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Rumbo a la victoria.

 

 

   Habían tardado más de lo que pretendían en levantar el campamento, justo a la entrada de la Garganta Negra. El paso de Órgalf y Lédesnald todavía era evidente, y no se habían molestado ni siquiera en enterrar a los muertos que yacían aquí y allá, en todo el perímetro. Habían sufrido bajas, por lo que se podía intuir, quizá muchas más de lo esperado, pero se había conseguido una gran victoria. Era el primer paso hacia la conquista.

   Desde que salieron de Melle Mathere, Sártaron y su grandioso ejército no encontraron severas dificultades climatológicas para avanzar; de hecho, habían llegado al paso de montaña antes de lo previsto. La ausencia de obstáculos en el camino la achacó a la presencia de Mórgathi y sus brujas. Sin duda, la reina Bruja habría conjurado a las fuerzas de la naturaleza para ponerlas a su favor, y ganar así un tiempo valioso. Pese a que Sártaron no confiaba en ella en absoluto, sabía que tenía una poderosa aliada. Pero le irritaba la tardanza de Mathrenduil, llegando incluso a dudar de que se uniera a su causa. De momento, tan solo le quedaba esperar. No podía permitirse el lujo de crear un conflicto con los varelden. Podría resultar muy perjudicial a su causa.

   Una vez consiguieron apilar los cadáveres y quemarlos, comenzaron a alzar el campamento. Tan solo estarían allí una noche, lo justo para alimentar a las bestias, dejar que la tropa descansara y esperar a reunirse con el resto de sus aliados. Entonces, atravesarían la Garganta Negra y penetrarían en Onun. Sártaron supuso que la batalla que se había librado allí, se alargó más de lo que imaginaba, de modo que era posible dar alcance a Lédesnald, Órgalf y su hueste. Esperaba que hubieran dado muerte a Haoyu y a sus hijos. No podían dejarlos con vida, ya que serían enemigos difíciles de batir.

   La cortina que hacía de puerta en su colosal tienda de campaña se abrió. Bajo las sombras de la penumbra, Sártaron distinguió a Zárrock.

   - Traigo nuevas, mi señor - dijo su lugarteniente. - ¿Dais vuestro permiso para entrar?

   - Adelante - dijo el Señor del Fin de los Días con su característica voz profunda y gélida.

   Zárrock entró en la tienda. Llevaba puesta su barroca armadura, y el casco lo tenía bajo el brazo.

   - Nos han informado de que la ciudad páravim de Búrdelon ha caído - comenzó el señor de la guerra. - No ha quedado nadie con vida. La Orden del Cuervo Errante de los caballeros de Páravon ha sido exterminada por completo. No hubo rival para los Señores de las Sombras y su séquito de no muertos.

   Aquella noticia no le supuso una gran alegría a Sártaron, que mantuvo el mismo gesto, sin variación alguna. Era obvio que Búrdelon cayera ante tan terrorífico y letal adversario, pero lo que más le inquietaba era el haber tenido que pactar con ese tipo de seres. Era un arma de doble filo que se podía volver en su contra.

   - Espero que el Nigromante cumpla con su parte del trato y no intente hacernos jugarreta alguna - se dijo para si mismo Sártaron.

   - El Nigromante nos será fiel, mi señor. Sellamos un acuerdo que no podrá rechazar. Además, nos informa de que pronto habrá reclutado un nuevo y poderoso aliado, pero ignoro de qué puede tratarse.

   Sártaron asintió con el gesto.

   - ¿Qué más noticias tienes?

   - Los jefes de las bandas de mercenarios de Eren tienen ya los barcos preparados para asaltar desde el sur, en cuanto deseéis.

   - Excelente. De momento deben mantener la posición. Cuando atravesemos Onun y nos hallemos frente a la Muralla, deberán partir.

   - Así se lo haremos saber, mi señor.

   - ¿Y qué nuevas vienen de Cáladai? - la pregunta iba con toda la intención del mundo. Era lo que más le interesaba, saber qué hacía el enemigo.

   - Los orcos que arrasaron la aldea llamada Thondon, penetraron en Theadurion, pero no hemos vuelto a tener noticias de ellos.

   Tal y como pensaba. La ciudad en ruinas de Theadurion albergaba algo más que edificios destrozados y mendigos.

