28
Los herederos de Cáladai.

 

 

 

   - Los orcos ya no nos siguen - anunció Ectherien mientras se aproximaba, con paso acelerado, donde Dálfvar y Velthen estaban. - Han tomado rumbo oeste.

   - Su objetivo es Cáladai - apuntó el mago, meneando la cabeza en un gesto de resignación. - Tal y como yo sospechaba.

   - Los envían a sabiendas de que no son rival para los ejércitos de Cáladai, pero servirán para debilitar sus defensas y producir cierto desgaste antes del golpe final.

   - El enemigo se está moviendo con milimétrica meticulosidad. Avanza por varios frentes, impidiendo que nos podamos adelantar a sus jugadas. Si no golpean por un lado, golpearán por otro.

   Velthen estaba sentado bajo un árbol, con la espalda apoyada en el tronco. Escuchaba a medias la conversación entre el montaraz y el mago, mas no era porque ambos hablaran en susurros, es que simplemente tenía demasiadas cosas en la cabeza. Su cuerpo estaba magullado y dolorido, cubierto de barro y oscura sangre seca. Le picaban los ojos, a causa del humo y de las lágrimas. Aunque, el dolor más profundo lo producían los recuerdos. Su aldea, su gente, sus padres… Su vida, en definitiva. Todo se había consumido en las llamas de Thondon. Ya nada volvería a ser igual, y no sabía si estaba preparado para afrontarlo.

   - Creo que podríamos hacer un alto en el camino, Dálfvar - le dijo el montaraz al mago. - Aquí, en el Bosque de Thondon, estamos guarecidos y Lagoscuro no queda lejos. Creo que Velthen lo agradecerá.

   El joven sintió como su viejo amigo posaba su anciana mirada en él. No le gustaba inspirar lástima, y de buena gana se hubiera levantado y animado a continuar andando, pero no podía. No le quedaban fuerzas. Y tampoco tenía ganas de buscarlas. Como si hubiera leído su pensamiento, el huargo blanco apareció, como siempre en silencio, como un fantasma, y posó su cálido y suave hocico sobre las rodillas del muchacho, dedicándole una mirada cargada de ternura e inteligencia. Era increíble cómo una bestia tan imponente podía demostrar tanto afecto hacia el herrero. Velthen se sintió reconfortado con la presencia del enorme lobo blanco, acariciándole la cabeza y el lomo.

   - Como puedes ver - dijo Dálfvar mientras se aproximaba, - puede fallarte todo en esta vida. Pero, lo que sí es seguro, es que él nunca te abandonará.

   El tacto del suave pelaje del huargo hizo que, durante unos momentos, Velthen se olvidara de todas sus desgracias.

   - Resultó más fácil salvar al huargo que poner en alerta a toda mi aldea - Velthen parecía hablar más consigo mismo que con el mago. - Debería haber resultado igual de sencillo poder salvarlos.

   El viejo mago se sentó al lado de Velthen y acarició al lobo, que le respondió lamiéndole los dedos con delicadeza.

   - Nadie dijo que la vida fuera sencilla en ningún aspecto. A veces lo sencillo nos resulta de lo más complicado, y, en cambio, otras veces lo extremadamente difícil e incomprensible se nos presenta como simple y factible. Todo depende del momento y de los ojos con que los miremos.

   - Dálfvar, me he quedado solo - la voz del muchacho era tan solo un hilo. - He perdido mi trabajo, mi hogar y a mi familia. Hace tan solo un día estaba deseando escapar de Thondon, irme lejos y empezar de cero. Ahora daría lo que fuera por poder regresar y seguir como siempre. Escuchar la risa de mi madre, el sonido del martillo de mi padre en la forja, las voces de los aldeanos cuando había mercado callejero. Ahora son ecos de voces que nunca volverán.

   El mago se sintió emocionado con las palabras del muchacho. Y es que realmente no era justo. Una vida tan joven y marcada para siempre por el dolor. No, no era justo en absoluto.

   - Velthen - la voz del mago estaba tocada por la turbación, - no pretendo que encuentres consuelo en mis palabras, ni que en ellas halles una luz que te indique el camino a seguir, pues prefiero que lo elijas tú. Pero quiero que sepas que, la muerte de tus padres, no ha sido en vano y que tendremos nuestra oportunidad para honrar su memoria como realmente se merecen. Pero, déjame decirte, que todo en esta vida sucede por una razón, a veces difícil de ver. El destino suele golpearnos con dureza para hacernos más fuertes, y poder así afrontar los designios que nos tiene reservados.

   - No sé que pretende el destino con esto. Solo sé que yo debería haber estado allí.

