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El museo de las figuras de cera
Echo mucho de menos en nuestra ciudad, Eliacim, un museo de figuras de cera, un museo bien instalado, con calefacción y luz indirecta, en el que pudiésemos ver, en su propio ambiente, a Nerón, a Torquemada, a Marat, a Jack, a Landrú, al moderno doctor Pétiot, a todos los grandes sanguinarios de la humanidad.
Los museos de figuras de cera, Eliacim, son altamente educativos para la juventud y para la clase dirigente y su instalación debería, a mi juicio, ser fomentada por los poderes públicos.
A falta de taxidermia, hijo mío, que pudiera representarnos los personajes más a lo vivo, bien está la cera que, por lo menos, es capaz de representarnos los personajes más a lo muerto.
Paseando por entre las vitrinas, grandes como alcobas, del museo de figuras de cera, Eliacim, creo que me sentiría feliz pudiendo abarcar con mi mirada y de un solo golpe de vista, todos los espectros que atemorizaron a las gentes de su tiempo, todas las negras sombras que hoy se muestran, como pajaritos disecados, a nuestra más honesta voracidad.
Lamento no haberte hablado nunca, cuando pude hacerlo con más inmediata eficacia, de mi afición a los museos de figuras de cera, a las cárceles, a los balnearios, donde encerramos unas barbas de cera y unos ojos de vidrio a los que bautizamos con arreglo a nuestras preferencias.
Lo hubiéramos pasado muy bien, tú y yo, Eliacim, visitando a nuestros amigos los más grandes sanguinarios de la humanidad y sacándoles la lengua con las espaldas bien guardadas por el reglamento. ¿No crees?