Martes, 3

Gracias a Ripper, que la mantuvo ocupada, Amanda logró salir del estado de terror en que la sumió la certeza de que El Lobo tenía a su madre. Ningún argumento de su padre logró convencerla de que la ausencia de Indiana no estaba relacionada con los crímenes anteriores, en realidad él tampoco creía en los razonamientos con que intentaba tranquilizar a su hija. El símbolo del lobo era la única conexión que tenían entre Indiana y el asesino, pero era demasiado clara como para ignorarla. ¿Por qué Indiana? ¿Por qué Alan Keller? El inspector jefe presentía que de nada le servirían los conocimientos o la experiencia acumulados en sus años de carrera y rogaba que no fuera a fallarle el olfato de policía del que tanto se jactaba.

Como Amanda seguía con ataques de pánico, Blake Jackson llamó al colegio para explicarle a la hermana Cecile el drama de su familia y que su nieta no estaba en condiciones de volver a clases. La religiosa autorizó a la niña para ausentarse por el tiempo necesario, dijo que junto a las otras hermanas rezaría por Indiana y pidió que la mantuvieran informada. Blake tampoco fue a trabajar, dedicado por entero a cuidar a su nieta y participar en el juego, que había dejado de ser una diversión para convertirse en una espeluznante realidad. Los miembros de Ripper se enfrentaban a la «madre de todos los juegos», como apodaron a la búsqueda desesperada de Indiana Jackson.

Bob Martín concluyó que el asesino era un psicópata de excepcional inteligencia, metódico e implacable, uno de los criminales más complejos y diabólicos de que tuviera noticia. Sostenía que su trabajo rutinario era fácil, porque contaba con una red de soplones que lo mantenía informado del hampa, y porque la mayoría de los delincuentes comunes tiene ficha, son reincidentes, viciosos, adictos, alcohólicos, o simplemente estúpidos, porque dejan un reguero de pistas, tropiezan con su propia sombra, se traicionan y delatan unos a otros y al final caen por su propio peso; el problema eran los malhechores de alto vuelo, los que causan daño catastrófico sin ensuciarse las manos, escapan a la justicia y mueren de viejos en sus camas. Pero en sus años de servicio nunca le había tocado nadie como El Lobo, no sabía en qué categoría ponerlo, qué lo motivaba, cómo escogía sus víctimas y planeaba cada crimen. Sentía como si un puño le apretara en el estómago, creía que El Lobo estaba muy cerca, que era un enemigo personal. La muerte de Alan Keller había sido una advertencia y la desaparición de Indiana una afrenta dirigida a él; la espantosa posibilidad de que se ensañara con Amanda lo empapaba de sudor helado.

Desde la desaparición de Indiana el inspector jefe no había vuelto a su apartamento, comía en la cafetería o lo que le traía Petra, dormía en un sillón y se duchaba en el gimnasio del Departamento. El lunes Petra tuvo que ir a buscarle ropa limpia y llevar la usada a la lavandería. Ella tampoco se dio descanso, porque nunca lo había visto obsesionado hasta el punto de descuidar su apariencia y eso la preocupaba. Martín mantenía su físico de jugador de fútbol en las máquinas del gimnasio, olía a una colonia que costaba doscientos dólares, pagaba demasiado por el corte de pelo, se mandaba hacer las camisas a medida con lino egipcio, sus trajes y zapatos eran exclusivos. Si Bob Martín se lo proponía, lo que ocurría a cada rato, cualquier mujer se le rendía, menos ella, por supuesto. El martes muy temprano, cuando Petra llegó a la oficina y vio a su jefe, soltó una palabrota de alarma: el bigote, cultivado con prolijidad durante una década, había desaparecido.

—No tengo tiempo para ocuparme de pelos en la cara —masculló el inspector.

—Me gusta, jefe. Se ve más humano. El bigote le daba un parecido a Sadam Hussein. Veremos qué opina Ayani.

—¡Qué le va a importar a ella!

—Bueno, me imagino que debe de ser diferente con el cosquilleo del bigote… ya sabe lo que quiero decir.