   - Y entonces, tú también estarías muerto y nadie podría vengar la muerte de tus padres. No te culpes por lo sucedido, joven herrero, porque el recuerdo de tus padres perdurará mientras vivas.

   - Yo ya no soy un herrero. No sé ni siquiera lo que soy.

   El huargo lamió cariñosamente las mejillas de Velthen, unas mejillas que las lágrimas surcaban como si fueran el cauce de un río.

   En ese momento apareció Ectherien, que traía sobre sus hombros un joven venado. Mientras Velthen y el mago charlaban, había aprovechado para buscar la cena. Lo dejó en el suelo y comenzó a despellejarlo con una afilada daga de elaborada empuñadura.

   - Encendamos un fuego - dijo en montaraz mientras continuaba preparando la pieza. - Llenar el estómago nos reconfortará. Han sucedido muchas cosas en poco tiempo y podemos tomarnos un pequeño respiro para asimilarlas.

   Velthen fue el encargado de buscar la leña, siempre acompañado por el fiel lobo blanco, que no se separaba de él en su dolor. Al menos, el pequeño paseo le sirvió para apartar todos aquellos crueles pensamientos, e incluso sentirse distraído. Dálfvar fue quien hizo el fuego, posando su vara entre las ramas secas y diciendo una palabra que provocó una diminuta chispa, la cual sirvió para que la leña ardiera. Ectherien, por su parte, repartió la carne entre los tres, dejando los restos para el huargo. Así pues, los tres compañeros encontraron un momento de esparcimiento y dejaron sus problemas apartados, al menos durante el rato que estuvieron comiendo.

   La cena transcurrió en silencio, quizá por el hambre, la relajación de los nervios, o tal vez por cierto desánimo. Para Velthen fue un alivio no tener que hablar, eso le sirvió para poder saborear a jugosa y rica carne a la brasa. Con el hambre saciada todo parecía menos trágico. Cuando todos hubieron acabado de cenar y se acomodaron frente al fuego, Velthen se sintió con ánimo de hablar.

   - En el fondo, Dálfvar - comenzó el joven a decir, - siempre sospeché que podrías ser un mago.

   El viejo sonrió ante aquel comentario.

   - ¡Vaya! ¿Y qué te hizo pensar eso? - preguntó amablemente el anciano.

   - No sé… Digamos que ciertas actitudes. Demasiada información y tan precisa no era propia de un simple peregrino. A veces hablabas como si conocieras a cada rey, gobernante y capitán de muchos reinos. Y siempre me llamó mucho la atención la forma tan cortés que tenían los enanos, los pocos que he visto en la taberna del Lobo Errante, de tratarte.

   - El chico es observador, de eso no cabe duda - intervino Ectherien entre risas.

   - Siempre ha hecho gala de ser muy inteligente, a veces demasiado - dijo Dálfvar. - Siempre me ha hecho preguntas comprometidas que me hacían pensar que, tarde o temprano, me descubriría. No quería causar revuelo alguno en Thondon, y procuraba pasar desapercibido siempre que mis pasos me guiaban hasta allí.

   - Mi padre siempre lo sospechó, ¿verdad? - preguntó Velthen, con la mirada triste. El mago asintió.

   - El viejo Velteon era el herrero más reputado de todo Cáladai, me atrevería a decir. Sus aceros han armado desde a la legendaria Guardia del Huargo Blanco hasta al mismísimo Hemen y sus Caballeros de Plata. Le llegaban a sus oídos rumores sobre quién era yo en realidad. Por eso no le agradaba que frecuentaras tanto la taberna. Quizá temía que ese espíritu tuyo, aventurero e inquieto, te empujara a seguir a este viejo loco en alguno de sus viajes.

   - ¡Qué ironía! - exclamó Velthen encogiéndose de hombros. - Al menos no ha vivido para ver ese momento.

   - En el fondo, Velthen, - apuntó Ectherien, - tu padre sabía que llegaría este momento.

   El joven miró a los profundos ojos del montaraz, buscando algo más de claridad en sus palabras, pero no consiguió nada. De modo que volvió a preguntar a Dálfvar:

   - ¿Y por qué Thondon? ¿Qué fue lo que hizo que tus pasos te llevaran tanto por una aldea que, aunque pertenezca a Cáladai, apenas tiene interés alguno?

   - Otra pregunta inteligente de muchacho - rió el montaraz. Dálfvar levantó una mano, como pidiendo silencio.

