a divisado a las tropas varelden.

   Una ráfaga más de viento helado para sus corazones. El enemigo se acercaba a Válindel.

   - En menos de dos días, habrán llegado - sentenció Éldor.

   ¡Dos días! Era muy poco tiempo para trazar una estrategia y evacuar la ciudad. Muchos de los mejores soldados habían partido con Thil Ganir en busca de los cuernos de dragón. No era una buena noticia.

   - Me han informado de que son muchos en número - Éldor continuaba con las nuevas. - Pero quizá podamos resistir y enfrentarlos.

   - ¡No! - el grito de Elebrian resultó turbador. - ¡Debéis evacuar la ciudad! ¡Lo más rápido que podáis! ¡Sacad de estos muros a los reyes! ¿No lo entendéis? No es su número nuestra mayor amenaza. ¡Mathrenduil marcha a la batalla con un dragón negro!

   Las peores sospechas se hacían realidad. El vaticinio que tuvo Élennen semanas atrás se había cumplido. El Traidor había conseguido despertar a un dragón, y de los más violentos y crueles que existían. Si Mathrenduil era un duro adversario, capaz de acabar con guerreros de la talla de Elebrian, montando un dragón negro era prácticamente invencible. No se podía hacer nada. Célestor recordó, además, la promesa que le había hecho a Thil Ganir antes de que partiera: Si la amenaza se acercaba a Válindel, debía abandonar Asuryon con Élennen.

   - Célestor - la voz de Celdan hizo que se diera la vuelta. - Ya sabes lo que hay que hacer. Debemos partir de inmediato.

   Dejar Asuryon… Aquello resultaba descorazonador.

   - No voy a abandonar a mi pueblo - sentenció Élennen, incorporándose del suelo y permaneciendo erguida y digna, como la gran reina que era. - El destino de Asuryon será el mío.

   - Mi señora - Celdan intentó hacer una llamada a la coherencia. - Aún hay esperanzas. Ya os habéis sacrificado una vez. No lo hagáis de nuevo, y menos en vano.

   - Válindel es mi hogar - Élennen se mostraba firme.

   Célestor se acercó a Élennen, que la miraba directamente a los ojos. Estaba tan cerca de ella que escuchaba su agitada respiración, los latidos de su corazón. Era el momento de ocupar el lugar del paladín y olvidarse de los sentimientos.

   - También es mi hogar, mi señora - dijo con voz queda. - Pero también le hice una promesa a mi rey Thil Ganir, y no deshonraré ni mi palabra ni sus deseos. Éldor, toma el mando de los ejércitos y lidera la resistencia. Procura mantener a salvo a los sabios y videntes, y evacua Válindel en la medida de lo posible. Celdan y Elebrian vienen con nosotros.

   Los ojos de Élennen brillaban y titilaban como dos estrellas. Demasiadas emociones en tan corto espacio de tiempo. Todos sabían lo que podía suponer a la reina dejar esas costas. La cuenta atrás de su vida se reduciría significativamente. Pero no podían permitir que Mathrenduil y los varelden la capturaran. Tenían que arriesgarse y cumplir su palabra.

   - Coged todo aquello que sea indispensable - ordenó Célestor. - Abandonamos Asuryon.