CAPÍTULO 66
−¿SABEMOS ALGO? −pregunta el anciano.
−Todavía no, señor −contesta la joven de semblante serio vestida con pantalones cortos de tela marrón y botas de montaña. Lleva una mochila Osprey y un auricular en la oreja izquierda. Es la ayudante personal del anciano, y en raras ocasiones se aleja más de unos pocos pasos de él.
El anciano −debe rondar los ochenta años− está bastante en forma. Toda la gente de su círculo se lo dice. Es alto y camina con la espalda erguida. Lleva una corta barba blanca y tiene un abundante y tupido pelo gris.
Anoche, el anciano llegó a Flagstaff en un avión privado. Esta mañana está haciendo senderismo por las colinas que hay cerca de Supai, en el Parque Nacional del Gran Cañón del Colorado. Sin embargo, no está solo. En su séquito figuran su ayudante personal; dos guías de montaña; el hijo del anciano, de cincuenta años, y la mujer del anciano, de treinta y tres. También lo acompañan un cocinero (en realidad, un chef especializado en nutrición), un asistente técnico y su médico de cabecera.
−Llama a New Burg. Quiero saber qué está pasando −dice el anciano. Su tono es firme pero no desagradable. Está tan acostumbrado a ser rico y a ejercer el poder que no tiene ninguna necesidad de ser hosco−. ¡Ahora! −añade, con severidad.
−No es necesario, señor. Nos están llamando desde allí −dice la ayudante.
Mientras la chica pulsa varias teclas para aceptar la llamada, el anciano contempla las montañas que hay más arriba y a su alrededor. La paleta de colores −azul, marrón, amarillo y coral− lo aturde con su belleza. Como de costumbre, piensa: «Soy un hombre afortunado». Nadie podría discutírselo.
−Contestaré personalmente a la llamada −le dice el anciano a su ayudante.
La chica le pasa el auricular y él lo sostiene cerca de la oreja.
−¿Qué ocurre? −dice el anciano.
−Se ha terminado. Mucho ruido y pocas nueces. Asunto zanjado.
−¡Ah! −exclama el anciano, y luego añade−: No ha sido ni un granito de arena. Solo un libro. Un estúpido e-book. −Mientras le devuelve el auricular, el anciano le dice a su ayudante−: ¿Te lo imaginas? Solo un libro.
Thomas P. Owens se echa a reír y contempla las montañas. Es dueño de miles de hectáreas de estas tierras. Una oleada de calor recorre todo su cuerpo. El amado fundador se ríe con más ganas. Los colores de las montañas se hacen más intensos.
Su guapa esposa le acaricia el hombro. Su médico no le quita el ojo de encima. Su ayudante personal vuelve a colocarse el auricular en la oreja. Su chef empieza a sacar el almuerzo.
El anciano posee una gran extensión de esta tierra. No solo el terreno en el que ahora se encuentra, sino otros que están más allá, y mucho más allá…
Su risa se apaga y, con voz firme, afable y feliz, dice:
−Ni siquiera un granito de arena. Un libro. Se trata solo de un libro.
El anciano toma un largo trago de agua de la botella que le ha tendido su bonita y joven esposa.
−Me apetece caminar un poco antes de comer −dice el anciano.
Nadie se atreve a llevarle la contraria. Algunos se limpian el polvo y el sudor de la cara y otros beben un poco de agua. Están preparados para irse.
−Cuando regrese estará todo listo, señor −dice el chef especializado en nutrición.
−Perfecto −responde el anciano−. En marcha, pues.
Y entonces…
−Un momento, señor −dice la ayudante personal−. Parece que tenemos otra llamada.