23
Encuentros en Melle Mathere.
Fue un viaje largo, pesado y casi agotador el que hizo Mórgathi desde Bundrauth hasta la fortaleza del Señor del Fin de los Días, Sártaron: Melle Mathere. Tuvo que recorrer todos los túneles y pasadizos que había en las Montañas de los Lamentos, allá en Undraeth, hasta Shalimath. Si hubiera ido ella sola había tardado menos en hacer el recorrido, pero llevaba consigo el destacamento que su hijo Mathrenduil le había cedido para apoyar al gran señor arjón. El resto del ejército marchaba con él hacia el gran objetivo del rey varelden: Asuryon. Su intención era hacer capitular a los soberanos altos elfos y conquistar esa tierra, una herencia que les había sido negada.
Pero la reina bruja no era partidaria de los planes de su hijo, pues ella tenía objetivos mucho más ambiciosos que esa isla. Asuryon era importante, sí, pues sería una victoria moral e histórica sobre sus parientes antagonistas. Pero la Tierra Antigua abarcaba mucho más allá de las fronteras de los atelden. Y no estaba dispuesta a ceder tantos territorios a Sártaron. Ni siquiera estaba dispuesta a dejarle gobernar mucho más de lo que ella considerase oportuno. Y su hijo, con su maldita idea de la venganza, lo podía echar todo a perder.
Una vez salieron de la oscuridad de las Montañas de los Lamentos, continuaron su camino hasta llegar a Shalimath, la ciudad de la hermandad de los Dulénmaeth, los Destazadores. Su líder era Aungil el Desollador, un elfo oscuro del cual se contaban increíbles atrocidades incluso para un pueblo tan cruel como ellos. Se decía que coleccionaba las pieles de sus enemigos, incluso que su propio estandarte estaba hecho con los pellejos de aquellos que se habían atrevido a conspirar contra él. Tenía un brillo demencial en sus ojos amarillos y se había afilado los dientes para dotarse de un aspecto más aterrador.
Cuando Mórgathi y Aungil se encontraron, el señor de Shalimath le explicó que Freuthon, el sicario que había mandado Mathrenduil a investigar aquellos rumores que venían del Continente Naciente, y que hablaban de un joven y un huargo blanco, y que tanto preocupaban a Mórgathi, ya había cruzado el Paso de la Penumbra y que atravesaría las Cumbres Heladas hasta llegar a la aldea de donde parecía proceder ese joven. Aquella noticia tranquilizó a la reina bruja, aunque no se podía quitar de la cabeza la historia del chico y el huargo. Los reyes del pasado, los montaraces de Lagoscuro… Eran muchos signos que se podían interpretar como el advenimiento de un elegido, y no debían dejar que sus enemigos tomaran impulso moral con esas cosas.
Así pues, partieron desde Shalimath hasta llegar a Luhaue, ya en las tierras heladas de Mezóberran, donde Zárrock, aquel señor de la guerra con el que había sellado el pacto entre ambos pueblos, les dio la bienvenida e hizo de anfitrión antes de preparar el último tramo de aquella pesada marcha y que les llevaría directamente a la morada de Sártaron, que era Melle Mathere. De modo que se unieron a la compañía de los varelden los guerreros arjones, capitaneados por Zárrock, esos enormes hombres de pesadas y oscuras armaduras y que se hacían llamar la Guardia del Terror.
A la cabeza de la partida estaba Mórgathi, que montaba su pegaso negro, y a su lado marchaban Zárrock, Aungil y el capitán de los Heshálimaeth, Turándil, un elfo oscuro que tenía la mitad de la cabeza afeitada, y el pelo recogido en una larga cola de caballo. Su armadura tenía reflejos purpúreos y portaba un arma parecida a un sable, pero de mayor tamaño y mucho más grueso. Tras ellos avanzaba el contingente compuesto por brujas elfas, los Destazadores, los Heshálimaeth o Degolladores y la Guardia del Terror. Un mortífero grupo, no cabía duda alguna.
