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Piensa que es necesario
El viaje desde Melle Mathere hasta aquel puerto abandonado, que estaba situando entre el Paso de la Penumbra y Mezóberran, donde esperaba una nave de madera y velas negra, no había resultado grato. Afortunadamente para Náwing, Turándil y los varelden que servían de escolta, pudieron hacer un alto en el camino en Luhaue, ya que el arjón llamado Zárrock tuvo la amabilidad de mandar un cuervo a la fortaleza, avisando de que los elfos oscuros llegarían y que les proporcionasen todo aquello que demandaran. Fue un verdadero alivio poder descansar de aquel viento frío y de las ocasionales tormentas de nieve.
El mismo día que Mórgathi le ordenó que acompañara a Náwing a ese recóndito lugar, el capitán de los Heshálimaeth leyó el pergamino que su señora le había proporcionado. No había mucho escrito, tan solo era un frase, pero clara y concisa. No había inconveniente en que los deseos de la Reina Bruja se cumplieran.
Una vez salieron de Luhaue, no pararon hasta llegar a su destino. Mientras marchaban, casi en completo silencio, Turándil vigilaba en todo momento a Náwing. Su actitud, sus palabras, sus movimientos. Y cuando él no podía, asignaba a uno de sus soldados para que no se despegara de ella. La bruja varelden no era estúpida, y sin duda se había dado cuenta de ello. Pero no dijo ni una palabra. Se limitaba a mostrarse accesible, dejando claro que ella no tenía nada que ocultar, y sabedora de que tenía en sus manos una importante misiva de Mórgathi hacia su hijo. Era normal que la vigilaran, ella también lo habría ordenado. Es más, a veces sentía la imperiosa necesidad de abrir el sello y leer aquello que era tan importante. Pero se resistía, era lo mejor para todos.
Cuando llegaron al punto donde Náwing tenía que embarcar con rumbo a Asuryon, la bruja no pudo evitar soltar un suspiro ahogado al ver el desvencijado puerto, donde la nave estaba esperando. La madera parecía podrida por las duras condiciones climatológicas de la zona, y crujía de un modo inquietante en cualquier punto donde apoyaban un pie. Más que puerto parecía un embarcadero, pues de su antiguo estado solo quedaba el recuerdo.
- Esperaba un lugar discreto - reflexionó Náwing en voz alta, - pero no esto.
- Desde este lugar llegarás rápidamente a la costa norte de Asuryon - contestó fríamente Turándil. - Si todo marcha según lo previsto, divisarás nuestras naves atracadas allí. Y ellos te llevarán ante Mathrenduil.
Náwing se dio la vuelta bruscamente y clavó sus ojos en los del capitán varelden.
- Ante mi señor Mathrenduil - corrigió la bruja, visiblemente molesta ante la falta de protocolo de Turándil. - No tengas tanto descaro.
El elfo oscuro se rió sarcásticamente ante la apreciación.
- ¡Vamos, Náwing! - su tono de voz era tan cortante como el filo de su segur. - No me vengas ahora con fórmulas que tú misma no utilizas. ¿Acaso crees que soy el único en todo Undraeth que no sabe que compartes lecho con nuestro señor y rey?
La bruja sintió como le hervía la sangre. Hubiera sacado la daga que tenía en su cinto y le habría rajado el cuello a aquel insolente.
- Tú no sabes nada, heshálimaeth - sentenció Náwing, sin más. Turándil se encogió de hombros.
- Como quieras. Ahora, ¿subiremos a la nave?
Y así lo hicieron. Una pasarela comunicaba el navío con el comienzo del embarcadero. Dentro había una escasa tripulación, pero era la justa para el tipo de viaje que se iba a realizar. Solo tenía un camarote lo bastante amplio como para poder considerase un aposento, de modo que Náwing supuso que el viaje duraría solo un día. Y debían de tener prisa, pues todos se apresuraban a desplegar las velas y poner todo a punto para zarpar de inmediato.
- Me resulta sorprendente tantas prisas por partir - apuntó Náwing deambulando por la cubierta. - Apenas podré descansar.
- Discrepo de eso, querida - dijo Turándil con una inquietante sonrisa en su rostro. - Podrás descansar, te lo aseguro.
- Me gustaría estar tan segura como tú. Pero mucho me temo que el mensaje de la reina no admite retraso alguno.
- Debe ser muy importante lo que tiene que contarle nuestra señora a su hijo, ¿no crees?
- Tan solo son novedades.
- ¿Estás segura? No me digas que no has leído el pergamino…
Náwing miró con suspicacia a Turándil. Nadie se atrevería a hacer cosa semejante.
