Censura
justificada
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Viviendo Martí en Nueva York, en la casa de huéspedes de Carmen Miyares de Mantilla, le llamó la atención una vecina que todas las mañanas salía a la puerta con la cabeza llena de rizos recogidos en papelillos y una bata muy fea a despedir al marido cuando éste iba para el trabajo.
—¡Vean qué mujer —decía Martí con disgusto—, que se compone y sale embellecida para lucirles a los extraños durante el día, y que, sin embargo, al marido sólo le ofrece fealdades de noche!