CAPÍTULO 35
NO TENÍA TIEMPO de preocuparme por el caluroso abrazo que Sam le había dado a Megan.
No. Tenía algo mucho más importante por lo que preocuparme: Megan y yo habíamos sido convocados a un «análisis y entrevista a fondo» en la sede central de la Tienda.
−No tenéis por qué preocuparos −nos dijo Sam−. Sabían que Megan estaba aquí, y, evidentemente, se enteraron enseguida de que tú la habías acompañado, Jacob, de modo que el comité superior de entrevistas consideró que era una ocasión perfecta.
−Pero cuando nos entrevistaron en New Burg ya nos hicieron todas las preguntas imaginables −dijo Megan−. ¿Esta entrevista es para todo el mundo o está reservada a los que podrían ser un poco rebeldes?
−No todo el mundo se somete a esta entrevista. No hay un esquema definido. La selección se hace un poco al azar −explicó Sam−. Escuchad: solo dura alrededor de una hora, y todo el mundo es muy agradable… Solo es para sus archivos, y…
−Y supongo que no podemos negarnos −dije.
−No os lo recomiendo −dijo el «auténtico» Sam, recuperando su voz seria y desagradable.
Así pues, aquella tarde Megan y yo nos sentamos en una enorme e inhóspita sala de reuniones en la que solo había cuatro cómodas sillas de piel y una mesita con una jarra de café, otra de té y cuatro botellas de agua mineral.
Nuestros entrevistadores eran un hombre y una mujer. Aunque al igual que todos los empleados de la Tienda eran indefectiblemente educados y amables, no se presentaron cuando nos estrechamos la mano. Ambos parecían tener unos veintitantos años y ser recién graduados; me pregunté si en el gran esquema de la Tienda, Megan y yo solo éramos utilizados para que aquellos dos «niños» hicieran sus prácticas.
−Empecemos −dijo la chica−. Debo decirles que tal vez las primeras preguntas les parezcan un poco…, digamos… obvias o ridículas. −Entonces empezó a leer en su ordenador portátil−. De la siguiente lista, elijan el grupo del que les gustaría formar parte: A, la iglesia de la Cienciología; B, el Ku Klux Klan, y C, la Tienda…
−Antes de que haga un esfuerzo por responder, permitidme que os diga que teníais bastante razón −dije−. Las preguntas son…, sigamos… obvias y ridículas.
−Bueno −intervino el jovencito−, espere hasta escuchar la siguiente. −Entonces leyó de su ordenador portátil−. De los numerosos y deliciosos platos disponibles en los mercados y los servicios de entrega de comida a domicilio de New Burg, ¿cuál es el preferido de su familia?
No era necesario ser licenciado en psicología para comprender que el objetivo de toda aquella «ridícula» conversación era desarmarnos a Megan y a mí y convertir a entrevistadores y entrevistados en viejos amigos. Así pues, los cuatros nos reímos por lo bajo durante un ratito.
Sin embargo, al cabo de cinco minutos, el carácter de las preguntas empezó a cambiar.
−Jacob, para alguien como usted, que es escritor, no debe de resultar muy estimulante recoger productos en el centro de distribución. Seguramente debe de escribir en su tiempo libre.
Acababa de dar una respuesta bastante vaga y absurda cuando la entrevistadora me preguntó:
−¿En qué proyecto literario está trabajando en este momento, Jacob? ¿Se trata de algo personal? ¿Algo autobiográfico? ¿Algo sobre la empresa en la que trabaja? Puede ser sincero con nosotros.
Sí, claro. Me habría cortado las venas antes que contarles la verdad, de modo que dije:
−Estoy escribiendo, pero no es nada importante; el libro aún no ha cobrado forma. En cierto sentido es autobiográfico. En cuanto esté todo más claro os lo haré saber.
Con la imprescindible sonrisa en su sitio, la chica dijo:
−Estoy segura de que lo hará; será estupendo.
El joven se inclinó hacia nosotros con esa falsa expresión de preocupación en el rostro típica de los agentes de seguros y de los tíos irritantes.
−Sus hijos…, Alex y Lindsay… ¿Cómo se están adaptando al nuevo entorno?
−Muy bien. Les encanta la escuela, y han hecho amigos −respondió Megan.
−Sí, probablemente se lo monten mejor que Megan y yo.
Los dos entrevistadores parecían estar agradable o desagradablemente sorprendidos (era difícil distinguir entre estas dos cosas en New Burg). Megan me lanzó una mirada que venía a decir «No seas cretino».
El joven recuperó de inmediato el hilo.
−Creo que Alex es la estrella del equipo de boxeo juvenil −dijo.
¿Alex? ¿Boxeo? ¿La estrella? El único deporte por el que Alex había demostrado interés en alguna ocasión se jugaba en un enorme y mullido sofá, y el equipo era un dispositivo electrónico que iba conectado al televisor.
−Para ser sincero −dije−, lo de Alex y el boxeo es totalmente nuevo para mí. ¿Te había comentado algo a ti, Megan?
−Bueno, es posible que lo mencionara en una ocasión, aunque no estoy segura −dijo Megan.
Como ya he dicho, no era buena mintiendo. Entonces, la chica dijo:
−Señor Brandeis, quizá le haya ocultado esa información porque sabe que odia los deportes de contacto como el boxeo y el fútbol.
−Nunca he hablado de eso con Alex.
−Pero mis notas reflejan sus ideas, y usted se opone al boxeo por una cuestión de principios.
−Bueno, sí. Pero nunca he hablado de ello con Alex ni con ninguna otra persona. En fin, es una idea, no… No sé… No se trata de ninguna obsesión ni de ninguna causa o pasión…
−Si es posible, quiero volver brevemente sobre otro asunto, señora Brandeis… ¿Ayuda usted a su marido en el libro que está escribiendo?
Me puse de pie. Estaba furioso.
−¿De qué demonios está hablando? ¿«El libro que está escribiendo»? Como ya le he dicho, ¡tengo un libro en mente, pero no lo estoy escribiendo! Debo decirle que ni siquiera sé cuál es el objetivo de esta entrevista. Soy consciente de que con sus cámaras, sus espías y toda su mierda saben mucho sobre lo que hacemos. Pero esto es una locura. Una auténtica locura.
La chica sugirió que nos tomáramos un descanso. Y entonces me di cuenta, estúpidamente tarde, de que era muy probable que los dos espejos que ocupaban gran parte de las paredes desnudas de la sala fueran polarizados y que nos estuvieran observando mientras nos sometíamos a la entrevista.
−No. No necesitamos tomarnos un descanso, porque no necesitamos ninguna entrevista −dije.
−Por favor, Jacob. Intentemos colaborar −dijo Megan, y, francamente, no podía creer que hubiera dicho eso.
Entonces, el joven dijo:
−En realidad no quedan muchos puntos que tratar… Solo algunas preguntas sobre una intervención policial en una fiesta a la que asistieron y luego…
−¡La entrevista ha terminado! −dije, gritando−. Nos vamos.
Megan aún seguía sentada. La fulminé con la mirada. Se levantó muy despacio y cogió el bolso del suelo.
−Pueden hacer lo quieran con nosotros −dije−. Trasladarnos. Meternos en la cárcel. Pegarnos un tiro. Lo que sea. Pero ahora mismo nos largamos de aquí.