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Las sospechas de los atelden.
Distaba mucho la hospitalidad de Páravon de la de Cáladai. No era distancia corta la que tuvieron que recorrer Glórophim y Vior, y pese a que no deseaban que los agasajaran con grandes bienvenidas ni protocolos, no esperaban encontrarse con aquel inusual desinterés.
Avanzaron con su comitiva detrás hacia el palacio del regente Átethor, en Griäl, y se encontraron con las miradas desconfiadas y suspicaces de los habitantes de la ciudad, mezclada con murmullos y cuchicheos que iban dirigidos, sin duda alguna, hacia ellos.
- ¿Hace cuánto tiempo que esta gente no ve un elfo? - preguntó con cierto tono divertido Vior.
- Posiblemente tú no habrías nacido - bromeó Glórophim, haciendo una reverencia al guardia que custodiaba las puertas de la residencia de Átethor.
Los custodios de las puertas les condujeron por un largo pasillo, el cuál a ambos lados tenía una serie de majestuosas estatuas que representaban a los grandes reyes de antaño, los soberanos de Cáladai
- ¡Cuán desvirtuado ha quedado el señorío de los hombres! - murmuró Vior, prestando atención a las estatuas. - El legado de esta gloriosa estirpe se ha perdido en manos de señores menores.
Glórophim sonrió de nuevo, recreándose con la magnificencia del pasillo.
- Recuerda que la profecía nos dice que regresará el destronado - había cierta socarronería en su tono. Vior le miró severamente.
- Modera tu tono, Glórophim. Y no niegues la posibilidad de que exista ese legado de la profecía.
- No negaré nada. Pero, por el momento, prefiero no contar con ello.
Se plantaron delante de una gran puerta, cuidadosamente trabajada y tallada con diversos motivos que representaban el cambio de las estaciones. Cuando se abrió, descubrió ante los ojos de los elfos una gran sala, donde el trono permanecía vacío. Sentado en una silla estaba el regente Átethor. Acompañándolo, estaba un individuo calvo y de aspecto realmente tétrico.
- ¡Salve Átethor hijo de Átekor, Regente y Señor de Cáladai! - dijo Glórophim, mientras los dos atelden hacían una cortés reverencia. La puerta se cerró tras ellos. - Nuestro rey Thil Ganir de Asuryon os envía sus más cordiales saludos, y nosotros nos ponemos a vuestra disposición.
Átethor permanecía serio, mirando con cautela a los dos elfos. Vior supuso que hacía mucho tiempo que no se entrevistaba con ningún atelden. El otro individuo parecía fulminarlos con la mirada, en un rictus claramente hostil.
- Yo también os saludo, nobles representantes del pueblo atelden - habló por fin el regente. - Y os doy la bienvenida a mi casa.
Resultaba irónico que el regente se refiriera a Cáladai como su casa. Su única función dentro del control del reino era gobernar en nombre del rey, hasta que éste reclamara su derecho al trono. Pero ya habían pasado demasiados largos años, siglos, como para pensar que cupiera esa posibilidad. El poder estaba ya muy asentado en las Casas Regentes, y era lógico olvidar que ellos no eran los herederos de ninguna corona.
- Él es el maese Tsártak - continuó hablando Átethor, refiriéndose al extraño personaje que le acompañaba, - el Magíster del Consejo.
El tal Tsártak no hizo gesto alguno de cortesía, ni siquiera parpadeó. Seguía ahí de pie, al lado del regente, apuñalando con los ojos a los dos elfos.
- Imagino que no os serán desconocidos los motivos que nos han traído hasta aquí - dijo Vior, ignorando la presencia del magíster.
- Creo conocerlos, esa es la verdad - contestó secamente Átethor, que cruzó una mirada con su consejero. Aquello empezaba con mal pie.
- No venimos con ánimo de dar consejo, ni pretendemos entrometernos en cómo vais a obrar al respecto - las palabras de Glórophim tenían la intención de eliminar cierta tensión. - Sólo nos gustaría saber vuestra postura.
Tsártak carraspeó de un modo teatral y algo forzado. A los dos elfos les llamó mucho la atención observar cómo el consejero era capaz de tomar la palabra por el propio regente.
- Nuestra postura, ¿sobre qué? - ironizó Tsártak. - ¿Sobre unos rumores sin fundamento? ¿Sobre una alarma innecesaria? ¿Acaso puede existir una guerra de dimensiones tan catastrofistas como para que Cáladai no se entere?
Vior no salía de su asombro.
- Creo, mi señor consejero - apuntó de forma cortante, - que, al conocer los rumores a los que os referís, le dais validez a la posibilidad de que exista esa guerra.
Tsártak enrojeció de ira. Los estrábicos ojos del consejero emanaban puro odio.
- Insistimos en que no queremos entrometernos - insistió Glórophim.
Átethor levantó una mano, observando que Tsártak se disponía a contestar de nuevo a los elfos.
- Nuestra postura - explicó pausadamente el regente - es, por ahora, esperar. No creemos que dicha amenaza sea tan desproporcionada como algunos apuntan. Y tenemos que añadir que al rey Haoyu no le son gratas las muestras de ayuda, pues se las toma como una ostentación de nuestro poder. Suele preferir combatir solo. De hecho, no hemos recibido mensaje alguno de Onun solicitando nuestra intervención, y entendemos que no la necesitan.