   - Thondon era un lugar estupendo para pasar casi inadvertido - explicó el mago, sacándose una pipa uno de sus bolsillos y encendiéndola. - Hace ya mucho tiempo que los ecos de una amenaza vienen resonando desde el norte, desde Mezóberran. Al principio todo era información confusa, habladurías de viajeros místicos que pronosticaban el advenimiento del caos. Pero pronto se confirmaron todas estas conjeturas. El decano de mi orden, Sálthar el Albo, decidió que teníamos que investigar sobre todos aquellos sucesos, pero siempre desde la discreción, no debíamos crear una alarma innecesaria. Thondon era el lugar perfecto para servir de puente entre todo lo que acontecía en el norte, en Onun y más allá, y Griäl. También mandó a otro mago a Páravon, el reino de los caballeros, pero de un tiempo a esta parte no hemos tenido noticias suyas. Creemos que algo debió suceder en Olath, pero esto son solo pesquisas.

   Velthen escuchaba con atención el relato de Dálfvar. Era casi como escuchar algunas de aquellas historias que solía contar en El Lobo Errante, al calor del fuego de la chimenea, bebiendo una jarra de cerveza negra. Ahora se preguntaba si, aquellos relatos, serían vivencias auténticas del mago.

   - La guerra de la que hablas, ¿dices que viene del norte? - preguntó en joven, fascinado ante aquellas revelaciones.

   - Así es - contestó Ectherien, mientras Dálfvar chupaba de su pipa. - De los desiertos helados de Mezóberran. Los clanes de los bárbaros norteños ahora marchan bajo un mismo estandarte. Borses y arjones se han unido en una campaña común.

   - Siempre escuché que estos dos pueblos eran enemigos - consideró Velthen. - Que se masacraban los unos a los otros de forma indiscriminada.

   - Eso fue antes de la aparición de Sártaron - apuntó ceñudo Dálfvar, seguido de un profundo silencio, que ensalzó aún más la importancia de ese nombre.

   - ¿Sártaron? - preguntó dubitativo Velthen. Dálfvar asintió.

   - Así es, al menos, como lo conocemos. Poco se sabe de cómo apareció en escena este caudillo arjón, y la información suele ser confusa. Solo podemos asegurar que se trata de un líder de gran poder. Ha conseguido conquistar, uno por uno, a todos los clanes de los arjones, subyugando a sus jefes, aniquilándolos si era necesario. Se trata de una figura que inspira el mismo respeto como terror en aquellos que escuchan su nombre.

   - Lo cierto es - continuó Ectherien - que se ha hecho con el control de todo Mezóberran, se ha convertido en el tirano de las tierras heladas del norte. Cuando obtuvo el control total de todos los clanes arjones, no le fue difícil someter a los borses, mucho más bárbaros y poco disciplinados que sus vecinos. Ahora el poder militar de Sártaron es inigualable. Ningún otro norteño fue capaz de unificar todo Mezóberran.

   - ¿Podría representar una amenaza? - a Velthen había cosas que no le encajaban. - Quiero decir, que amenazar a tres reinos como son Onun, Páravon y Cáladai tan solo con su horda de bárbaros, ¿no es subestimar al adversario?

   - Tienes razón, Velthen - asintió el mago. - Pero, tienes que pensar que Sártaron no ha llegado hasta el lugar que ocupa siendo imprudente, o pecando de soberbia. No, él no parece ser así, y sabrá que no puede llevar a cabo sus planes con éxito si no es con algo de ayuda. Por eso, sospechamos que ha debido sellar sendos pactos con otros pueblos y criaturas. El enemigo tiene varios tentáculos con los que rodear a sus víctimas.

   - ¿Otros pueblos? - ahora parecía encajar todo en la mente de Velthen. - Entonces, el ataque de los orcos no fue casual…

   Ectherien asintió con gesto serio, clavando esa mirada tan profunda sobre en muchacho.

   - Ignoramos con cuántos ha llegado a pactar - aclaró el montaraz. - Lo que está claro es que, poco a poco, todo lo que íbamos sospechando se está haciendo realidad. De ahí la importancia de tratar de mantener contacto con los demás pueblos libres, e intentar recopilar el máximo de información. Es la única forma que tenemos de anticiparnos a sus movimientos y trazar nuestras propias estrategias.

   - De momento - intervino Dálfvar, que había acabado su pipa - solo tenemos constancia de que la guerra ha llegado a Onun. El rey Haoyu marchó con sus ejércitos hacia el norte de su reino para tratar de frenar la embestida de Sártaron, que pretende reducir Onun a escombros antes de penetrar en Cáladai.

