CAPÍTULO 28

ENTRAMOS EN EL CAMINO DE ACCESO de la casa de Bette y Bud como si fuéramos dos agentes de policía que estuvieran persiguiendo a alguien. Incluso los frenos chirriaron cuando detuve el vehículo. Luego nos dirigimos a toda prisa hacia la entrada.

Timbre. Breve espera. Una mujer de treinta y tantos años, bastante guapa, vestida con unos vaqueros y una camiseta de color turquesa, con el pelo rubio peinado hacia atrás y sujeto por una diadema. Teniendo en cuenta que muchos de los habitantes de New Burg se parecían tanto que podrían ser parientes, pensé que seguramente esa mujer debía de ser un familiar de Bette. ¿Una prima, tal vez?

−Hola −dije−. Perdón por molestarte tan temprano, pero ¿están Bud o Bette?

−¿Quién?

−Oh, somos los Brandeis. Yo soy Megan, y este es Jacob, mi marido.

−Hola −dijo la mujer, con voz dulce−. ¿A quién decís que andáis buscando?

Empezaba a estar tan confuso como esa mujer.

−A Bette y a Bud Robinson. Viven aquí.

−Debéis haberos equivocado de casa. Soy Tess Morris. Mi marido, Peter, y yo acabamos de mudarnos aquí con nuestros hijos.

−¿Cuándo? −preguntó Megan−. ¿Cuándo os habéis mudado?

−Llegamos anoche. Hemos dormido en unos colchones hinchables; en la parte de atrás está el camión de las mudanzas, descargando nuestros muebles. Algunos vecinos han venido a echarnos una mano. Pensé que formabais parte del grupo.

Hubo una pausa. Los tres nos sentíamos incómodos.

Un hombre bastante alto y con el pelo oscuro y rizado se acercó y se situó detrás de la mujer.

−Hola −dijo−. Soy Pete Morris. Acabamos de mudarnos. ¿Qué podemos hacer por vosotros?

Tess Morris le explicó a su marido el motivo de nuestra visita, que habíamos venido «buscando erróneamente a una pareja que ya no vive aquí».

−Vivían aquí hasta ayer −dijo Megan−. Estuvimos en una barbacoa…, aquí, ayer por la tarde.

−Lo dudo −dijo Pete. Estaba empezando a tratarnos como si estuviéramos locos−. Ni siquiera hay una parrilla en el patio trasero. Lo he comprobado. Y las habitaciones están recién pintadas. Entrad; aún huele a pintura fresca.

Entramos. Ya conocíamos el vestíbulo. Cuando Bette y Bud vivían aquí en la casa, estaba pintado de un color verde claro. Pero ahora era beis. Eché un vistazo al estrecho pasillo que conducía a la cocina. Vi a Marie DiManno cargada con una gran caja de cartón, y justo después a Mark Stanton sosteniendo una enorme lámpara de cristal.

−Es cierto −dije−. Huele a recién pintado. La casa está impecable. Pero tengo que insistir una vez más: ¿nunca habéis oído hablar de Bette y Bud Robinson?

−No. Nunca −respondió Pete.

Megan acudió a mi rescate.

−Bueno, da igual. Bienvenidos al barrio. Pasaremos para traeros una tarta, un estofado o cualquier otra cosa. Bienvenidos, de verdad −dijo.

−Gracias −dijo Tess Morris−. Creo que esta ciudad será perfecta para nosotros.

Antes de salir, nos dimos la vuelta y dije:

−Sí, creo que esta ciudad será absolutamente perfecta para vosotros.