—No, Petra. No tengo idea de lo que quieres decir. Mi relación con la señora Ashton se limita a la investigación de la muerte de su marido.

—Si es así, lo felicito, jefe. No le convenía estar enredado con una sospechosa.

—Sabes muy bien que ya no es sospechosa. La muerte de Richard Ashton está ligada a los otros casos, las semejanzas entre los crímenes son evidentes. Ayani no es una asesina en serie.

—¿Cómo lo sabe?

—¡Jesús, Petra!

—Bueno, no se enoje. ¿Puedo preguntarle por qué rompieron?

—No puedes, pero te voy a contestar. Nunca estuvimos juntos de la manera que tú crees. Y aquí termina este absurdo interrogatorio, ¿estamos?

—Sí, jefe. Una sola pregunta más. ¿Por qué no le resultó con Ayani? Simple curiosidad.

—Está traumatizada física y emocionalmente, tiene impedimentos para… para el amor. El día que vino Elsa Domínguez a hablar de las peleas de perros y tú me llamaste, yo estaba con Ayani. Habíamos cenado en su casa, pero después, en vez de tener un momento romántico, como yo esperaba, me mostró un largo documental sobre mutilación genital y me contó las complicaciones que ha sufrido por eso, incluso dos operaciones. Con Richard Ashton no mantenía relaciones íntimas, eso lo tenían estipulado en el contrato matrimonial. Ayani se casó para disponer de seguridad económica y él para lucirla como un objeto de lujo y provocar envidia.

—Pero seguramente en la convivencia Ashton no respetó las condiciones del contrato y por eso peleaban tanto —dedujo Petra.

—Eso creo, aunque ella no me lo dijo. Ahora entiendo el papel de Galang; es el único hombre que tiene acceso a la intimidad de Ayani.

—Se lo dije, jefe. ¿Quiere café? Veo que de nuevo ha pasado la noche aquí. Tiene ojeras de mapache. Vaya a descansar a su casa y si hay noticias le aviso de inmediato.

—No quiero café, gracias. He estado pensando en que el autor de los cinco crímenes cometidos en San Francisco no es el mismo que mató a Keller en Napa. Es sólo una corazonada, pero puede ser que Ryan Miller matara a Alan Keller por celos y copiara el método del Lobo para despistar. Amanda le puede haber contado los detalles que no han sido publicados. Mi hija está metida hasta el cuello en este asunto y le tiene simpatía a Miller, vaya a saber uno por qué, debe de ser por el perro ese.

—Si Amanda se comunicara con Miller ya nos habríamos enterado.

—¿Estás segura? Esa chiquilla es capaz de burlarse de todos nosotros.

—Dudo de que Miller despachara a Alan Keller de una forma tan poco característica de un soldado y que dejara la escena sembrada de pruebas en su contra. Es un hombre inteligente, entrenado para el sigilo y el secreto, con sangre fría para las misiones más difíciles de la guerra. No se incriminaría de esa manera tan burda.

—Eso opina Amanda —admitió el policía.

—Si no fueron El Lobo ni Miller, ¿quién mató a Keller?

—No lo sé, Petra. Tampoco sé quién es responsable de la desaparición de Indiana. Miller sigue siendo el sospechoso más obvio. Puse a Samuel Hamilton a averiguar algo que me sugirió Amanda: Staton, los Constante, Ashton y Rosen trabajaban con niños. Esa pista nos puede conducir al Lobo.

—¿Por qué recurrió a Hamilton? —le preguntó Petra.

—Porque puede investigar sin utilizar los servicios del Departamento, que están copados, y porque tiene experiencia. Ese hombre me inspira confianza.

***

Los jugadores de Ripper, incluida Jezabel, habían abandonado sus rutinas y actividades normales para dedicarse de lleno a estudiar los casos, cada uno con sus habilidades particulares. Se mantenían en contacto permanente con los móviles y se juntaban en videoconferencia apenas descubrían una nueva pista, a menudo en mitad de la noche. Ante la urgencia de esa tarea, Abatha empezó a comer para que no le faltara energía y sir Edmond Paddington se atrevió a salir de su pieza, donde llevaba años encerrado, para hablar en persona con un viejo policía irlandés de New Jersey, ya retirado, experto en asesinos en serie. Entretanto, Esmeralda y Sherlock Holmes, uno en Auckland, Nueva Zelanda, y el otro en Reno, Nevada, analizaban la información disponible una vez más, partiendo de cero. Y fue Abatha quien encontró la llave para abrir la caja de Pandora.

