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El tiro con arco
Es más noble, Eliacim, en el sentido de más aristocrático, más inútil, quizás, incluso, más gallardo, el tiro con arco que el tiro con honda. El tiro con honda es más divertido, más de acuerdo con nuestras aficiones, hijo mío, pero ya se sabe que no siempre lo que más nos agrada es lo que debamos, en todo momento, hacer.
La figura del arquero tiene, Eliacim, una rítmica elegancia que no logra la figura del hondero. Los pintores antiguos, cuando querían representar unas bien proporcionadas facciones, un príncipe, un joven cardenal, un capitán victorioso, procuraban siempre copiar, trazo a trazo, los rasgos de un arquero. En cambio, cuando querían fijar en el lienzo una faz plebeya, un conquistador, un santo, un menestral, buscaban su modelo entre la grey de los honderos.
El tiro con arco, Eliacim, educa las voluntades y sosiega los árboles de los nervios. Entre los niños griegos, hijo mío, en tiempos del patriciado, hace ya muchos años pero no a muchas millas de donde tú estás, era costumbre adiestrarse para la política y las altas empresas haciendo las primeras armas con el arco en la mano. Recuerda, Eliacim, que el mundo griego, según los tratadistas, fue un modelo de pausada madurez política.
Nunca conseguí (también es cierto que nunca lo intenté) que llegaras a cobrar, hijo, una verdadera afición al tiro con arco. Y ahora pienso, Eliacim, que me hubiera agradado mucho saberte un consumado arquero y poder decírselo así, como sin darle demasiada importancia, a mis amigas y parientes.