   - Los orcos que atacaron tu aldea no son más que una avanzadilla para hostigar a sus enemigos, debilitar sus defensas y dejarlos más vulnerables ante su más que posible ataque - señaló Ectherien.

   Velthen estaba atónito ante tanta información, le costaba digerir todo lo que se le exponía. Pero hacía un gran esfuerzo por comprender y aceptar todos aquellos conceptos. Al fin y al cabo, la guerra afectaba a todo el mundo, y el motivo de que su hogar hubiera sido devastado tenía la raíz en ello.

   - Bueno, ¿y qué opinan los demás reinos? - volvió a preguntar el joven, ansioso de respuestas e información. - Se unirán ante esta amenaza, ¿no es así?

   Dálfvar y Ectherien intercambiaron unas miradas que desconcertaban. Parecían decirse cosas sin necesidad de articular palabra. Por fin, el mago habló:

   - Aún no tenemos noticias de los demás reinos, Velthen. Solo tenemos constancia de lo que está sucediendo en Onun. Supongo que Sálthar haya puesto al corriente al regente Átethor, pero, con la corte de carroñeros que tiene entre sus consejeros, dudo mucho que tomen una decisión rápida y adecuada. Páravon, en cambio, es más receptiva. Dúnel y Danéleryn se han caracterizado por su templanza y sabiduría, mas, como ya te hemos comentado, el mago que mandamos allí parece haberse perdido en Olath, y dudamos de que les hayan llegado las nuevas. De los elfos y enanos no sabemos nada todavía.

   - ¡Elfos y enanos! - exclamó con sorpresa el joven. Siempre había soñado con ver elfos.

   - Sí, esto nos incumbe a todos.

   - ¿Y por qué Onun no solicitó ayuda? - volvió a cuestionar Velthen. - ¿Por qué no le proporcionó la información de primera mano a Cáladai?

   - Pues porque Onun es un pueblo de orgullosos guerreros - dijo Dálfvar. - Se jactan de no haber pedido ayuda en muchos siglos, y su historia se cuenta por victorias en el campo de batalla. Ni siquiera aceptaron que la Muralla y Dür Areth se construyera en el Paso de la Garganta Negra, porque lo consideraban un insulto a su poderío guerrero. Prefirieron quedarse aislados de Cáladai antes que aceptar una ayuda externa. Y esa mentalidad perdura en nuestros tiempos, joven Velthen. Si no hubiese sido por la Guardia del Huargo Blanco, que informaron a los montaraces, nunca nos hubiéramos enterado de lo que se fraguaba en Mezóberran.

   La noche ya era cerrada. El cielo estaba raso, y un manto de estrellas se extendía por todo el firmamento hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Pero Velthen solo quería saber más.

   - ¿Y por qué los montaraces no avisasteis a Griäl? - le preguntó a Ectherien.- ¿No pensasteis en mandar una misiva al señor regente?

   El montaraz suspiró con abatimiento.

   - Verás Velthen. Las relaciones que mi gente mantiene con el gobierno de Átethor no son nada fluidas. Nos declaramos independientes a un poder que margina a nuestro linaje, que nos señala con el dedo por ser herederos de un legado que pone en peligro la hegemonía de la Casa de los Regentes.

   - ¿Herederos de un legado?

   - Así es. Para el resto del mundo solo somos montaraces, gente que vagamos por los montes, que hacemos guerra de guerrillas con orcos, trolls, ogros y demás seres. Pero la verdad, Velthen, es mucho más que eso. Somos los legítimos herederos del trono de Cáladai.

   La sorpresa fue mayúscula y no tardó en dibujarse en el rostro del joven, que permanecía con la boca abierta y los ojos como platos.

   - ¿Herederos de Cáladai? - Velthen estaba completamente perplejo. Ectherien asintió con el gesto.

   - Cuando el último de los reyes de Cáladai cayó, en la célebre guerra que asoló la Tierra Antigua, donde los elfos se dividieron y nuestros antepasados mostraron lealtad a los que, en su lengua, se hacen llamar atelden, muchos de los nuestros pelearon por hacerse con el poder. Divididos y sin dirección, hermanos confabularon contra hermanos por un ansia de poder impropia de una gran raza entre los hombres. Los elfos, que estaban agotados de tanta guerra y sufrimiento, nos condenaron con la pérdida de nuestro legítimo reino, obligándonos a abandonar nuestro hogar como penitencia por nuestra codicia. Cogieron la espada del rey caído, la llevaron a lo que ahora es Lagoscuro y la ocultaron en una cueva en mitad del bosque. Arrojaron sus sortilegios sobre esta gruta, dictando que solo el legítimo heredero de Cáladai podría acceder a ella y empuñarla, pudiendo reclamar su derecho al trono. Todos los que intentaran conseguirla, y no fueran el elegido, perecerían en el empeño.

