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Rumbo a Undraeth.
La Puerta de Thérgorer era una de las tres entradas ha Válindel. Una obra maestra de la arquitectura élfica que daba la bienvenida a aquellos que querían entrar en la capital de Asuryon. Las aguas celestes del río Rívenor atravesaban esta entrada, que constaba de un puente en media luna de tres arcos. A ambos lados del puente, se accedía a un segundo nivel por sendas escalinatas, donde se encontraba la puerta de doble hoja, de unos seis metros de altura, con dos columnas cilíndricas a derecha e izquierda. Dos torres, con ornamentados grabados en la piedra, remarcaban más el elegante aspecto de esta construcción, cuya función principal era la defensiva, como sus altos muros dejaban patente. A ambos lados de la orilla del río, había varia columnatas. El color blanco de la edificación contrastaba con el intenso color azul turquesa del Rívenor.
El cauce que alcanzaba en ese punto el río lo hacía totalmente navegable, por lo que había un pequeño y discreto embarcadero justo detrás del puente, ya dentro de los muros de la ciudad, protegido por una reja que cortaba el acceso a Válindel por esa vía. Justo ahí se encontraba la discreta nave en la que el rey Thil Ganir y su grupo de expedición partirían a Undraeth. La búsqueda de los cuernos de dragón y de los restos de aquella antigua civilización que montaba y sometía a estas bestias, se antojaba inverosímil, pero tenían poco donde elegir y sus posibilidades, ante el mal que se extendía, eran escasas.
Siguiendo el plan acordado, Thil Ganir partiría junto con Faobereth y Elbérohir, Capitán de los Kurthlénthëpi, un elfo de mirada glauca y adusta, que remarcaba aún más el gesto noble de su rostro, y lisos cabellos dorados. Su armadura, brillante como el oro bruñido y su capa carmesí parecían refulgir como el mismo ave fénix. Junto a ellos, una pequeña escolta, formada por Kurthlénthëpi y los exploradores del Bosque Perenne de Faobereth (los llamados Sombras del Crepúsculo), completaban el resto de la expedición. Ya todo estaba dispuesto para zarpar con destino a lo desconocido.
Para Élennen, que paseaba por el embarcadero con aire ausente, aquella despedida le suponía mucho más. No solo porque pasaba a ser la única soberana de Asuryon, encomendándosele la difícil tarea de custodiarla y protegerla. No era eso, no era el peso de la responsabilidad que ya había tenido que soportar en sucesivas ocasiones. Ella sentía algo. Algo profundo y doloroso, pero demasiado difuso como para precisar de qué se trataba. Augurios y presentimientos. Ambos no servían de nada si no se conocía el contenido y el motivo. Aunque Élennen sí que le encontraba una utilidad a aquello, y no era otra que el sufrimiento. Se preguntaba cuánto más habría de sufrir.
Célestor, fiel a su rey como siempre, parecía contrariado por no poder participar en aquella extraña aventura, pero no obstante debatía algunos aspectos que Élennen suponía meramente militares. El arte de la guerra que a ella tanto le costaba entender. Ajenos a sus pensamientos, el paladín y el rey, junto con sus acompañantes, parecían ultimar las instrucciones y protocolos a seguir. Élennen se acercó despacio, mientras su amado Célestor la miraba de soslayo.
- Mi señor - dijo el paladín, casi ignorando a su reina, - si no ordenáis nada más, me retiraré con vuestro permiso.
Thil Ganir asintió solemnemente.
- Ve, amigo mío. Confío en tu buen juicio y tu bravura en el campo de batalla. Y te agradezco que nos dejes unos momentos de soledad a la reina y a mí.
Célestor bajó la cabeza en señal de respeto y, mientras se alejaba subiendo las escaleras del puente, volvió a dirigir otra mirada más a Élennen. Tenerlo tan cerca era una dulce condena.
Thil Ganir tomó con dulzura las manos de Élennen, devolviéndola a la cruda realidad donde aquél era su esposo, y aquél era su cargo y compromiso.
- Estaremos separados mucho tiempo - comenzó a decir el rey elfo con voz suave. - Todo será distinto cuando vuelva.
Élennen, turbada, desvió rápidamente la mirada para luego volver a dirigirla hacia los ojos de su esposo.
- Distinto no quiere decir peor, mi señor - intentó sonar lo más convincente posible. - Las sombras no han caído aún.
- En cambio, yo siento que me sumerjo en una oscuridad insondable - la melancolía hablaba por él. - Y lo que más me preocupa es no saber qué encontraré en la luz.
- Perdón, mi señor, pero no acabo de entenderos.
Durante un segundo, Thil Ganir observó a Célestor, que permanecía en las puertas dando algunas instrucciones a los centinelas y guardianes. Realmente, él parecía el soberano.
- A veces pienso, Élennen - continuó con aire ausente, - que mi sitio es el equivocado, y que nunca llegará a serlo. Jamás conseguiré ocupar el lugar que desearía.
Élennen se sorprendió ante aquellas palabras tan pesimistas. Le acarició el rostro con su suave mano.
- Sois el rey de los atelden, mi señor - intentó darle un motivo lo suficientemente concluyente. - Nuestro pueblo os eligió para representarlo. Ese es el lugar que ocupáis y en el que todo el mundo os reconoce.
La mirada de Thil Ganir se tornó triste, cansado. Existía un abismo insondable entre ambos que Élennen no conseguía sortear. Reconoció ese gesto. Ya lo había visto antes, y aquello hizo que se estremeciera de culpabilidad. Aquella mirada era la misma que ella pudo ver cuando la sorprendió con Célestor en su tálamo.
