28

TRAS la tensa discusión, Alex despachó a todos excepto a Jack, con quien de nuevo se quedó a solas en el camarote.

—¿Estamos juntos en esto? —preguntó muy serio el capitán a su segundo—. Necesito saber si estás al cien por cien conmigo, Jack. Nos va el pellejo.

—Sabes que sí —murmuró.

—Joaquín...

—Carallo, sí —replicó, malhumorado—. Claro que sí. Y como vuelvas a preguntármelo me vas a cabrear.

—De acuerdo, de acuerdo... —admitió, levantando las manos apaciguador—. Solo quería estar seguro.

—Pues ya lo estás —replicó, zanjando el tema—. ¿Cuándo y dónde será la entrega?

—Mañana a las ocho de la tarde, en la suite presidencial del hotel El Minzah. Pero antes necesito que hagas otra cosa.

—Tú dirás —rezongó, cruzándose de brazos.

—Quiero que te escabullas hasta el muelle sin que nadie te vea, luego subas a un taxi y te presentes en el consulado británico de Tánger, donde entregarás a la atención del cónsul el documento que ha encontrado Elsa —dijo al tiempo que lo ponía en su mano—. Luego regresarás al barco evitando que te sigan. ¿Alguna pregunta?

El gallego echó una mirada de reojo a Alex, evaluando largamente si su capitán le estaba tomando el pelo o sufría de un trastorno de doble personalidad.

Al final, sin llegar a decidirse por ninguna de las opciones, solo alcanzó a preguntar:

—¿Qué?

—Ya me has oído, Jack. Quiero que alertes a los ingleses del posible ataque alemán a Portsmouth. Pero eso sí —le advirtió con el dedo—: ni una palabra sobre la máquina Enigma o sobre cómo hemos conseguido este documento. Limítate a entregárselo y advertirles que es de suma importancia, nada más.

—Pero... —balbució, señalando a su espalda con el pulgar—. ¿Por qué antes has...?

—¿Te preguntas por qué he montado el numerito? Demonios, Jack, piensa un poco. Vamos a cabrear a mucha gente, gente con muy mal perder, dicho sea de paso. Cuantos menos sepan lo que vamos a hacer, mucho mejor. No quiero arriesgarme a que alguien se vaya de la lengua sin querer. Además, no olvides que estaban presentes nuestros dos pasajeros alemanes a los que conocemos desde hace poco más de una semana.

—¿Acaso crees que nos traicionarían?

—No, en realidad no lo creo. Pero como ya te he dicho, prefiero no arriesgarme. —Apoyó la mano en su hombro—. ¿Harás lo que te pido? Tendrás que ser rápido y discreto, porque te necesito aquí en un par de horas para empezar con las reparaciones.

—Claro. Estaré de vuelta antes de que nadie note que me he marchado, pero... aclárame una cosa. ¿La máquina Enigma sí que se la vamos a vender a March?

—¡Por supuesto! Cumpliremos nuestro contrato, y le entregaremos la máquina y el resto de la documentación que sacamos del Phobos a cambio de ese millón de dólares. ¡Que quiera fastidiarle la fiesta a los nazis no significa que me haya vuelto imbécil! —enfatizó—. Lo que dije antes iba en serio: somos contrabandistas y trabajamos por dinero. Los escrúpulos no tienen cabida en este negocio, y si los aliados quieren la Enigma que se la compren a Joan March, ese ya no será problema nuestro.

—Comprendo —murmuró Jack, con un tono que parecía contradecir sus palabras—. Y volviendo al tema del encuentro con March en El Minzah, ¿iremos tú y yo solos?

—Tú no vendrás.

—¿Perdón?

—Será Marovic quien me acompañe.

El cocinero guardó silencio, esforzándose por encontrarle un sentido a aquella decisión.

—En caso de que haya problemas, prefiero que seas tú quien me cubra —aclaró Alex, adelantándose a la pregunta—. Ya viste lo que pasó hace unos días en el cafetín y, sinceramente, preferiría no repetir la experiencia. Contigo vigilándome las espaldas me sentiré más seguro.

—Sigues sin fiarte de March —dedujo el gallego.

—Ni un pelo.

—Ya veo... —asintió, dando un pequeño sorbo al café—. Entonces, ¿cuál es el plan?

—Como ya te he dicho, Marco vendrá conmigo al encuentro con March, y he pensado que Julie se haga pasar por clienta del hotel y esté remoloneando por la recepción, atenta a cualquier movimiento sospechoso a la espera de que yo llegue.

—¿Julie? ¿Estás seguro?

—¿Se te ocurre alguien mejor? March y sus hombres no la conocen, y nadie prestará atención a una joven francesa haciendo tiempo en el vestíbulo de un hotel elegante.

—De acuerdo —concedió Jack—. Pero ¿qué hago yo entonces?

—Tú esperarás con César, oculto en algún lugar cercano y con toda la artillería que tengamos, por si la cosa se pone fea. Será Julie quien te confirme que todo va bien o dé la voz de alarma si llega el caso.

—Si llega el caso... —rumió el cocinero las últimas palabras.

—Es lo que hay.

—Ya veo. En fin... —chasqueó la lengua, poniéndose en pie y encaminándose hacia la puerta— voy a ponerme de acuerdo con la parejita, y en diez minutos saldré hacia el consulado.

—Muy bien. —Y recordando algo en el último momento, añadió—: Ah, antes de que te vayas, dime, ¿en qué estado está el barco?

—De momento seguimos a flote, lo cual no es poco. Pero nos han dado una buena paliza y hay pocas cosas que hayan sobrevivido intactas. La radio, por ejemplo —añadió— es ahora un montón de astillas y cables sueltos.

—¿Reparable?

Jack negó con la cabeza.

—Se la daré a Helmut para que le eche un vistazo. Pero lo más seguro es que tengamos que comprar una nueva, y también una antena —afirmó—. Hasta entonces, estamos sin radio.

—Entiendo... ¿Algo más?

—Mil cosas más —bufó—. César está tapando como puede los agujeros que se encuentran más cerca de la línea de flotación, pero me temo que en los camarotes vamos a pasar bastante frío, y necesitaremos como mínimo un par de días para que el puente de mando vuelva a tener techo y paredes.

—Está bien. En cuanto regreses, coge a Marco y ve a echar una mano a César, que yo voy a ver qué se puede salvar aún del puente.

—De acuerdo.

Pero cuando el grueso primer oficial estaba a punto de salir del camarote, se volvió una última vez hacia su capitán.

—Alex.

—¿Qué?

—Esperemos que a March no le dé por jodernos —dijo con voz preocupada—. Porque de ser así, poca cosa podré hacer para salvarte el cuello —agregó, como si su capitán pudiera arrojarle alguna luz al respecto.

Riley, en cambio, se limitó a mirarlo y encogerse de hombros con estoicismo.

«Qué se le va a hacer», decía el gesto. «Así es este negocio».