- No estás hablando en serio - la duda hacía mella en la bruja.
Turándil no decía nada, simplemente sonreía y la miraba fijamente.
- Si la reina Mórgathi llegara a enterarse…
- ¿Cómo podría enterarse? - la interrumpió Turándil. - Yo no se lo diré. Y creo que Mathrenduil tampoco lo hará. Además, el sello se ha podido estropear a causa de la cruda meteorología de Mezóberran. Nada malo puede suceder.
La mano temblorosa de Náwing se deslizó gentilmente dentro de la capa, y de un bolsillo interior extrajo el rollo de pergamino. Lo observó durante un instante, vacilando, antes de romper el sello y desenrollar el manuscrito. Atropelladamente, la bruja comenzó a leer.
“Mi querida y fiel Náwing.
Imagino que, en este momento, cierto aire de sorpresa se habrá dibujado en tu rostro, y que cientos de preguntas se agolparán en tu cabeza. Una misiva que, supuestamente, iba dirigida a Mathrenduil, un mensaje importante entre madre e hijo… Resulta increíble ver cómo los acontecimientos dan giros insospechados. Pero, tranquila, pronto lo entenderás todo.
Como te dije, mi hijo se halla en Asuryon, sumido en una gloriosa empresa que conlleva la conquista de aquellas nobles tierras de donde un día fuimos expulsados. Una tarea digna y encomiable, casi me atrevería a decir que forma parte de un sueño que muchos de nosotros hemos repetido durante nuestros largos años de vida. Ahora parece que todo esta más cerca, y debemos regocijarnos con ello.
Pero, veras querida, mis planes son mucho más ambiciosos como para contentarme con la mera recuperación de Asuryon. He adquirido ciertos compromisos y hecho algunos pactos que me vinculan a mis nuevos… aliados, llamémoslos así. Y son ineludibles, Náwing. Ni siquiera la voluntad de mi hijo puede quedar por encima de asuntos comunes, y no puedo permitir que su obcecación ponga en peligro estos asuntos y deje en entre dicho la palabra que le di a mis aliados. Es muy largo de contar, y tampoco tenemos mucho tiempo.
¿Y qué papel juegas tú en todo esto? Pues sencillo: Eres la única que puede cambiar su voluntad y convencer a Mathrenduil de que reconsidere su postura. Si bien es cierto que tu carácter te impide manipular la mente de mi hijo, impera la necesidad de que así sea. De modo que, incluso en contra de tu voluntad, servirás a mis designios, pues no puedo permitirme el lujo de fallar en esto.
Quiero que sepas que siempre te agradeceré el servicio prestado, y que, en mi recuerdo y corazón, siempre ocuparás un lugar privilegiado.
Hasta siempre, Náwing.”
La elegante firma era la de Mórgathi, no había duda. La bruja se quedó un momento pensativa, intentando comprender aquel extraño mensaje.
- No comprendo de qué forma me puede obligar a lavarle el cerebro a Mathrenduil - dijo en tono impertinente. - ¿Y por qué se despide de mí como si nunca más me fuera a ver?
Turándil abrió un pequeño cilindro que llevaba enganchando en el cinto, y extrajo de él un rollo de pergamino que le tendió a la bruja. Ella lo miró con recelo.
- Quizá esto complete tu información - dijo el varelden, mirando a Náwing a los ojos. - Supongo que no te quedarán dudas.
La bruja alargó el brazo y cogió el pergamino. Llevaba el sello de Mórgathi y estaba abierto. Lo desenrolló despacio, vacilante, como si el contenido del mismo se le antojara peligroso. Extendió el papel, sujetándolo con ambas manos. Solo había unas pocas palabras y la firma de la reina bruja. La misiva decía:
“Cuando lleguéis al puerto oeste de Mezóberran y hayáis embarcado, mátala y envía sus restos a mi hijo.”
Antes de que Náwing pudiera reaccionar, se escuchó el silbante sonido del segur de Turándil cortando el aire antes de cercenar, de un solo tajo, la cabeza de la bruja oscura. Tanto el cuerpo como la testa cayeron pesadamente contra la cubierta de la nave, que pronto comenzó a empaparse de sangre.
Turándil dedicó una última mirada, carente de todo sentimiento, al mutilado cadáver antes de volverse a los miembros de la tripulación y darles las órdenes oportunas.
- Deshaceos del cuerpo cuando estéis en alta mar y conservad la cabeza. Guardadla en algún recipiente y entregádsela a quien allí os espere para que se la lleven al rey Mathrenduil. Y ni una sola palabra a nadie de esto.