   - Entonces eso significa que lo que buscamos se encuentra allí - Sártaron entrecerró los ojos, pensativo. - Seguramente, estén todos muertos. Orcos y ogros.

   - ¿Todos muertos? - el tono de Zárrock era escéptico.

   - La Hermandad de la Luna Escarlata seguirá en activo, custodiando la Piedra de Ilethriel que llegó a manos del conde Ilébrom. No habrán sido rival para ellos, no tengo ni la más mínima duda. Tranquilo, Zárrock, entraba dentro de mis planes. Pero debía enviar efectivos… sacrificables para poder salir de dudas - esbozó una sonrisa siniestra. No le importaba perder a un puñado de orcos, había tantos como ratas. - Ahora ya está claro dónde debemos golpear cuando crucemos Onun.

   Zárrock asintió.

   - De Lédesnald y de Órgalf solo puedo deciros que han penetrado en Onun - continuó el lugarteniente. - Según parece, han acabado con Haoyu, pero su hijos siguen con vida.

   Sártaron, que observaba un mapa, levantó la vista y clavó su fría y dura mirada en Zárrock. Aquello era un contratiempo.

   - ¿Cómo que están vivos? - preguntó secamente. Su voz mostraba la contrariedad que sentía.

   Zárrock tragó saliva. A él tampoco parecía agradarle la noticia y mucho menos tener que dársela.

   - Según parece - dijo el arjón con la voz turbada, - el príncipe Iyurin no combatió junto con su padre. Debió quedarse en la retaguardia, sospecho que para dirigir la defensa de Onun si su padre fracasaba.

   Sártaron se rió entre dientes.

   - ¡Viejo zorro taimado! Después de todo, Haoyu no era tan estúpido como pensábamos. No ha dejado su pueblo sin líder. Ahora todos los ónunim seguirán a su nuevo rey. ¿Y qué hay de la princesa Iyúnel?

   - Se toparon con algunos de los orcos y ogros que atravesaron el Ered-Durak y que no se dirigieron hacia Theadurion. Parece ser que hubo una masacre, pero ignoro si la princesa murió en el ataque o fue hecha prisionera.

   El Señor del Fin de los Días se acarició la barbilla, pensativo. Tenían al reino de Onun contra las cuerdas, ahora solo tenían que darles el golpe de gracia.

   - Es preciso que tanto Iyurin como su dulce hermana caigan - le dijo a su hombre de confianza. - Debemos acabar con todos los líderes que puedan atraer hacia sí una multitud que los siga. Lo mismo que le sucedió a la aldea de aquel herrero y su lobo. Nadie puede destacar entre las filas enemigas.

   - Así se hará, mi señor.

   - Si los herederos de Onun siguen con vida, quiero que te ocupes de ellos tu personalmente. Quiero a Iyurin hecho prisionero, lo quiero vivo, será como un trofeo que exhibiré antes de darle muerte.

   - ¿Y con la princesa, suponiendo que no esté muerta?

   - Iyúnel de Onun será un cadáver carcomido por los cuervos. No creo que una joven dama, hermosa y delicada, sea capaz de escapar de una horda de orcos y ogros. Y si es prisionera de éstos… no la auguro un bonito final.

   Zárrock asintió, riéndose.

   Fuera de la tienda, se comenzó a escuchar un pequeño barullo, una agitación de pasos, voces que se entremezclaban con sonidos guturales y ruido de armas. Sártaron ladeó la cabeza y se incorporó de su asiento.

   - Creo que han llegado el resto de nuestros amigos - dijo con sarcasmo.

   Y así era. En la gran explanada donde habían acampado, se congregaban el resto de las huestes aliadas. Ante los ojos de Sártaron, se extendían ejércitos completos de orcos, ogros y krulls. Una turba abominable de auténticos monstruos cuyo único objetivo en esta guerra era la violencia, el caos y el combate. Delante de cada hueste, y comandando a sus tropas, estaban los caudillos. Sártaron dio unos pasos hacia delante, y los jefes de los recién llegados hicieron lo propio.

   - Yo os saludo, caudillos del Valle de Rumm y del Bosque de Drawlorn - dijo ceremonialmente. - Yo soy Sártaron, Señor del Fin de los Días y de los Desiertos Helados de Mezóberran.

   - El pueblo orco se pone a tu servicio, Gran Sártaron - dijo el jefe de los orcos, un ejemplar bruno, mucho más grande y ancho que sus iguales. - Mi nombre es Shárkbad.

