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Gran espectáculo
Como se había anunciado con todos los honores, Eliacim, tú te pusiste tu smocking y te dirigiste al teatro, todo presuroso, lleno de ilusión.
El teatro, hijo mío, estaba aquella noche animado como nunca. Miss Fiore conseguía lo que ya muy pocas mujeres podían conseguir, que los hombres le regalasen costosos ramos de flores incluso después de haber tomado ya todas las precauciones para desaparecer con una bala en la sien.
En la butaca de al lado, Eliacim, casualmente, te correspondió el suicida de la fila 11, aquel joven banquero que no se resignó a esperar, dando un ejemplo de paciencia, a que le llegase su turno, digamos su hora, en el duro corazón de Miss Fiore.
Yo, Eliacim, estuve un día entero tratando de quitarte las manchas de sangre de tu ropa, pero me llenaba el alma de ilusión saber que lo habías pasado bien.
¡Fue un gran espectáculo, un inolvidable espectáculo!, me decías, pensando, quizás, en que tendrías muchos años de vida por delante para recordarlo siempre.