CAPÍTULO 64

¿QUÉ DEMONIOS debo hacer ahora?

Me da miedo estar en la calle por si alguien me ve. Decididamente, esto es una locura. Aunque estoy convencido de que han colocado cámaras de vigilancia en mi madriguera, en realidad no soy capaz de encontrar ninguna. Sin embargo, buscarlas −poniéndome de pie sobre la chirriante cama, arrodillándome junto a la cómoda rota− me ayuda a matar el tiempo.

Me acerco furtivamente hasta la oficina de Anne en el SoHo. Sus dos ayudantes me dicen que la señorita Gutman se ha ido a Houston por asuntos de trabajo («Le hemos pasado sus mensajes»). Cuando estoy a punto de dirigirme de nuevo hacia el ascensor, una de las mujeres dice:

−Ah, la señorita Gutman me dijo que le entregara esto.

Me da cuatro billetes de cincuenta dólares. Podría reunir unos ahorrillos mientras espero a Anne Gutman.

Vuelvo al hotel. Estar en esta habitación me produce una tristeza que nadie merece. Beber bourbon barato, comer hamburguesas frías y ver a unas cuantas fulanas en televisión peleándose en el programa The View no es la clase de vida que había imaginado. ¿Que si me siento solo? Creo que solo los muertos están más solos que yo. No sé a ciencia cierta lo que significa estar muerto, pero estoy seguro de que esto se le parece mucho.

Entro en una de esas cadenas de supermercados que hay cerca de Times Square. ¿Walgreens? ¿Duane Reade? ¿cvs? Quién demonios lo sabe. Compro cuchillas desechables, una caja de ibuprofeno, crema de afeitar y una tableta de chocolate Hershey’s Special Dark (tamaño familiar).

La cajera es una chica latina de expresión dulce que no tendrá más de dieciocho años.

−¿Cómo se encuentra hoy, señor?−dice.

«¿Esto es Nueva York o he chocado los tacones y estoy de vuelta en Nebraska?». (Sí, ya sé que debería ser Kansas, pero mi vida está en Nebraska).

−Estoy bien. ¿Y tú?

La chica pasa la compra por la caja a una velocidad increíble. Total, 11,47 dólares, y «Por supuesto que quiero donar un dólar para la Fundación de Diabetes Infantil».

La cajera me entrega varios billetes de dólar y algunas monedas. Una vez en la calle, cuando estoy por meter el cambio en el bolsillo, me doy cuenta de que entre los billetes me ha dado una tarjeta. En ella solo hay cinco palabras escritas: revise sus mensajes de texto.

Vuelvo a entrar enseguida en la tienda. La chica que había en la caja ha desaparecido. Me quedo delante de un expositor de crema hidratante.

Pulso el icono de los mensajes de texto de inmediato. En esos breves segundos pienso que puede ser Anne, o incluso Megan, o algún matón de la Tienda o… El mensaje es este:

Hola, J, consulta la sección de libros de la Tienda. Es genial.

Mis sudorosos dedos se mueven más deprisa que nunca. Entro en Google. Google me envía a la página de inicio de la Tienda. Debajo de los malditos banners que anuncian hornos eléctricos, Lego y bañadores de talla extragrande puede leerse lo siguiente:

El libro que todo el mundo estaba esperando…

2020

El éxito de ventas que desvela

los secretos de la Tienda