En un momento del viaje, Zárrock se acercó a Mórgathi para hablar con ella. No es que le hiciera mucha gracia tener que tratar con el arjón, pero tenía que reconocer que era un bárbaro bastante respetuoso, mantenía las formas y era consciente del lugar que ocupaba.
- Mi señora - dijo el arjón con su característica voz profunda, - espero que vuestro viaje hasta aquí haya resultado lo menos fatigoso posible.
Mórgathi miró al fornido bárbaro de ojos pequeños y oscuros y nariz fuerte. Resultaba ciertamente atractivo aquel señor de la guerra…
- No ha sido un viaje placentero - admitió la reina bruja, - pero estos son los sacrificios que debemos hacer para que nuestros planes lleguen a buen puerto.
- Todo lo que esté en mi mano para poder ayudaros, dadlo por hecho.
- Eres muy amable, Zárrock hijo de Kórnrak. Espero que tu señor sea la mitad de noble y atento que tú
- El Gran Sártaron el Inmortal se sentirá muy honrado con vuestra presencia. Es un orgullo poder marchar a la guerra con el noble pueblo de los varelden.
- También lo es para nosotros.
- Aunque… - Zárrock cambió el tono protocolario de su voz para dejar paso a otro más desconcertado. - Me pregunto por qué vuestro hijo, Mathrenduil, no ha querido obsequiarnos con su presencia al frente de las tropas…
Mórgathi escrutó el rostro del bárbaro, buscando algún indicio de doble intención tras esas palabras. Pero debía de ser cauta. Cualquier comentario ofensivo hacia el arjón podría ser interpretado como desafío, y ni siquiera ella podía permitirse ese lujo fuera de su reino. Al menos de momento…
- Mi hijo prefirió mantener a raya a los elfos de Asuryon. Se reunirá con nosotros a no mucho tardar.
Zárrock seguía mirando al frente, pensativo, como tratando de ordenar las ideas que, sin ningún tipo de duda, aquellas palabras habían despertado.
- Entiendo - musitó el arjón. - Aunque su presencia aquí hubiera sido recibida con entusiasmo y con orgullo.
La reina bruja comenzaba a leer entre líneas las frases corteses y amables de Zárrock. Le estaba reprochando la actitud de su hijo. El gesto de querer hacer la guerra por su cuenta y riesgo sin contar con Sártaron y su ejército se estaba interpretando como un desaire. ¡Qué estúpido era Mathrenduil! Lo podía arruinar todo.
- Mi hijo a tomado esa decisión empujado por la urgencia - explicó Mórgathi intentando salir del paso. - Si los atelden nos hubieran tomado la delantera y hubieran zarpado con rumbo a Páravon o Cáladai, habría sido un contratiempo desafortunado. Es mejor dejar a los hombres sin más aliados, y mucho menos cuando son tan poderosos como los altos elfos. ¿No crees que tu señor prefiere enfrentarse a un enemigo desmoralizado antes que a uno con fuerzas renovadas?
Zárrock miró de reojo a Mórgathi, sin girar el cuello. Luego se quedó dubitativo, pensando en aquello que le había dicho la bruja elfa. Su retórica había servido para que, al menos Zárrock, se planteara esa cuestión. Al fin, pareció salir de sus elucubraciones.
- Yo le daré la noticia a mi señor Sártaron - dijo sin más.
A Mórgathi le pareció correcto. Seguro que el señor de la guerra haría comprender a su maestro que Mathrenduil obraba por salvaguardar el éxito de la campaña. Pero debía pensar cómo hacer que su hijo abandonara esa absurda idea y marchara al lado de Sártaron. Y debía hacerlo rápido.
