CAPÍTULO 58
−DIEZ DÓLARES. Si los tienes, sube, si no, quédate ahí.
La propuesta me la hizo un adolescente de aspecto grasiento que habría podido ser el gemelo malo del taquillero de la estación de la Greyhound de Carolton. Sus pies desnudos apenas llegaban a los pedales del camión. Llevaba el aceitoso pelo peinado hacia atrás y el piercing de ónix negro (supuse que era de ónix) de su nariz era casi tan grande como esta. Estaba fumando hierba.
Me imagino que no respondí a su ofrecimiento con la suficiente rapidez.
−¿Subes o te quedas, tío?
Hice lo que debía hacer: subí al camión y le di dos billetes de cinco dólares al chico.
−¿Adónde vas? −le pregunté.
−Es más importante saber adónde vas tú −me contestó.
−Mi destino final es Nueva York.
−Bueno, pues hoy no es precisamente tu día de suerte, porque el menda se queda en Naperville, Illinois.
−Más cerca de Nueva York de lo que estoy ahora −dije.
Estaba decidido a parecer un tipo enrollado y no el hombre asustado, hambriento, nervioso y hecho una mierda que era en realidad.
Eché un vistazo al reloj que había en el salpicadero.
−¡Joder! −exclamé−. Ya es mediodía.
−En realidad son las once −dijo el chico−. Siempre adelanto una hora el reloj. Así siempre tengo algo de esperanza.
No acabé de comprender muy bien qué quería decir. Y, sinceramente, no me hacía saltar de alegría que me llevara un conductor colocado que parecía un adolescente de trece años.
Avanzamos en silencio durante unos minutos.
−¿Tienes nombre? −me preguntó el chico.
−Sí, me llamo George −contesté.
«¿George? ¿De dónde me salió ese nombre?».
−¿Has sido alguna vez el presidente del país, George? −me preguntó, y entonces se echó a reír a carcajadas, como si hubiera contado un chiste de lo más divertido.
−¿Y tú cómo te llamas?
−Kenny. Nunca ha habido un presidente llamado Kenny. −Con este chiste se rio incluso más que con el anterior. Entonces añadió−: Creo que los dos deberíamos hincarle el diente a algo. Abre la guantera.
La abrí. Había cinco paquetes de magdalenas Hostess.
−Cómete las que quieras. La comida está incluida en el precio. Pásame un paquete. Estoy intentando controlar los antojos.
Mientras estaba quitándoles el celofán a las magdalenas, por el altavoz que había en el salpicadero se escuchó a todo volumen una sirena y luego el anuncio sobre el tipo «potencialmente peligroso» que se había dado a la fuga. La novedad era que el hombre «de mediana edad, cuyo nombres es Jacob Brandeis», es posible que se encontrara en Iowa, Illinois o Misuri. «No» se le había visto ni en aeropuertos ni en hoteles; la transmisión añadía, en un extraño alarde de sinceridad por parte de la Tienda, que «la ubicación actual del sospechoso es incierta».
No le quité el ojo de encima al joven conductor, que ni siquiera echó un vistazo a mis pies cuando el anuncio se refirió a las zapatillas rojas y blancas. Parecía totalmente absorto lamiendo las migas de las magdalenas y la nata artificial que se le habían pegado a los labios.
−Las magdalenas están buenas −dije.
El muchacho me ignoró. Estaba demasiado ocupado deslumbrando con las luces al «pedazo de cretino» que conducía el coche que teníamos delante.
Me quedé dormido.