175
La figurita de marfil
Tú venías gozoso con la figurita de marfil en el bolsillo, Eliacim, sin saber, quizá, que aquella figurita de marfil ya patinada por los años, encerraba el alma de una prostituta china de la dinastía de Sung que había sido muy desgraciada después de haber conocido la felicidad.
Y tú ignorabas, Eliacim, y no fui yo, ciertamente, quien te desveló el misterio, que aquella figurita de marfil que después acabó perdiéndose, guardaba, en el más remoto y sombrío rincón de su conciencia, el recuerdo de varios horrorosos crímenes cometidos por los débiles de cada tiempo, por los asesinos más pálidos y sonrientes de cada tiempo.
Tú venías resplandecedor con la figurita de marfil en el bolsillo, Eliacim, y me pediste que la acariciase, cosa a la que me negué a pesar de tus amenazas. Fue un momento duro para mí, hijo mío, muy duro, un momento que me fatigó de una desusada manera, porque tuve que hacer un gran esfuerzo para decirte que no, Eliacim, que todos tus intentos para obligarme a acariciar la figurita de marfil eran perfectamente inútiles.
Yo sentí un gran alivio, hijo mío, el día que, por más que busqué, no pude encontrar la figurita de marfil. Por fortuna, aunque sólo en este caso, tú ya no estabas conmigo; no quiero ni pensar lo que hubiera sucedido, contigo en la habitación de al lado.
Porque tú, Eliacim, habías puesto tu mejor cariño en aquella figurita de marfil que se acabó perdiendo. Incluso, hijo mío, usabas con ella un cariño más firme y de mejor ley que el que guardabas para tu madre, que ni era de marfil ni encerraba el alma de una remota prostituta china de la dinastía Sung (960-1279), de una remota prostituta china que conoció el florecimiento de las artes.