CAPÍTULO 30

−ALEX, APAGA ahora mismo esa maldita cámara −dijo Megan.

Por el tono de su voz, estaba claro que hablaba en serio.

Descubrimos a Alex y a Lindsay en nuestro estudio, escondidos detrás de una pila de ejemplares atrasados del Wall Street Journal. Nos estaban grabando por enésima vez con sus pequeños dispositivos ultraplanos con los que podían mandar mensajes de texto, llamar y grabar y editar vídeos.

Llevaban tres días grabándonos sin parar. Nos grababan tomando café por la mañana, hablando por teléfono, en el supermercado, lavando el coche…, en cualquier sitio salvo en la ducha y en el retrete…, aunque no estaba del todo seguro de que hubiéramos conseguido escapar a tal humillación.

−También os hemos grabado un montón de veces mientras dormíais −nos habían dicho.

Nos informaron de que el material era para un proyecto de la escuela llamado «New Burg, dulce hogar».

−Es una especie de collage −explicó Alex−. Planos muy cortos con música de fondo que mole. Beck, por ejemplo. Como uno de esos documentales superinteresantes, ya sabes.

No, no lo sabía. Además, que no pararan de grabarme me ponía de los nervios.

−Vale −dijo Lindsay−. Si nuestro proyecto para la escuela no os interesa, nos quedaremos sentados aquí, en silencio.

−Por supuesto que nos interesa −dijo Megan, respirando profundamente−. Pero ahora, papá y yo estamos trabajando. Ya sabéis lo importante que es nuestro proyecto.

−Entonces ¿no podemos quedarnos aquí sentados en silencio? −preguntó Alex.

−¿Y por qué ibais a hacer eso?−les pregunté.

Tanto Alex como Lindsay tenían aún en su rostro las sonrisas estándar de New Burg, pero cuando mi hija contestó, su voz sonó irritada.

−Sí, tienes razón, ¿por qué íbamos a hacer eso? −Volviéndose hacia Alex, Lindsay dijo−: Vámonos.

Y salieron del estudio.

−¿Hemos sido demasiado duros con ellos? −preguntó Megan.

−No −repuse−. Este repentino interés de los chicos por estar con nosotros resulta inquietante.

−Quizás solo significa que se están haciendo mayores. Quieren estar con nosotros.

−Yo nunca quería estar con mis padres −contesté.

−Después de haberlos conocido, no me sorprende −dijo Megan.

−Eso me ha dolido.

−Solo quieren estar con nosotros. ¿Acaso es tan terrible?

−No lo sé −dije−. Tengo la sensación de que durante gran parte del tiempo que pasan con nosotros no están exactamente… interactuando. No hablan mucho. Cuando estamos mirando algo en internet o leyendo también suben aquí y…

No encontraba las palabras.

−Y pasan el rato −dijo Megan.

−No, no pasan simplemente el rato. Nos observan. Tengo la impresión de que nos están vigilando.

Megan se echó a reír. Luego se inclinó y me dio un beso.

−Los únicos que nos vigilan son los drones y las cámaras de seguridad −dijo.

−Y ahora los drones y las cámaras de seguridad vigilan a nuestros hijos mientras nos están vigilando. Mira, estoy preocupado. Vale, les encanta la escuela, les encantan sus amigos y sus profesores y… bueno, ese es el problema. El proyecto escolar es un ejemplo perfecto. Están tan enfrascados en él, tan ensimismados…, que es como si se estuvieran volviendo…, no sé… Simplemente no son los mismos de antes.

−Te entiendo, pero era algo que tarde o temprano iba a ocurrir −dijo Megan.

−¿Que se convirtieran en unos desconocidos?

−No. Que se hicieran mayores.

Cogimos de nuevo nuestros portátiles, aunque no por mucho tiempo. Sonó un golpe en la puerta y Alex apareció repentinamente en nuestro estudio.

−Vamos, tesoro −digo Megan en tono amistoso−. Basta de vídeos, por favor.

−Vale, basta de vídeos −dijo Alex−. Pero hay algo que quiero deciros a los dos.

Teniendo en cuenta que aún tenía la sonrisa en la cara, no podía ser algo tan malo.

−Dispara −dije.

−El libro que estáis escribiendo…

−Sí, ¿qué pasa? −preguntó Megan.

−Dejadlo. Dejad de trabajar en él. Dejad de escribirlo.

−¿Por qué? −pregunté.

−Por favor, dejadlo −dijo Alex.

−Pero ¿por qué? −insistí.

−Es una mala idea.

La sempiterna sonrisa de su rostro desapareció por completo. Alex se dirigió hacia la puerta. Luego se dio la vuelta y añadió:

−Una pésima idea.