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Lo malo vino después
Eras un muchacho atormentado. Ponías al mundo un gesto huraño. Te sentías quizá más complicado de lo necesario. Componías tus versos y tus prosas sin gran acierto, esa es la verdad. Pensabas o, mejor aún, soñabas tus cosas con cierto gusto, con cierto rigor, incluso, y los fragilísimos latidos del pétalo de una flor, o el bronco son de una mariposa de innúmeros colores volando, o la mirada capaz de derribar catedrales de un gorrión_ enamorado, o tu corazón, sobre todas las cosas tu solitario corazón, te parecían como los alfiles y las torres y la dama y los peones del jugador de ajedrez, lógicas piezas de un valor puramente convencional.
Lo malo vino después.