Cuando por fin vislumbraron la fortaleza de Melle Mathere, Mórgathi se sorprendió ante la magnificencia de aquella construcción levantada alrededor de un pequeño desfiladero entre las montañas. La roca era oscura, entre gris y negro, dotando a la morada de Sártaron de un aspecto imponente y sobrecogedor, con sus altas torres alrededor dentro y fuera de las murallas principales. Se levantaba en tres niveles, su único acceso era un puente de dos arcos que comunicaba el baluarte con el llano, salvando el abismo que servía de defensa. Era una gran obra, para haber sido levantada por bárbaros, pensó la reina bruja mientras cruzaban los portones oscuros de Melle Mathere.
Subieron hasta el tercer nivel por pasillos empedrados con piedra negra, hasta llegar al fortín donde Sártaron tenía su trono. Mórgathi observaba mientras ascendían cómo todos los borses y arjones que allí militaban les miraban con desconfianza, y a menudo se giraban los unos hacia los otros para cuchichear cosas a cerca de los inquietantes elfos oscuros. La mera idea de sentirse admirada y temida al mismo tiempo, le provocaba una sensación de poder increíble. Algún día, cuando ya no los necesitara, todos aquellos rudos hombres pasarían a disposición suya. Y haría con sus vidas cuanto quisiera.
- Ahora entraré yo primero - le dijo Zárrock mientras saludaba marcialmente a los guardias de la puerta. - Y le comunicaré al Gran Sártaron que habéis llegado. Esperad aquí hasta que os mande llamar o salgamos a recibiros.
Esperar ahí de pie como si fuera una vulgar concubina… Aquello era un insulto. ¡Ella era la Reina Madre de Undraeth! ¿Cómo se atrevían a dejarla a las puertas? Respiró profundamente, procurando no perder los nervios y ordenar a toda su hueste que arrasaran con los patéticos y débiles mortales. No debía perder el control, no debía… Esbozó una cínica sonrisa y asintió con el gesto, complaciendo a Zárrock que ya entraba en busca de su señor.
- La arrogancia de este arjón llamado Sártaron no tiene límites, mi señora - la voz silbante de Turándil hizo que Mórgathi se volviera bruscamente.
- Sí - dijo la reina bruja. - Para ser un simple hombre tiene demasiado orgullo y ego. Pero debemos jugar aceptando las reglas que proponen, ya habrá tiempo para hacer trampas más adelante.
- ¿Y qué sucederá cuando se entere de que vuestro hijo no ha venido? - preguntó el capitán de los Degolladores. - Sin duda su ausencia no formaba parte del juego.
Mórgathi miró hacia las puertas, como si consiguiera ver a través de ellas, y dibujó en su precioso y blanquecino rostro una sonrisa turbadora.
- Eso está a punto de solventarse. Mathrenduil vendrá muy pronto.
Turándil la miró un tanto confuso, pero no dijo ninguna palabra más. Y aunque la hubiera dicho, Mórgathi no estaba dispuesta a seguir dando explicaciones.
En ese momento las puertas del fortín se abrieron de par en par, y de las sombras apareció la gran figura de un hombre. Vestía una armadura de metal oscuro y llevaba el yelmo debajo del brazo. Su rostro era tan duro y frío como las rocas que rodeaban Melle Mathere. No había duda, estaba ante la presencia del que algunos llamaban Sártaron el Inmortal, o Sártaron el Invicto. También conocido como El Señor del Fin de los Días. Bajó las escalera con paso firme y decidido y se situó delante de Mórgathi. El hombre le sacaba una cabeza y media de altura. No le hizo reverencia alguna ni gesto cortés en reconocimiento a su condición de reina de los varelden, simplemente se quedó ahí parado, con la mirada clavada en los ambarinos ojos de Mórgathi. Ella, al ver aquellas malas formas por parte de Sártaron, tampoco hizo gesto alguno ni apartó la mirada.
- Explicadme por qué no ha venido vuestro hijo - las palabras del gran señor del norte fueros tan frías y cortantes como el clima de aquel desierto helado. A Mórgathi no le extrañó esa brusquedad, al fin y al cabo eran bárbaros.
- Se ha demorado, pero pronto vendrá - respondió la reina bruja haciendo acopio de toda su prudencia. Era indispensable que Sártaron no se sintiera ofendido.
