CAPÍTULO 39

−NO HE OÍDO NADA −dijo Sam.

Megan, Sam y yo nos dirigíamos al aeropuerto de San Francisco. El taxista apenas había tenido tiempo de cerrar el maletero cuando le pregunté a Sam si había oído algo sobre el accidente del todoterreno ocurrido la noche anterior. No sabía nada.

−Es increíble −dije.

En tono amable pero firme, Megan mostró su desacuerdo.

−Vamos, Jacob. Fue horrible, es cierto, pero no es una noticia de un gran interés. A ver, no fue el 11 de septiembre −dijo.

Me ofendió que Sam reaccionara con una risotada a aquel comentario de mal gusto que nunca me habría esperado de Megan. Las máquinas de facturación expidieron nuestros billetes. Miré el mío y leí «embarque rápido». Deduje que todos iríamos al mostrador de embarque rápido, pero al parecer era el único de los tres que disfrutaba de ese privilegio.

−¡Vaya, eres especial! −dijo Sam, soltando otra risotada.

Me dirigí hacia la zona de embarque rápido despidiéndome en un tono −lo reconozco− un poco petulante.

−Nos vemos en la puerta −le dije a Megan y a su jefe.

La buena suerte pasó a ser mala en cuestión de cinco segundos. En cuanto le mostré la tarjeta de embarque al guardia, me pidió que me hiciera a un lado y que lo acompañara al «mostrador». El mostrador resultó ser una mesa plegable de muy mala calidad colocada delante de una puerta de metal en la que había un cartel que rezaba «seguridad: solo personal autorizado». Una mujer de mediana edad vestida con uno de esos uniformes que recuerdan a los uniformes de la policía me sonrió y dijo:

−¿Ha estado usted en San Francisco por negocios o por placer, señor Brandeis?

−Eh…, por ambos motivos.

−¿De qué negocio se trataba? −me preguntó la mujer.

−Trabajo en la Tienda. Celebraban su convención anual.

La mujer pulsó algunas teclas de su ordenador y, tras desplazar hacia abajo varias páginas, dijo:

−No aparece usted en la lista de la convención. Hay una señora Brandeis en…

−Es mi mujer −dije.

Levanté los ojos y vi a Sam y a Megan, que ya habían pasado el control de seguridad «normal»; yo, sin embargo, estaba atascado en el «rápido». Entonces, la guardia de seguridad señaló a otro agente, que sostenía una vara detectora de metales.

−Si no le importa, señor Brandeis, ese agente le hará un control electrónico.

Por supuesto que me importaba, pero no era el momento de montar una escena.

El control del detector de metales duró menos de quince segundos.

−Todo bien, señor Brandeis −dijo la mujer−. Ahora debemos continuar el control en privado. Ese agente de seguridad lo acompañará a una sala que hay al otro lado de esa puerta.

−¿Cómo dice? ¿Me está tomando el pelo? −dije.

−No, señor, en absoluto. Es un procedimiento habitual, por su seguridad y la del resto de la gente. Esa puerta, la que está detrás de mí.

−Pero ¿por qué?

−Es el procedimiento, señor. Si quiere embarcar, le ruego que colabore.

−Pero ¿por qué?

−Por favor, señor −dijo la mujer.

Sin embargo, el otro agente ya había abierto la puerta de seguridad. Antes de cruzarla eché un vistazo a la zona donde había visto a Megan y a Sam. Tardé unos segundos en dar con ellos. Sam estaba hablando por el móvil, y Megan también.

El agente que mantenía la puerta abierta habló por primera vez.

−Estamos empezando a perder la paciencia, señor. Sígame, por favor.