   - ¿Y hubo alguien que se atreviera a intentarlo?

   - Sí, desde luego. Muchos y muy valerosos. Hombres de puro corazón e innegable nobleza. Pero ninguno salió con vida de la Cueva, y nada se volvió a saber de ellos. Hay quien opina que la espada se perdió, que no reposa en la Cueva, y que nadie regresa porque, simplemente, mueren buscando algo que no existe. Otros creen que el legítimo dueño de la espada aparecerá, que su advenimiento está ligado a una profecía élfica que así lo vaticina.

   El relato era apasionante en todos los sentidos, y Velthen se entusiasmaba al comprobar que, a cada pregunta que hacía, las respuestas traían consigo impactantes revelaciones. Continuó preguntando:

   - ¿Una profecía élfica? ¿Qué tienen que ver los asuntos de los elfos con esto?

   - Eres demasiado curioso, ¿no crees, jovencito? - sonrió Dálfvar mirándole por el rabillo del ojo.

   - Creo que lo menos que me merezco son ciertas explicaciones, dadas las circunstancias. Os estoy acompañando a un lugar del que solo he oído hablar en leyendas y cuentos para críos. Espero cierta información, al menos.

   - El chico tiene razón, Dálfvar - intervino Ectherien. - Como tú bien has dicho, Velthen, las profecías de los atelden no tienen nada que ver con nosotros. Sus videntes formulan  predicciones a menudo, y todas giran en torno a su pueblo. Pero hay una que es especial, que fue anunciada al término de la guerra que los dividió. En esa profecía se hablaba sobre un mal que asolaría el mundo, sobre un elegido que nos uniría y lideraría contra ese mal, y de un exiliado que regresará como rey al lugar que pertenece, y del que un día fue apartado.

   - ¿Y creéis que ese elegido puede ser el mismo que opte a la corona de Cáladai?

   - Es una de las muchas teorías que circulan en la Tierra Antigua. Mucha gente cree a pie juntillas lo que esta profecía dicta. Los ónunim, sin ir más lejos, realmente creen en ello, y otros muchos pueblos también lo defienden.

   - Así es, en efecto - intervino Dálfvar meneando ligeramente la cabeza. - Pero nadie se atrevería a asegurar que todas las profecías son ciertas, y mucho menos decir que el supuesto elegido es un hombre. Podría ser un elfo, descendiente de sus primeros reyes. O incluso un enano, ¿por qué no?

   Ectherien se sorprendió mucho ante la reacción de Dálfvar, mirándolo con aire de incredulidad.

   - Me sorprende mucho que digas eso, viejo amigo - apuntó el montaraz, - cuando tú siempre has estudiado los vaticinios atelden con especial interés, y sabes que, de un modo u otro, suelen acabar cumpliéndose.

   - Según la interpretación de cada uno, desde luego. Quizá distintos ojos no coincidan en la opinión de un mismo suceso.

   - Sabes de sobra que esto es distinto. El gobierno de Átethor decae y se apaga. Es el momento de que el heredero al trono reclame su derecho. Ya hubo uno que estuvo muy cerca, Dálfvar. Espero que no lo hayas olvidado

   La cara del mago se ensombreció durante unos segundos. Pareció envejecer de golpe varios años.

   - No, no lo he olvidado - musitó taciturno.

   - ¿Hubo alguien que sí habría podido presentarse como rey de Cáladai? - preguntó intrigado Velthen. - ¿Y estuvo a punto de conseguir la espada? ¿Qué sucedió, pues?

   Ectherien miró con cierta melancolía al joven, pero, justo cuando estaba a punto de hablar, Dálfvar se le adelantó, haciendo un gesto como quitando importancia.

   - Bueno, bueno - dijo en mago ásperamente. - Ya hemos hablado suficiente esta noche. Ahora descansemos y mañana ya continuaremos con la charla.

   Ectherien se encogió de hombros y miró hacia otro lado, indiferente.

   - Pero Dálfvar - protestó Velthen, visiblemente molesto por dejarlo con esa incertidumbre, - no es justo. Yo quisiera…

   - Y yo quisiera que descansáramos. Mañana debemos llegar a Lagoscuro sin demora, y no es viaje para afrontarlo cansado. No seas impaciente, pues poco a poco te irás poniendo al día. Ahora, durmamos. Ectherien hará la primera guardia y yo la segunda. Y tú, joven amigo, más te vale estar despejado, porque nos espera otra dura jornada de marcha.