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Los inviernos en el invernadero
¿Te imaginas, querido Eliacim, los amorosos, los aburridos inviernos de las cebollas del tulipán en el tibio y húmedo invernadero, en el vicioso invernadero?
A veces pienso, hijo mío, que desearía convertirme en un puñadito de estiércol del invernadero o en esa mimosa araña de largas y peludas patas que cuelga, casi inverosímilmente, de su hilo que brilla con descaro al sol…
Otras veces, en cambio, estoy tentada de destruir el invernadero, de destruirlo desordenadamente para poder solazarme entre sus ruinas, para poder pasearme descalza sobre los vidrios rotos, sobre los ladrillos rotos, sobre las enteras y milagrosas cebollas del tulipán.