CAPÍTULO 45
−¡LARGO DE MI PROPIEDAD! −grité.
−Brandeis, estamos aquí para hacer cumplir un requerimiento de la autoridad local y estatal −dijo uno de los dos hombres que golpeaban la puerta con el puño.
−He dicho que se larguen de mi propiedad.
Eran las tres de la tarde de un sábado frío y nublado, y el hecho de que mi familia y yo apenas nos dirigiéramos la palabra no ayudaba a hacer el día más agradable.
−Brandeis, déjenos entrar o tendremos que usar la fuerza −dijo el mismo tipo.
Ambos hombres vestían trajes grises de poca calidad. Uno de ellos era alto, blanco y rubio, y el otro era alto, negro y calvo. Los dos eran insultantemente atractivos y alarmantemente corpulentos. Me imaginé que ninguno de ellos era de New Burg, porque no sonreían.
−Déjales entrar, Jacob −dijo Megan−. ¿Por qué siempre estás protestando y causando problemas?
Respiré profundamente y empecé a abrir la puerta. En cuanto lo hube hecho, el tipo rubio pasó la mano a través de la abertura, me empujó violentamente hacia el salón y me caí al suelo. El tipo calvo sostenía un mazo con el que destrozó el pomo de la puerta, que así quedaría permanentemente abierta.
−¿Qué significa…? −intenté decir, pero el tipo calvo me interrumpió de inmediato.
−¿El señor Jacob Brandeis? −dijo, exactamente igual como me imaginaba que lo habría hecho un sargento encargado del entrenamiento en un campamento militar.
Quise levantarme.
−Le he preguntado qué significa… −insistí.
El siguiente en hablar fue el tipo rubio.
−Conteste, señor. ¿Es usted Jacob Brandeis?
Su tono era incluso más hostil.
−Escuchen… −dije, intentando hablar una vez más.
−¿Jacob Brandeis? Conteste, señor. ¡Conteste ahora!
Megan decidió responder por mí.
−Sí, es Jacob Brandeis −dijo, con voz fría y firme.
−Su ordenador, Brandeis −dijo el calvo.
−No −contesté.
−Entréguenos su ordenador, Brandeis.
−Puede que no me haya oído.
−Su ordenador, Brandeis −repitió el rubio.
Entonces, como habría hecho un niño, dije:
−No pueden obligarme.
Estaba nervioso, y, evidentemente, me sentía como un niño llorica de seis años delante de mi familia.
−Está en el estudio que hay en el desván −dijo Lindsay.
Al igual que la de su madre, la voz de mi hija sonó tranquila pero firme.
−No pueden irrumpir así en mi casa y pretender que les entregue mis cosas.
−Sí que pueden, Jacob −dijo Megan.
En ese momento, el tipo rubio me agarró por los brazos y, después de haberme levantado, me lanzó de nuevo al suelo del vestíbulo. El calvo subió las escaleras de tres en tres. Su compañero lo siguió de inmediato. Me levanté, dispuesto a seguirlos.
−¡Detened a papá! −gritó Megan.
Para mi sorpresa, Alex hizo un torpe intento de lanzarme al suelo. Subí las escaleras y llegué al desván cuando uno de los intrusos estaba enrollando el cable de alimentación alrededor de mi ordenador portátil cerrado. El otro estaba ocupado recogiendo hasta la última hoja de papel −pedazos de sobre, folios impresos, fichas− que había encima de mi escritorio. Me di cuenta de que ninguno de los dos tipos había cogido el ordenador portátil de Megan.