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La camisa de la felicidad
En un viejo cuento persa, Eliacim, tú lo recordarás, había un hombre, quizá fuera un mendigo, no podría precisártelo, que era muy feliz porque no tenía camisa.
A mí, hijo mío, me sucede exactamente lo contrario. Yo, para ser feliz, necesito llevar encima una prenda determinada, de un color previsto, de una forma propia y conocida, de una cierta y concreta calidad.
(Naturalmente, hijo; tu madre no viene refiriéndose ahora a la camisa, prenda que la mujer hace ya muchos años que tiró por la borda. ¿Podrás tú adivinar, Eliacim, tú, que ya eres un hombre, a qué clase de prenda aludo? Te daré un dato que quizá pueda servirte de orientación: en estos momentos me siento febril, aunque también como descansada.)