   - Los ogros también te reverenciamos, Sártaron el Inmortal - el déspota de los ogros era una inmensa mole, con el cráneo lleno de cicatrices. - Yo soy Rakg.

   - Los nobles krulls nos sentimos orgullosos de marchar contigo a la guerra, Rey de Reyes - la voz del jefe de rebaño krull era semejante a un balido, pero más bronco y gutural. - Los míos me llaman Izhkad.

   El aspecto del krull era aterrador. Tenía una doble cornamenta curva, sus ojos eran de un rojo sanguinolento, de su cara de carnero le colgaba en varias trenzas un espeso pelaje a modo de barba, y su pelo era negro como el carbón. Su tamaño sería como el del orco bruno, más o menos.

   - Viendo a tan asombroso y temible ejército, y combinando nuestras fuerzas, mi corazón me dicta que la victoria será nuestra.

   Estas palabras de Sártaron provocaron una gran euforia entre los recién llegados, que lanzaron sendos bramidos a modo de jaleo. Estaba claro que las mentes simples de aquellas criaturas, cuya única meta en su vida era la de matar y guerrear, eran fáciles de dominar si se utilizaban las palabras adecuadas.

   Como era de esperar, y dado el escándalo que provocaban aquellos seres, la atención de los elfos oscuros recaló en ellos, y Sártaron no tardó en ver cómo se aproximaba a ellos la delicada y sutil figura de la bella reina Mórgathi. Estaba claro que la madre del señor de los varelden no iba a dejar escapar ni el más mínimo detalle. Sártaron la sonrió, como muestra de respeto más que por otra cosa.

 

 

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   Los esfuerzos que hizo Mórgathi por reprimir una mueca de repulsión, ante la visión de aquella horda de seres, fue titánico. Orcos, ogros y krulls. Eran la clase de aliados que ella nunca pensaría en tener. Durante siglos, su pueblo había masacrado a esas infectas criaturas, antes de verse condenados al exilio en Undraeth, y ahora se veía colaborando con ellos, en una empresa en la que no encajaban. Pese a todo, comprendía que jugaban un papel muy importante en la guerra, y que Sártaron los estaba utilizando para desgastar y entretener al enemigo que malgastaría fuerza y efectivos en frenar el brutal y caótico avance de aquellos engendros mientras que los borses, arjones y varelden se disponían a caer sobre ellos para darles la puntilla. Como Sártaron le dijo una vez, no estaba ante un bárbaro cualquiera.

   Se paró delante del Señor del Fin de los Días, dando la espalda a los aliados que acababan de llegar y sin ni siquiera lanzarles una fugaz mirada. Era como si aquella hueste de monstruos no existiera para Mórgathi.

   - Habéis llegado en el momento idóneo - dijo Sártaron, bajando la cabeza en señal de cortesía. - El resto de nuestros poderosos aliados acaban de llegar.

   Había algo irónico en el tono de voz del tirano arjón, una pequeña nota de hipocresía al referirse de aquella manera a los orcos, ogros y krulls. Era obvio que trataba de complacer a aquellas necias mentes tan fáciles de manipular.

   - Ya veo - espetó Mórgathi sin volverse.

   No le hacia falta dañar su vista para saber qué sucedía a sus espaldas. La presencia de los elfos oscuros inquietaba a aquellos abominables seres, que los miraban con desconfianza resoplando y bufando. Por lo general, temían a los elfos… y si eran oscuros, más todavía.

   - Intuyo que tampoco os interesa en demasía - la media sonrisa tallada en la roca que era el rostro de Sártaron sacaba de quicio de Mórgathi, que se esforzaba por no parecer descortés.

   - Realmente, no mucho - confesó Mórgathi, midiendo bien el tono de voz para evitar suspicacias. - Me interesaría saber si han encontrado el cuerpo del muchacho de Thondon.

   Sártaron enarcó una ceja, sorprendido por la cuestión tan directa que se le planteaba, y cruzó una mirada con Zárrock, presente en todo momento. La reina bruja escrutaba su rostro en busca de algún resquicio de incertidumbre, duda o algo que la hiciera sospechar que el señor arjón le iba a mentir, pero el semblante del gran señor de Mezóberran no descifraba nada.

