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Un tango de los viejos tiempos
Cuando bailo contigo aquel tango siniestro que empieza Ven a mis brazos otra vez, olvida lo que pasó, me siento una niña. ¡No somos nadie, hijo mío, nadie, absolutamente nadie, Eliacim querido! Con los cabellos plateados… ¡Qué horror!
La boca amarga… ¡Qué horror! La mirada muerta… ¡Qué horror!
Hijo, baila conmigo este tango, llévame bien apretada contra ti, y canturrea por lo bajo esta letra repugnante que me devuelve la juventud y que me llena el pecho de malas intenciones. Obedece a tu madre, hijo: que nadie pueda decir que me desobedeces.