- Demorado… Zárrock me ha dicho que ha marchado hacia Asuryon. Que va a hacer la guerra por su lado, sin contar siquiera con nuestras opiniones.
- Mi hijo es el rey de los varelden. Creo que no necesita el beneplácito de nadie - aquellas palabras se le habían escapado, al instante se dio cuenta de que había sido un error. - Aun así, Gran Sártaron el Inmortal, insisto en que solo es una pequeña demora. Se reunirá con nosotros antes de lo que pensáis.
- Recordad, reina varelden, que hicimos un pacto entre nuestros dos pueblos.
Mórgathi esbozó esa seductora sonrisa que tanto aplicaba ella ante esas situaciones de tensión. Nadie se resistía a eso.
- ¿Acaso dudáis de mí? - dijo zalamera la reina bruja, mientras sostenía la mirada al arjón que parecía tallado en piedra.
- Acompañadme dentro, por favor - invitó Sártaron acompañando con un gesto de su mano. Los hombres eran débiles, pensó Mórgathi. Nadie podía resistirse a su belleza.
Una vez dentro del fortín, Sártaron la condujo al salón del trono. Cerró las puertas color azabache tras él y éstas quedaron custodiadas por dos Ungidos. Dentro del salón se quedaron solos junto con Zárrock.
- Imagino que Zárrock os habrá puesto al corriente de todos nuestros movimientos durante vuestro viaja a Melle Mathere - comenzó Sártaron.
- Creéis bien - contestó Mórgathi, observando con curiosidad aquella nave, dedicando especial atención al trono cuyo respaldo estaba formado por hojas de espadas.
- He de informaros que una gran horda de orcos y ogros vienen desde el Valle de Rumm - continuó Sártaron. - Otros han cruzado un paso de montaña que atraviesa el Ered-Durak, y creo que han alcanzado ya la aldea de Thondon, en Cáladai.
Mórgathi puso los ojos como platos al escuchar el nombre de la aldea. ¡Era aquella de donde procedían los rumores de aquel muchacho y su lobo! El que podía ser un referente para muchas almas en busca de una señal. Sártaron se dio cuenta de que, a la reina bruja, el nombre de la aldea no le era ajeno.
- Intuyo que habéis oído hablar de Thondon - Sártaron esbozó una media sonrisa.
- Creo que tanto como vos - sentenció firme Mórgathi, que no estaba dispuesta a mostrar su intranquilidad tan alegremente.
- En ese caso os complacerá saber que la aldea ha quedado reducida a cenizas.
Aquello sí que era una sorpresa, y una alegría, por cierto. Los orcos y los ogros eran seres inferiores en todos los aspectos, grotescas y patéticas formas de vida, pero había que reconocer que eran infalibles reinando el caos y la destrucción. Si esa aldea había caído, y Sártaron ya lo sabía, eso quería decir que todo Cáladai estaría conmocionado con la noticia, y más preocupados de prepararse para la guerra que de prestar atención a historias de viejas sobre el joven y el lobo blanco.
- Pensé - dijo Mórgathi procurando ocultar sus emociones al respecto - que uno de nuestros servidores habría llegado antes. Recibí un cuervo de una de mis brujas, Náwing, explicándome vuestra inquietud sobre ciertos asuntos.
- Asuntos que también os inquietan a vos.
Mórgathi sonrió y meneó la cabeza.
- De modo que conocéis las profecías élficas…
- He leído algo al respecto - admitió Sártaron, apoyando su yelmo en uno de los asientos que estaban alrededor del trono. - Muchos de los clanes de nuestro pueblo los forman gentes muy supersticiosas. Otros, en cambio, ignoran lo que respectan las tradiciones, leyendas, mitos o creencias. Creo que, para conseguir vencer al enemigo, también debes conocerlo, saber cómo piensa y qué es lo que le inquieta. Y el conocimiento de esas profecías forman parte de la estrategia. Como veis, mi señora, no estáis delante de un simple bárbaro.
