No es una
queja
76
En los últimos meses de los preparativos de Martí para la nueva guerra de independencia, en diciembre de 1894, el Delegado había citado a Mayía Rodríguez, Enrique Collazo, Loynaz del Castillo y a su discípulo Gonzalo de Quesada, para una entrevista. El Maestro, agobiado de trabajo, llegó tarde. Después de saludar afectuosamente a sus compatriotas y de sacudirse la nieve de la ropa, al sentarse lanzó un suspiro, lo que al parecer disgustó a Mayía:
—Usted no debe suspirar, Martí. Yo no suspiré, ni lancé ninguna queja, cuando en la guerra pasada me dieron un balazo en esta rodilla que me destrozó la pierna.
A lo que respondió Martí:
—Mi suspiro no es una queja, ni una debilidad. Mi suspiro es una esperanza. En la península yucateca, en esa tierra dura y brava, hay unos huecos, profundísimos como abismos, llamados cenotes, donde se sacrificaban seres humanos durante siglos para aplacar la furia de los dioses, y donde se arrojaban innumerables ofrendas de oro y pedrería. Los indios de aquellos lugares sostienen que de lo más hondo, bajo las raíces de los árboles, de la entraña misma de la tierra, suele escapar un angustioso suspiro... Mi suspiro es el suspiro del cenote.