- No ocupo el lugar que quisiera - repitió con melancolía el rey.
En ese tenso y duro instante, apareció Faobereth como si de un fantasma se tratase. Élennen se sintió aliviada al no tener que continuar con esa conversación.
- Es la hora, mi señor - anunció el señor del Bosque Perenne.
Thil Ganir asintió con el gesto y se soltó gentilmente de las manos de Élennen. Cuando se hubo alejado unos pasos, y Faobereth se había distanciado lo suficiente, se volvió a su reina y dijo:
- ¿Sabes, Élennen? Nunca me has llamado por mi nombre.
Y tras decir eso, se alejó y se subió a la nave. Élennen no pudo evitar que las lágrimas asomaran por sus mejillas. No podía evitar sentirse culpable y desdichada. Thil Ganir era un gran rey, justo y generoso. Y le dolía mucho no poder amarlo, no conseguir sentir lo mismo que él por ella. Pero su corazón ya tenía dueño, y no se podía hacer nada.
Sintió una extraña melancolía al ver zarpar la nave, que se alejaba lenta e inexorablemente río abajo. Las blancas velas se hinchaban orgullosas con el suave viento, semejantes a suaves nubes, y movían con gentileza el discreto barco élfico, que creaba una espuma blanquecina en aquella agua turquesa. Thil Ganir tenía razón. Todo era distinto desde ese mismo momento.
Mientras observaba cómo se perdía la nave al adentrarse en el Bosque Perenne, Célestor se acercó a su lado. Su presencia era casi sedante.
- No te preocupes, volverán - su voz profunda caló en lo más hondo del corazón de Élennen, que se volvió para mirarlo.
- No me cabe la menor duda de ello - dijo mientras examinaba el bello rostro del paladín. - Lo que me inquieta es no saber cómo lo harán.
Célestor hizo un gesto de incredulidad.
- ¿Acaso dudas de que puedan lograr lo que se proponen?
- ¿Y acaso tú tienes fe en que lo consigan?
Los ojos azules de Élennen buscaron los de Célestor, esperando encontrar algún atisbo de duda.
- Tengo fe en mi rey - sentenció el paladín firmemente.
- Eso no es una respuesta.
- Tampoco me la has dado tú.
Élennen suspiró profundamente y volvió la mirada al río. No quedaba rastro alguno de la nave, la espuma del agua había desaparecido y solo se percibía el sonido de su cauce.
- No creo que vuelva a ver a Thil Ganir - la voz de la reina sonaba triste, casi hastiada. - Al menos no como siempre ha sido.
- ¿A qué te refieres? ¿Has tenido alguna visión al respecto?
Élennen negó con la cabeza.
- Está vez se trata tan sólo de un presentimiento - continuó. - No sabría decir si es bueno o malo, o si es real. Tan solo es… un presentimiento…
Célestor la miraba con gesto circunspecto. Ella sabía que sus suposiciones, pálpitos o augurios le turbaban a veces. Y era la primera vez que hablaba de Thil Ganir de ese modo con él. Era una situación tan incómoda como delicada.
- El rey me ha dado instrucciones - Célestor cambió el rumbo de la conversación. - Si en algún momento Válindel peligrara y con ello también tu vida, debemos abandonar Asuryon. Tendremos una embarcación preparada para partir rumbo a Páravon si todo se torciera.
A Élennen le brillaban los ojos. Dejar su hogar… Era algo que nunca habría contemplado.
- Abandonar Asuryon… - repitió con aire ausente. - Dejar estas costas significaría el triunfo de Mathrenduil y los varelden.
- Para el rey es más importante tu vida que una victoria frente al enemigo.
- ¿Y para ti?
La pregunta pareció pillar a Célestor por sorpresa durante un segundo, pero al instante volvió a adoptar esa pose digna y orgullosa que tanto le caracterizaba.
- No vamos a permitir que Válindel caiga, ni tampoco Asuryon - contestó mirándola a los ojos. - Pero, si considerase que tu vida corre algún peligro, no dudaré en sacarte de aquí. No arriesgaré tu vida. No fallaré a mi rey.
- ¿Tan solo te preocupa eso?
- Sabes que no.
Otro momento más de tensión. Élennen luchaba ansiosamente contra sus propios deseos. Había que darle otro giro a la conversación.
- ¿Y qué me dices de la Profecía? - dijo ella, recomponiéndose de la turbación. - Aún no te has manifestado al respecto.
Célestor sonrió y se cruzó de brazos.
- ¿Qué deseas saber?
- ¿Crees en ella? ¿Crees en el Elegido? ¿O piensas que esto que ocurre nada tiene que ver con ello?
Célestor se tomó un momento antes de contestar. Parecía querer estar seguro de lo que iba a decir. Sabía que Élennen era una erudita en aquellos asuntos, y que a veces creía a pie juntillas cada palabra escrita o pronosticada por los videntes y oráculos. La reina supo que no quería ofenderla.
- Creo que todo en la vida sucede por una razón - comenzó a decir el paladín, - y que nada es casual. La guerra que ha estallado ha ocurrido porque así lo ha decidido el destino. Puede que para brindarnos una lección que aprender o tan solo por castigarnos ante algún mal cometido. Imagino que habrá muchos que destaquen cuando la hora de empuñar los aceros llegue. Pero encontrar entre todos ellos a ese supuesto Elegido… Es una tarea difícil y puede que imposible. No obstante, debemos estar al lado de aquellos que planten cara al horror y la barbarie, y que el destino sea el que nombre a su propio Elegido. Todo dependerá de los ojos que lo miren.
Élennen le brindó una dulce sonrisa.
- Quizá entonces lo más conveniente sea que lo busque aquél que no puede ver.