   - La aldea fue destruida - resolvió con voz neutra Zárrock, tomando la palabra por su señor.

   Mórgathi entornó sus ojos ambarinos hasta hacerlos una rendija en su hermoso rostro, y lanzó una fulminante mirada al señor de la guerra.

   - Me temo que debo insistir - la voz de la bruja sonó como el siseo venenoso de una serpiente irritada, - y me gustaría que la respuesta me la diera tu señor, Zárrock. Imagino que el Gran Sártaron el Inmortal, Caudillo de Mezóberran, Señor de los Desiertos Helado, tendrá a bien responderme con franqueza.

   Ahora sus ojos se posaron en los de Sártaron, que parecía perdonarle la vida pese a su gesto impasible. La provocación de Mórgathi podía llegar a más, pero, con respecto a lo que ese muchacho se refería, Mórgathi no estaba dispuesta a ceder. Aunque eso significara desafiar al mismísimo Sártaron.

   Tras un momento de silencio, donde ni los orcos se atrevían a respirar, el señor de Mezóberran habló:

   - No hay supervivientes, si es lo que deseáis saber. De todas formas, creo recordar que mandasteis a uno de vuestros sicarios para que os informara.

   Mórgathi apretó los labios. Precisamente, la ausencia de noticias de Freuthon era lo que le inquietaba. Conocía sus artes, y sabía que, de haber encontrado los restos del herrero, se lo habría comunicado de inmediato. Eso la hacía sospechar que ese joven había eludido el destino de su aldea y su gente.

   Observando la reacción de Sártaron y sus reticencias a darle más información al respecto, la reina bruja decidió no mencionarlo más y pagarle con su misma moneda. A partir de ahora, obraría según le pareciera, sin consultar o informar al insolente caudillo arjón. Solo cuando tuviera la cabeza del joven y la piel de su lobo se lo mostraría a Sártaron, y le restregaría por las narices su completa incompetencia ante algo tan importante. Pero de momento era mejor callar. No quería demostrar a su anfitrión y aliado que el herrero de Thondon era su punto débil. No podía mostrarse débil ante esos bárbaros.

   - En tal caso, esperaremos dicha información - zanjó el tema Mórgathi, regalando una de sus seductoras sonrisas.

   Pero aquello no pareció tener efecto en Sártaron, que continuaba con ese gesto adusto, aguantando la mirada de la reina bruja.

   - Ahora, lo que a mí me interesaría saber - la voz del caudillo arjón sonó amenazante y cruel - es cuándo vendrá vuestro hijo. Su demora comienza a ser un tanto irrespetuosa.

   Estaba claro que tenía que surgir esa cuestión. Hacía ya varios días que no le recordaba la ausencia de su hijo, y aquello le empezaba a extrañar a Mórgathi. Sin duda, había elegido un momento poco propicio para mencionarlo, delante de todos aquellos ruinosos y patéticos seres. Si no fuera porque le necesitaba, le hubiera rajado el cuello en ese mismo instante.

   Trató de no perder la calma, y sonar lo más complaciente posible.

   - Mi hijo vendrá - afirmó, con voz aterciopelada, Mórgathi.

   - Tu hijo ya está aquí - una voz grave y potente intervino en la conversación que mantenían la reina bruja y Sártaron.

   Todos se dieron la vuelta, buscando con la mirada al insensato que se atrevía a hablar a destiempo. Mórgathi esbozó una sonrisa que mezclaba entusiasmo y sarcasmo. Subido en un pequeño risco, como si de una imagen de los Primeros Nacidos se tratase, estaba Mathrenduil, rey de los varelden y señor de Undraeth. Llevaba puesta su armadura y el yelmo le ocultaba el ceniciento rostro surcado de cicatrices, pero sus ojos dorados parecían refulgir como dos antorchas. Por el llano, aparecieron las primeras filas del ejército elfo oscuro, que ya hacían sonar sus cuernos de guerra. De repente, una sombra cruzó rauda el oscuro cielo. Los ojos de Mórgathi siguieron su estela y consiguió divisar, posado en una roca de las Cumbres Heladas y ante el estupor de Sártaron y de toda la hueste presente, un enorme dragón negro que lanzó un terrible rugido que hizo eco en toda aquella extensión.

   Sus planes habían salido según lo previsto. Parecía que la suerte empezaba a sonreír a Mórgathi.