Mórgathi volvió a sorprenderse ante la inteligencia estratégica del arjón. En efecto, no era un bárbaro común y corriente como aquél que sacrificó en el altar de su templo. Éste era distinto, y no debía subestimarle. Ahora más que nunca urgía que Mathrenduil aparcara sus planes para con Asuryon y marchara a la guerra junto con Sártaron.
- Nunca dudé ni de vos ni de vuestro pueblo, mi señor Sártaron - dijo Mórgathi haciendo gala de sus modales corteses y refinados, - o de lo contrario nunca habría sellado un pacto de tal importancia. Y os agradezco que me mantengáis al tanto de lo que ha ocurrido en Thondon. De todas formas, y como ya os he dicho, algunos de nuestros sicarios varelden se dirigen hacia esa aldea, o lo que quede de ella. Verificarán que no haya quedado rastro alguno ni del joven del lobo ni de su historia. Y, en cuanto tenga noticias de ello, no dudéis de que seréis el primero en saberlo.
- Os lo agradeceré.
Mórgathi volvió a mirar alrededor suyo. Sin duda era una magnífica edificación. Sártaron estaba en lo cierto al afirmar que él no era como los demás arjones. Ni siquiera Zárrock se le podía comparar. Y Mathrenduil pretendía marchar contra los atelden, el muy…
- Mi señor Sártaron - dijo Mórgathi volviéndose de pronto hacia el Señor de Mezóberran, como si hubiera despertado de un trance, - ha sido un trayecto largo y pesado el que he recorrido. Me gustaría darme un baño en agua caliente y poder dedicarme a mis asuntos.
Sártaron asintió con el gesto.
- Zárrock os llevará a los aposentos que he dispuesto para vos. Todo lo que preciséis, solo tenéis que pedirlo.
- Sois muy amable, mi señor. Y, ahora que lo mencionáis, sí quisiera pediros varias cosas.
- Os escucho.
- Necesitaría pluma, tres pergaminos y un cuervo. He de mandar varios mensajes sin demora.
Sártaron la miró con cierta desconfianza, que no pasó inadvertida para Mórgathi.
- No desconfiéis de mí - la reina bruja volvió a sonreír con sus carnosos labios al arjón, que intercambiaba miradas con Zárrock. - Las necesito para que mi hijo se reúna con nosotros lo antes posible.
Sártaron parecía algo más convencido al escuchar aquello. Volvía a quebrantar su voluntad con una cautivadora sonrisa y mirada.
- Zárrock, procura a la reina lo que necesite - sentenció.
- Sí, mi señor.
- Una cosa más - apuntó Mórgathi. - Me complacería ver a Náwing y disponer de sus servicios. Ahora que estoy aquí, desearía tener a todas mis brujas.
- No hay inconveniente en ello. Sois su reina.
- Os lo agradezco infinitamente, mi señor Sártaron.
Dicho lo cual, abandonó el salón en compañía de Zárrock, que la guió hasta unas dependencias próximas al mismo. La habitación no era como sus aposentos del templo, pero al menos tenía donde poder bañarse.
- Os pondré a dos hombres de la guardia personal de mi señor para custodiar las puertas - dijo Zárrock al tiempo que salía de la alcoba.
- No será necesario - replicó Mórgathi. - Mis Desolladores se encargarán de velar por mi seguridad. Cuando localicéis a Náwing, hacédselo saber a su capitán y que la traiga ante mí.
- Como deseéis, mi señora.
Zárrock desapareció, dejando a Mórgathi en la soledad de sus aposentos. Al lado de una mesa pequeña vio varios pergaminos, un frasquito de tinta, una pluma negra y una barra de cera para lacrar los rollos. Era el momento de ponerse manos a la obra y hacer que Mathrenduil acudiera. No iba a demorar más el momento.
Escribió tres pergaminos y los enrolló por separado. Dos de ellos los guardó en un cajón, y el otro lo sostuvo en su mano mientras no quitaba ojo de la puerta. Al fin, la llamada que esperaba se produjo. Alguien tocaba desde el otro lado.
