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Las esculturas de los jardines
Más frías aún que los jardines, Eliacim, las esculturas de los jardines, las Venus que se quieren tapar el seno con un dedo, los Cupidos con el carcaj lleno de musgo, los tontilocos Apolos, guardan secretos peligrosos de revelar, secretos en los que todos, ellos los primeros, estamos comprometidos, secretos que nos sacarían los colores a la cara, de conocerse.
Dentro del frío corazón de las esculturas de los jardines, hijo mío, duermen, por el invierno, las ranas indigentes, las ranas sin hogar. Ye lo dijo un radiólogo checo, Eliacim, un verdadero sabio especializado en obtener radiografías de esculturas, hijo mío, el hombre que descubrió que el Pensador, de Rodin, tenía una cavidad en el hilio izquierdo.
Las asustadizas parejas que ensayan hacerse el amor en los jardines, Eliacim, a la sombra de las esculturas de los jardines, tiemblan de sobresalto cuando, en los momentos de silencio, piensan en las ranas letárgicas que pueblan, en actitudes intrauterinas, la matriz de las más relamidas mitologías.
Es algo muy peligroso, hijo mío, algo que pudiera acarrear muy desagradables consecuencias, admitir, aunque no sea más que en teoría, que las esculturas de los jardines pudieran irse de la lengua.
Más frías aún que los jardines, Eliacim, las esculturas de los jardines saben más cosas nuestras de las necesarias. Y lo malo será el día que hablen, el día que se les agote la paciencia.
Es algo que no calculan los arriesgados novios que se prometen en matrimonio a su sombra. ¡Allá ellos!