“El utopista y la
utopía”
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Una brumosa tarde neoyorquina de noviembre, hablaban largamente Martí y el autonomista Nicolás Heredia sobre los problemas de Cuba.
Combatía Martí, con múltiples argumentos y acento convencido, las afirmaciones de Heredia, quien sostenía que en la Isla no existía ambiente para una revolución.
—Recuerde usted lo que le digo —anunció Martí—. Va haber más hombres que fusiles, más brazos que machetes. Esta guerra no será la guerra de un partido, sino la resultante necesaria de todos los errores que allí se han cometido. Los convencidos, los valientes, serán los que la inicien, después los seguirán los recelosos y apocados, los pseudoindiferentes, los incrédulos, esos autonomistas que usted juzga decaídos, algunos de esos integristas que tanto vociferan y muchos peninsulares que al fin y al cabo olvidarán su procedencia por salvar sus intereses, que entre su patria y sus familias, optarán por sus familias. El hijo arrastrará al padre —y continuó Martí—: Yo soy un emigrado, estoy lejos de mi patria, y he oído claramente, tal vez mejor que ustedes, los latidos de la opinión de mi país. Por un cubano escéptico hallo cien decididos a arrostrar todas las penalidades, ¡Ah!, mi labor más difícil y penosa consiste en ahogar intentonas prematuras, no en conquistar adeptos, que hay bastantes. El combustible está hacinado: la mecha arde en mis manos. Desde Oriente a Vuelta Abajo no tiene el español una pulgada de terreno en que asentar su planta sin peligro.