- Adelante - dijo Mórgathi sin borrar la sonrisa de sus labios.
Eran Turándil y Náwing, tal como ella había imaginado. Perfecto, su voluntad pronto se vería cumplida.
- Náwing, querida - dijo con fingida amabilidad la reina bruja, - espero que tu estancia en Mezóberran no haya sido muy fastidiosa.
La bruja le dirigió una mirada llena de reproche a Mórgathi. No era ningún secreto, las dos no simpatizaban en demasía.
- Lo cierto es que no ha sido tan desagradable como quizá pensabais, mi señora - las palabras de Náwing eran esencia pura de veneno. - Más teniendo en cuenta que me entregasteis a los bárbaros como prueba de lealtad, sin contar conmigo siquiera.
- Vamos, no te lo tomes como algo personal - contestó como queriendo quitarle importancia Mórgathi al asunto. - Además, no fuiste tú sola. Pero no quiero discutir sobre ello, quiero compensarte por tus servicios prestados. Entiendo que este tiempo en este desierto helado no ha debido de ser agradable, y nos has servido bien, Náwing.
- Al menos eso he intentado.
- Y lo has logrado. Por eso te has ganado el partir de aquí - cuando Mórgathi dijo esto, Náwing puso los ojos como platos. - Has hecho demasiado por nosotros, y ahora la guerra que está en ciernes no es asunto tuyo. Quiero que vuelvas al lado de mi hijo, hasta que él venga aquí. Incluso si deseas seguirle cuando lo haga, serás bien recibida de nuevo. Si por el contrario, prefieres regresar a Undraeth, eres libre de hacerlo también.
Náwing no podía creer lo que escuchaba. Ese alarde de gentileza por parte de Mórgathi no era propio de ella. Y mucho menos desde que se enteró que su hijo mantenía una apasionada relación furtiva con ella. La reina bruja se había opuesto desde el principio, y no mantenía buena relación con ella desde entonces. Pero sus grandes dotes como sacerdotisa y hechicera le habían dotado de un puesto de privilegio a su lado, de modo que Mórgathi estaba condenada a soportarla.
- ¿Y bien? - dijo la reina bruja mirando de soslayo a Náwing.
- Será como deseéis, mi señora - la voz de Náwing era un hilo frágil debido a la emoción.
- Perfecto pues. Una última condición: Me gustaría que le entregaras a Mathrenduil este pergamino - extendió su mano, entregando el rollo lacrado a Náwing. - Aquí le informo de todos los pasos que nuestros aliados piensan ir dando y de mis intenciones. Turándil te escoltara hasta el Paso de la Penumbra, donde embarcarás hasta llegar a mi hijo.
- Así lo haré, mi señora. Y… gracias.
Mórgathi se acercó a la bruja elfa y le dio un abrazo intenso, quizá demasiado intenso. A continuación la miró a los ojos.
- No me des las gracias. No sabes el favor que le haces a tu pueblo.
Cuando Náwing salió del cuarto, Turándil se dispuso a hacer lo propio, pero Mórgathi le hizo un gesto para que se esperara.
- Tengo un mensaje para ti - le dijo mientras abría el cajón donde guardaba los otros dos rollos. - Aquí tienes. Antes de escoltar a Náwing quiero que lo abras y lo leas. Después de leerlo, destruye esa misiva, y no hables con nadie de su contenido o, de lo contrario, pagarás la traición con tu propia vida, encargándome personalmente de ello. Sigue las instrucciones al pie de la letra y no vaciles.
Turándil cogió el rollo de pergamino y lo miró curioso, luego volvió a mirar a Mórgathi.
- Seguiré vuestras indicaciones paso por paso.
- Eso espero. Ahora puedes retirarte y preparar la marcha. Saldréis al alba.
