CAPÍTULO 48

DEJÉ LA MOCHILA y un paquete de seis botellas de agua en el asiento del acompañante. Con todas las cámaras colgando de los árboles y los semáforos, no podía salir corriendo, pero digamos que rocé el límite de velocidad.

¿Adónde me dirigía? El único destino que se me ocurría era «cualquier lugar salvo este». Lejos de la absurdidad de mi familia y de aquella ciudad. En el fondo también esperaba huir de mí mismo…, de mi miedo y mi paranoia obsesiva.

No tardé mucho en llegar a la Interestatal 80, la carretera que va de California a Nueva Jersey. No sabía si ir hacia el oeste o hacia el este. Y entonces me acordé de la instructora de esquí que había dado clases a los chicos dos años atrás, cuando nos fuimos de vacaciones a Vail. Nos habíamos hecho muy amigos; en opinión de Megan, demasiado amigos, aunque debo decir que era absolutamente falso. Podría llamarla. Seguramente se acordaría de mí. Pero luego entré en razón y me di cuenta de que no me recordaría.

Evidentemente, Bette y Bud no eran una opción, y con la penosa realidad de tener que admitir que no tenía buenos amigos al oeste del Misisipi, me dirigí hacia el este por la I-80. Al menos tenía un amigo en un suburbio de Chicago, y estaba bastante convencido de que tenía un primo nefrólogo que vivía en San Luis.

Aunque eran poco más de las cinco de la mañana, había muchísimo tráfico. Mis deducciones: camiones que llevaban cerdos y vacas a los mataderos; bidones llenos de aceite de maíz, la especialidad de Nebraska, y motivados jóvenes que se dirigían a ocupar sus cubículos en la Tienda.

Cuanto más me alejaba, mejor me sentía. Y cuanto mejor me sentía, más convencido estaba de que mi libro, 2020, iba a ser un gran éxito. «El momento es realmente perfecto», pensé, golpeando el volante con los puños cuando estaba llegando a las afueras de Lincoln.

A las siete de la mañana estaba a punto de cruzar la frontera de Iowa. Fue entonces cuando se me ocurrió lo que podría llamarse modestamente como una idea brillante: llamaría a Anne Gutman, mi editora de Writers Place. Sí, nos había jodido rechazando el libro sobre música que habíamos escrito Meg y yo, pero sabía que Anne tenía fe en mí. Y también sabía que comprendería el potencial que tenía mi manuscrito.

Sí. 2020. La expresión «destinado al éxito» seguía zumbando en mi cabeza. «Destinado al éxito», como 1984, de George Orwell. Habían tenido que transcurrir treinta y seis años más para que su pesadilla cultural se hiciera realidad.

Sin embargo, 2020 reflejaría la realidad actual.