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La tierra
En la tierra de mi habitación, amor mío, he plantado varitas de nardo, más de mil varitas de nardo, para que se beban el aire, amor mío, todo el aire que sobra.
Tengo la habitación llena de tierra, amor mío, el cuerpo lleno de tierra, los ojos, y la boca, y los senos inútilmente llenos de tierra, amor, de una pegajosa tierra de color blanquecino que me va sepultando, que me va envenenando el paladar.
Tampoco he dormido esta noche, amor mío, viendo cómo crecía la tierra, plantando varitas de nardo en cada nuevo puñado de tierra que aparecía, en cada nuevo puñado de tierra que caía del espejo. (Las primeras varitas de nardo que planté, amor mío, fueron perdiéndose bajo la tierra que brotó después. Pero a mí me ilusiona pensar que esta tierra que avanza con crueldad, amor mío, va lastrada de varitas de nardo muertas como niños.)
En mi habitación hay demasiada tierra, amor mío. A mí me gustaría saberte enterrado en mi habitación, debajo del lavabo, entre los nardos. Por las mañanas, sin que nadie me viera, te desenterraría cuidadosamente, amor mío, para que respirases.
Y cuando ya la tierra llenase toda la habitación, nos moriríamos los dos, amor mío, abrazados definitivamente.
Sería un gracioso final, amor mío, un final ejemplar y que mis mejores amigas (que siguen sin venir a verme), envidiarían con los más secretos ímpetus de sus corazones.