—Tal como nos explicó Sherlock Holmes en un juego anterior, todos los cuerpos, menos el de Rachel Rosen, que fue encontrado tres días después de su muerte, presentaban rígor mortis, eso permite calcular la hora del crimen. Sabemos con certeza que cinco víctimas murieron alrededor de la medianoche y podemos asumir que lo mismo ocurrió con la Rosen —dijo Jezabel, en representación de Miller y Alarcón.

—¿De qué nos sirve eso? —preguntó Esmeralda.

—Significa que el asesino sólo actúa de noche.

—Puede que trabaje de día —dijo Sherlock Holmes.

—Es por la luna —intervino Abatha.

—¿Cómo por la luna? —preguntó Esmeralda.

—La luna es misteriosa, indica los movimientos del viaje del alma de una reencarnación a otra, representa lo femenino, fertilidad, imaginación y las cavernas oscuras del inconsciente. La luna afecta la menstruación y las mareas —explicó la psíquica.

—Córtala, Abatha, vamos al grano —la interrumpió sir Edmond Paddington.

—El Lobo ataca con la luna llena —concluyó Abatha.

—Explícate, Abatha, estás divagando.

—¿Puedo hablar? —preguntó Kabel.

—Esbirro, te ordeno que de ahora en adelante hables cuando tengas algo que decir, no necesitas pedir permiso —dijo la maestra del juego, impaciente.

—Gracias, maestra. ¿Se han fijado que hay un asesinato por mes? Tal vez Abatha tiene razón —sugirió el esbirro.

—Todos los crímenes ocurrieron en luna llena —dijo Abatha con más firmeza de lo habitual, porque había comido media rosquilla.

—¿Estás segura? —preguntó Esmeralda.

—Veamos. Aquí tengo los calendarios de 2011 y 2012 —intervino Jezabel.

—El Lobo cometió los asesinatos el 11 de octubre y 10 de noviembre del año pasado, 9 de enero, 7 de febrero y 8 de marzo de este año —dijo Sherlock Holmes.

—¡Luna llena! ¡En todos los casos era noche de luna llena! —exclamó Jezabel.

—¿Creen que estamos frente a un ser mitad humano y mitad bestia que se transforma en las noches de luna llena? —sugirió Esmeralda, entusiasmada ante esa posibilidad.

—Mi abuelo y yo estudiamos a los licántropos cuando nos aburrimos de los vampiros, ¿te acuerdas, Kabel? —dijo Amanda.

—El hombre lobo es el más inteligente y agresivo de los licántropos —recitó el abuelo—. Tiene tres formas de licantropía: humana, híbrida y lobo. No es sociable, vive solo, actúa de noche. En su forma híbrida o de lobo es carnívoro y muy salvaje, pero en su forma humana no se distingue de otras personas.

—Eso es fantasía y ya no estamos jugando, esto es real —les recordó el coronel Paddington.

—En el hospital donde me internaron el año pasado había un tipo que se convertía en el hombre araña. Lo tenían amarrado para impedirle salir volando por la ventana. Nuestro asesino se cree el hombre lobo —insistió Abatha.

—Quieres decir que está loco —dijo Amanda.

—¿Loco? No sé. También dicen que yo estoy loca —replicó Abatha.

Se produjo un silencio largo mientras los jugadores digerían esa información, que fue interrumpido por una de las típicas preguntas de Esmeralda.

—¿Qué pasó en la luna llena de diciembre?

