¡Pobrecitos!
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Caminando un día por las calles de la ciudad de México con don Manuel Mercado, Martí se detuvo, silencioso, para contemplar a dos pobres indios. Cargaba el hombre sobre las espaldas un gran huacal, abarrotado de cazuelas de barro y viandas; la mujer llevaba, también sobre las espaldas, a una criatura dormida y resguardada por el típico rebozo mexicano. Con paso lento venían descalzos desde lejos a vender sus mercancías en la capital.
Adolorido, Martí los siguió largamente con la mirada, y enmudeció compasivo. Luego exclamó:
—¡Pobrecitos!
Convencido de que mientras no se echara a andar al indio, la América no sería libre.