CAPÍTULO 34

EL ACTO MÁS IMPORTANTE de la convención de San Francisco fue una increíble sorpresa: una ponencia a cargo de Thomas P. Owens, el fundador de la Tienda.

Lo cierto es que ningún miembro de la organización conocía realmente al señor Owens. Todo el mundo creía que vivía recluido. Según una fuente, residía en una finca en Brasil. Otra decía que tenía un ático de veinte habitaciones en Cerdeña. Seguimos todas las pistas, y todas nos conducían a un callejón sin salida. Casi nadie había conocido a ese tipo.

Como parte del trabajo de nuestro libro secreto, Megan y yo teníamos varios voluminosos archivos sobre Owens. Pero incluso después de leer toda la información que habíamos recopilado, de haber analizado todos los artículos de carácter económico que se habían escrito sobre él y de haber entrevistado a una mujer que afirmaba ser su hija legítima, sabíamos tan poco sobre Owens como la mayoría de la gente. Tanto si se ocultaba detrás de una cortina en Nueva York, en Lorain, su ciudad natal en Ohio, o en la mismísima Tierra de Oz, nadie parecía saberlo. Sin embargo, todo el mundo quería averiguarlo.

Yo no tenía derecho a estar en Gallery 16, la galería de arte y sala de exposiciones de moda donde Thomas P. Owens iba a hacer su aparición. Pero tuve suerte.

Mi nuevo mejor amigo, Sam Reed, había conseguido colarme. Un médico joven (al menos creo que era médico) se presentó en nuestra habitación y me puso una inyección en el codo izquierdo. Me dijo que la inyección quedaría registrada en un panel de máxima seguridad que me proporcionaría una autorización de tres horas para asistir al acto. Sam me dijo que era un trámite habitual para asistir a las apariciones públicas de Owens.

Cuando Sam, Megan y yo llegamos a Gallery 16, Sam me dio un consejo:

−Intenta pasar desapercibido. Ya sabes, quédate en la parte de atrás, entre los demás intrusos.

Megan y Sam soltaron una risita, pero yo obedecí. Pasé desapercibido entre un grupo de camareros y fotógrafos de la Tienda que se habían situado en los laterales, mientras que Sam y Megan ocuparon los mejores asientos: primera fila, junto al pasillo.

Desde mi posición podía ver perfectamente a los alrededor de ochenta directivos que ocupaban los otros asientos. Los hombres vestían blazers azules o trajes oscuros, y las mujeres elegantes pantalones o discretos vestidos, también oscuros.

Sin embargo, el vestuario conservador y las típicas sonrisas de New Burg (incluso Megan la había estampado en su rostro) no podían disimular el hecho de que la sala bullía de emoción. La gente se abrazaba. Algunos reprimían las lágrimas. Todo el mundo hablaba, muy excitado. Solo hay una forma de describirlo: aquella multitud estaba esperando al Mesías.

Finalmente, una mujer se dirigió hacia la parte delantera de la sala, situándose delante de un retrato en azul de la reina Isabel II de Andy Warhol. El público guardó un silencio sepulcral. La mujer se volvió hacia los asistentes, mostrando su sonrisa de New Burg. La reconocí enseguida: era la misma que había presentado la desastrosa conferencia del doctor David Werner. Al parecer, era la anfitriona oficial de todos los eventos que la Tienda celebraba fuera de su sede.

No pude evitar hablar con la desconocida que tenía al lado.

−El vestido que lleva esa mujer es de Isabel Toledo −le dije.

−Ah, magnífico −dijo, y luego se separó varios centímetros de mí.

La mujer que había ocupado el escenario dijo:

−Debo decir que comparto vuestra euforia y vuestra expectación por esta rara oportunidad de conocer y saludar al fundador y a la conciencia de la Tienda, el señor Thomas P. Owens.

Los aplausos fueron calurosos y entusiastas.

−Así pues, podéis imaginaros cuál ha sido mi desilusión al enterarme hace tan solo unos minutos de que el señor Owens no podrá estar con nosotros esta tarde.

La gente expresó sus quejas con gritos de «¿Cómo?», «¿Por qué?», «¿Qué ha ocurrido?».

−El señor Owens os hace llegar sus más sinceras disculpas y sus mejores deseos de que la convención sea fructífera y estimulante. Tomaos algo en las barras que hemos instalado y no os perdáis el puesto de tortillas y crepes y el de blinis y caviar.

La presentadora desapareció en medio de varios grupos de gente que se habían apiñado en la sala. Las sonrisas de New Burg se habían esfumado casi por completo. Algunos se consolaban mutuamente. Otros bajaban la cabeza. Vi a varias personas secándose los ojos. ¿Era eso lo que ocurría cuando estás esperando al Mesías y te deja plantado?

Casi no podía creer lo que estaba viendo, pero cuando miré hacia la primera fila realmente no pude creer lo que vi. Megan y Sam.

¿Qué demonios estaba ocurriendo? Megan estaba llorando, y Sam la había rodeado con sus brazos. Aparentemente, estaba tratando de consolarla.

Seguro.