Martí y él
anarquista
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Al visitar Martí, por primera vez, en Nueva York, junto con Alberto Plochet, un establecimiento de baños rusos, se entabló una animada discusión con un bañero anarquista, de origen ruso, que por ser un consumado políglota, sostuvo el debate en español.
Cuando el bañero atendía a Martí, vio la marca que el anillo del grillete del presidio político había dejado en la pierna del cubano y exclamó:
—¡Marcado, marcado, y todavía le sobra fe y entusiasmo a este santo varón para ensalzar la santidad del lugar en que se meció su cuna!
Yo también estoy marcado, pero en ambas piernas; me condecoraron en Siberia; son agasajos de la tiranía, premio del martirio. ¡Ojalá que Cuba redimida no grabe huellas peores en su corazón!
Martí, molesto por las últimas palabras, le contestó:
—¿Y acaso el apostolado es una mercancía que se factura; ni no merece ingratitud aquel que pone precio al sacrificio y hace del martirio industria o profesión?