- Las misivas pueden extraviarse - apuntó suspicaz Vior.
- Un cuervo con un pergamino, sí - contestó con altanería Tsártak, - pero un emisario es más complicado, ¿no creéis?
- Se os ha debido olvidar, maese Tsártak - replicó vehementemente Glórophim, - que nadie puede cruzar Dür Areth sin un salvoconducto. Ni siquiera el propio Haoyu podría, de modo que mucho menos un emisario.
La forma de cortar sus excusas, estaba sacando de quicio al consejero. Su rostro y sus puños estaban crispados. Átethor le dirigió una mirada de incredulidad. Seguramente no había reparado en esa posibilidad.
- El Consejo deliberó y se acordó, por mayoría, que aguardaríamos y estudiaríamos los acontecimientos para, en caso de extrema necesidad, llegar a intervenir - apuntó con su voz siseante Tsártak.
- Quizá nos podríais explicar cómo estudiaréis lo que acontece en el norte, si no habéis mandado a nadie para hacerlo - las palabras de Glórophim eran tan afiladas que parecían cortar el aire.
Hubo unos momentos de silencio, donde Átethor parecía un incrédulo espectador ante las desafiantes miradas que se lanzaban los dos atelden y el magíster del Consejo.
- El Consejo ha hablado - sentenció con frialdad Tsártak, escupiendo cada una de las palabras.
Vior se volvió hacia Átethor, en un intento de hacerle reflexionar sobre todo aquello.
- Mi señor Átethor - el elfo parecía casi implorar, - ya sabemos lo que sus consejeros opinan al respecto, pero no estamos aquí por ellos. Solo nos interesa vuestra opinión.
Aquella frase pareció haber llegado hasta las entrañas tanto del regente como de su poco agraciado consejero. Mientras Átethor revelaba con su mirada la súbita sorpresa que le causaba que hubiera alguien que estuviera interesado en saber su parecer, Tsártak se mostraba indignado, ofendido. Como si aquellos atelden lenguaraces estuvieran allí con el único propósito de humillarlo.
- ¡Esto es un ultraje! - contratacó el magíster. - ¡Un insulto hacia nuestro sistema democrático de gobierno! ¡La voz del Consejo es la voz del regente, elfo!
Haciendo caso omiso del evidente desprecio que Tsártak mostraba hacia ellos, Vior seguía con la mirada fija en Átethor, que se removía incómodo en su asiento.
- Sois el regente de Cáladai, mi señor - intentó presionar un poco.
- Yo… - Átethor parecía dudar. - Yo me debo a lo que el Consejo decida… Esto es una democracia…
- Una democracia - señaló levantando un dedo petulantemente Tsártak. - Espero que lo hayáis oído bien, elfos. Este reino no está sometido por un tirano o un dictador, a diferencia de otros. Aquí las leyes se aprueban en el Consejo, se decide en el Consejo. No estamos expuestos a los caprichos de nadie.
Vior se giró bruscamente hacia el magíster, sintiendo cómo le invadía la necesidad de propinarle un severo puñetazo y contribuir con ello a que Átethor reaccionara como el gran señor que se le suponía. Glórophim pareció percatarse de ello, y le puso la mano en el hombro, evitando que éste dijera algo inconveniente.
- Nos damos por satisfechos con estas explicaciones, mi señor, respetándolas y entendiéndolas. Habéis sido muy amables en atendernos y darnos la posibilidad de explicarnos.
Átethor parecía confuso ante el giro que había dado la conversación. Los elfos se habían rendido muy pronto en la ardua tarea de convencerlo.
- Para mí ha sido todo un honor tratar con las nobles y bellas gentes de Asuryon - contestó el regente, aún extrañado. - Cualquier necesidad que pueda satisfaceros, sólo tenéis que pedirla.
- Ciertamente podéis, mi señor - apuntó Glórophim. - Nuestra embarcación necesitaría una pequeña revisión, a fin de poder regresar a nuestro hogar en unas óptimas condiciones. Si fuerais tan amable de proporcionarnos material, nuestra tripulación podría efectuar los arreglos oportunos. Os estaríamos muy agradecidos.
Vior se volvió con cierta sorpresa hacia su compañero, sin entender muy bien qué pretendía diciendo aquello, pero una rápida mirada de Glórophim bastó para que entendiera que aquel no era el momento.
- Podéis contar con nuestra ayuda sin reservas - Átethor parecía sonreír. Se le intuía un hombre afable cuando no estuviera sometido a cierta presión. - Mis artesanos os proporcionarán materiales y mano de obra. Están a vuestra entera disposición.
Tras despedirse del regente, y abandonar aquella sala flanqueada por blancas columnas, no sin antes recibir una última y despectiva mirada de maese Tsártak, Vior se acercó a Glórophim y le dijo casi en un susurro:
- ¿Por qué has dicho eso de nuestra nave? Bien sabes que se encuentra en magnífico estado.
Glórophim sonrió con picardía.
- Pero ellos no. Hay algo que no me gusta en todo lo escuchado sobre el Consejo. Y ese magíster oculta algo. Mientras intentan arreglar los supuestos desperfectos de nuestra nave, nosotros tendremos tiempo de investigar.