CAPÍTULO 49

TRAS SUPERAR LA INICIAL INCREDULIDAD que le supuso escuchar mi voz al otro lado del teléfono, Anne Gutman dijo algo que llevaba mucho tiempo sin oír:

−Tienes suerte. −Y luego añadió−: Tengo una amiga que vive al este de Des Moines, en un pueblecito encantador llamado Goosen Valley. Su nombre es Maggie Pine, y hace cinco años escribió un magnífico libro ilustrado sobre las colchas que tejen los menonitas.

Media hora después estaba sentado en una cocina de Goosen Valley, Iowa, comiendo muffins de arándanos recién horneados. En la cocina había un aparador de roble antiguo y una colección de cuencos del siglo XIX. Maggie Pine tenía un rostro tan dulce que cualquier persona normal habría confiado en ella inmediatamente. Supongo que hacía tiempo que yo no era una persona normal, porque la acogedora cocina me pareció un lugar frío, y el dulce rostro de Maggie me inspiró hostilidad…, al menos a mí.

Cuando Maggie subió al piso de arriba para lavarse la cara y «pasarme un cepillo por este desastre de pelo», di una vuelta por el huerto de hierbas aromáticas que había en la parte trasera de la casa. La poca albahaca que crecía se estaba muriendo, pero las plantas de romero eran altas y resistían bien. Debajo de una fea y enorme mata de hojas verdes que más bien parecían malas hierbas había una pequeña planta con un cartel que rezaba borraja (jamás había oído ese nombre).

Mientras nos dirigíamos a la diminuta redacción del Goosen Register (Margaret Pine era su directora y su única reportera a jornada completa), mi nueva amiga y anfitriona me contó la «maravillosa ayuda» que le había prestado Anne Gutman mientras estaba «recopilando información y escribiendo mi libro sobre las colchas».

−Me invitó a ir a Nueva York en dos ocasiones y me alojó en un hotel de la Quinta Avenida con vistas a Central Park; aunque no era el mejor sitio para pensar en colchas menonitas, me las arreglé.

Mientras recorríamos el centro de la ciudad, me sorprendió comprobar lo mucho que se parecía a New Burg. Sin embargo, aquel lugar era real, y al decir «real» me refiero a «auténticamente real». En la heladería, encima de la puerta, había un cartel escrito a mano que decía cuatro sabores geniales. La fachada de la biblioteca era una mezcla de ladrillos y revestimientos de aluminio. Incluso la librería, que se llamaba Buenos Libros y Cosas Buenas, tenía un escaparate en el que no había solo libros, sino también otros artículos: teteras de porcelana con forma de gato, material escolar, tarros de mermelada de naranja… New Burg quería ser como Goosen Valley, pero no lo había conseguido.

−¿Hay suficientes noticias para llenar un periódico semanal? −le pregunté a Maggie mientras nos sentábamos a la mesa que había junto a una ventana y ella echaba un rápido vistazo a su correo electrónico.

−Bueno, publicamos lo normal. Uno de los profesores del pueblo se ocupa de las noticias de deportes del instituto; eso le interesa a todo el mundo. Y luego tengo una empleada a tiempo parcial que se encarga de los ecos de sociedad: fiestas de cumpleaños, celebraciones, noticias de la iglesia… Sin embargo, no vayas a pensar que somos solo unos granjeros. Tenemos un club de lectura que se reúne todos los meses; leemos libros importantes, y no me refiero a Cincuenta sombras de Grey. Un médico retirado publicó un gran artículo sobre la asistencia a las personas mayores y la demencia senil. Y cuando escribí un editorial apoyando el matrimonio entre personas del mismo sexo, solo recibí dos correos electrónicos criticándome; los otros treinta y cuatro restantes me aplaudían.

Levanté las manos.

−Me has convencido. Está claro que Goosen Valley es el París del Medio Oeste, y no estoy siendo sarcástico. Ojalá New Burg se pareciera aunque solo fuera un poco a esta ciudad −dije.

−Mira −dijo Maggie−. Anne me hizo un escueto resumen de tus problemas, al menos por lo que pudo comprender tras una breve conversación telefónica contigo. Lo único que puedo decirte es que espero que consigas estar en paz contigo mismo. Puedes quedarte en mi casa hasta que estés listo para irte, Jacob. Y con un poco de suerte…

De repente, en la calle se oyó un ruido sordo muy fuerte mezclado con el sonido de un motor. Me volví hacia la ventana.

−Tranquilo −dijo Maggie−. Solo es una entrega con dron.