Una vez que se quedó sola, Mórgathi sacó el tercer pergamino y lo sujetó entre sus manos con mucho cuidado, casi como si de un bebé se tratase. Todo estaba en marcha, solo quedaba dar un paso más. Pero necesitaba ceder un poco de tiempo. Antes de marchar a la guerra solicitaría el cuervo que le había pedido a Sártaron, mandaría ese último mensaje y habría conseguido su propósito.
Abrió la puerta de sus dependencias y se asomó, viendo a los dos Desolladores que custodiaban la entrada a su habitación.
- No quiero que nadie me moleste - ordenó en tono severo Mórgathi.
Los dos soldados asintieron. La reina bruja cerró despacio y se detuvo un momento, con los ojos cerrados. Lanzó un suspiro de satisfacción y se acercó a la cama, donde había dejado tirada su capa de viaje. Sus manos se movieron deprisa, buscando algo en el ovillo que era el manto oscuro, y extrajo un bulto del tamaño de una cabeza, enrollado en una tela.
Mórgathi se sentó detrás de la mesa que había en la estancia y depositó en ella el paquete. Sentía la necesidad de verlo de nuevo, de consultar su sabiduría una vez más. Tenía que cerciorarse de que sus designios se iban cumpliendo o, incluso, que se cumpliesen. Lo desenvolvió sosegadamente y apareció una esfera negra y brillante, completamente pulida. Una especie de piedra o mineral completamente distinto a lo que jamás mortal alguno hubiera visto. Pero ella sí sabía lo que era. Llegó a sus manos hace siglos, de forma casual, y había estudiado sus artes durante todo aquel tiempo, recurriendo a ellas en más de una ocasión.
Mórgathi sonrió nerviosamente. Sus ojos estaban clavados en la oscura y reluciente esfera, que le devolvía el reflejo de los mismos. Sus manos se aproximaron lentamente a su contorno, muy despacio. Cuando estaba a escasos milímetros de ella, la piedra comenzó a relucir de forma débil, sutil, casi imperceptible. Las dos manos de la reina bruja se posaron sobre ella y la aferraron con seguridad. Entonces, una tenue luz se arremolinó en el interior de la esfera, como si de un humo verdoso se tratase. Poco a poco, aparecieron imágenes difusas que fueron tomando forma.
Se veía de fondo una ciudad severamente castigada por la guerra, se podía intuir por las marcas en sus muros, y una gran extensión donde yacían millares de cuerpos inertes. Hombres, elfos, orcos y demás seres de la Tierra Antigua. No había duda, la batalla había concluido. Pero un grupo de jinetes avanzaban por el campo, portando negros estandartes con una figura blanca que no alcanzaba a identificar. A la cabeza iba un digno y joven guerrero, ataviado con una hermosa y resplandeciente armadura. Montaba un corcel blanco, un magnífico ejemplar. En su mano derecha, empuñaba una espléndida espada cuya hoja refulgía con fuerza. Los ojos de noble guerrero se posaron en los de Mórgathi, como si realmente pudiera verla. Una chispa incendió la ira que la varelden sentía por aquel hombre, cuya presencia amenazaba con echar a perder todos sus planes.
- ¿Acaso no reconoces a la muerte cuando te está mirando? - soltó entre dientes Mórgathi, depositando en cada sílaba todo el odio que contenía su ser por ese hombre arrogante.
La mirada del guerrero no se apartó, ni pareció amedrentarle lo más mínimo. Continuaba ahí, tan noble y digno como los reyes de antaño. Por fin, pareció hablar.
- Yo solo conozco al Lobo - su profunda y potente voz penetró en lo más profundo Mórgathi.
La Reina Bruja, abrumada por aquellas palabras, retiró las manos de la piedra bruscamente, y se retiró unos pasos más para atrás, apartando la mirada de la misma. Estaba jadeando, nerviosa, todo había sido muy intenso. Miró de soslayo la negra esfera. La visión había desaparecido, volvía a ser esa piedra oscura de gran belleza. Suspiró algo más aliviada. Aquella revelación que había desaparecido de la piedra también tenía que desaparecer de la realidad.