***

El inspector jefe tuvo un momento de pánico cuando Amanda lo llamó a las cinco de la madrugada con el cuento del hombre lobo y la luna llena; su hija era mucho más extraña de lo que todos suponían y había llegado el momento de recurrir a un psiquiatra clínico. Sin embargo, al comparar momentos más tarde las fechas de los crímenes con las fases de la luna, que ella le explicó a borbotones, aceptó revisar los hechos policiales del 10 de diciembre del año anterior, noche de luna llena, y del resto de esa semana. El asunto tenía un cariz tan insensato, que no se atrevió a delegarlo en uno de sus detectives que, por lo demás, estaban ocupados con las investigaciones pendientes y con el par de agentes del FBI, que habían alterado el ritmo del Departamento de Homicidios, así que se lo encargó a Petra Horr. Treinta y cinco minutos más tarde la asistente colocó lo solicitado sobre su escritorio.

La noche en cuestión hubo varios fallecimientos por causas no naturales en San Francisco, riñas, accidentes, suicidio y sobredosis; en fin, las desgracias rutinarias, pero sólo un caso mereció la atención del inspector y su asistente, un accidente ocurrido en el único terreno de camping de la ciudad, en Rob Hill, y descrito en el escueto lenguaje de los informes policiales. El 11 de diciembre por la mañana, las pocas personas que acampaban en el Rob Hill Camp Ground se quejaron al administrador de que había olor a gas cerca de uno de los tráileres. Como nadie respondió cuando tocaron a la puerta, el administrador procedió a forzar la entrada y encontraron los cuerpos de una pareja de turistas, Sharon y Joe Farkas, provenientes de Santa Bárbara, California, asfixiados con monóxido de carbono. No se realizaron autopsias, ya que la causa de la muerte parecía obvia: un accidente producido porque la pareja estaba ebria y no se fijó en un escape de gas butano de la cocinilla. Había una botella de ginebra medio vacía en el tráiler. La policía localizó a un hermano de Joe Farkas en Eureka, el cual se presentó dos días más tarde a identificar los cuerpos. El hombre quiso llevarse el tráiler, pero éste fue confiscado por la policía hasta que se cerraran los expedientes del caso.

Bob Martín asignó a un detective la tarea de buscar al hermano de Joe y hablar con la policía de Santa Bárbara para averiguar sobre las víctimas, y le ordenó a su equipo de investigadores forenses peinar el tráiler de los Farkas en busca de cualquier cosa que pudiera ser útil. Enseguida llamó a su hija para agradecerle la pista que le había dado e informarla sobre la pareja fallecida en la luna llena de diciembre.

—Es otra ejecución, como las anteriores, papá. El tráiler fue la cámara de gas de los Farkas.

—Alan Keller fue envenenado.

—También es una forma de ejecución. Acuérdate de Sócrates.

—¿De quién?

—Un griego que ya está muerto hace tiempo. Le obligaron a beber cicuta. También los nazis ejecutaron con cianuro a varios generales que cayeron en desgracia. Pero nada de esto nos ayuda a encontrar a mi mamá.

—El secuestro es un crimen federal. Toda la policía del país está buscándola, Amanda. Enciende la televisión y verás la fotografía de Indiana en todos los canales —le dijo el inspector.

—Ya la vi, papá. Varias personas han llamado para darnos condolencias y Elsa vino a quedarse con nosotros hasta que aparezca mi mamá. ¿Interrogaste a sus pacientes?

—Por supuesto, es de rutina, pero nadie sabe nada. Ninguno cae en la categoría de sospechoso. Contéstame con toda franqueza, hija. ¿Crees que Indiana se fue con Ryan Miller? Los dos han desaparecido.

—¡La tiene El Lobo! ¿Cómo no lo entiendes?

—Ésa es sólo una teoría, pero la estoy considerando muy seriamente.

—Faltan tres días para la luna llena, papá. El Lobo atacará de nuevo —dijo la niña y un sollozo le cortó la voz.

Bob Martín prometió mantenerla al tanto de cada paso de la investigación. Cuando ella le respondió que buscaría a su madre por su cuenta, él imaginó que se refería al juego de Ripper y sintió una vaga sensación de alivio, como si el cielo le hubiera enviado ayuda mágica. Empezaba a tomar en serio a esos niños.