68

Sam Trinity observó a Pitt mientras éste extendía un par de cables eléctricos que salían de dos cajas metálicas instaladas en la parte trasera del vehículo todoterreno. Una de las cajas contenía un monitor y la otra, una amplia ranura por la que salía un rollo de papel como una lengua aplastada.

—Un aparato muy extraño —comentó Trinity—. ¿Cómo lo llamas?

—El nombre completo es unidad electromagnética de medición para exploraciones subsuperficiales —respondió Pitt mientras conectaba los cables a un extraño artefacto con una especie de doble joroba, cuatro ruedas y un manillar para guiarlo—. En dos palabras, se trata de un radar para sondeos subterráneos; el nombre comercial es Geo-radar Uno y los fabrica la Oyó Corporation.

—No sabía que un radar pudiera atravesar la tierra y las rocas.

—Puede proporcionar un buen análisis del suelo hasta diez metros de profundidad, e incluso veinte en condiciones ideales.

—¿Cómo funciona?

—Mientras la sonda se mueve por el terreno, su transmisor envía un pulso electromagnético a la superficie. Las señales que se reflejan son captadas por un receptor y enviadas de allí al procesador de color y al grabador gráfico instalados en el coche. Más o menos, en eso consiste.

—¿Estás seguro de que no quieres que arrastre el transmisor con el coche?

—Sí. Puedo controlarlo mejor si lo empujo con la mano.

—¿Qué estamos buscando?

—Una cavidad.

—Una cueva, quieres decir…

—Sí, algo así —sonrió Pitt, encogiéndose de hombros.

Trinity alzó la vista de la cadena de colinas donde se encontraban y miró hacia la cumbre de Gongora Hill, a unos cuatrocientos metros de distancia.

—¿Por qué buscamos en la ladera de la colina que no es?

—Quiero hacer algunas pruebas con el aparato antes de empezar a sondear la zona que parece el objetivo principal —replicó Pitt sin concretar—. Además existe la ligera posibilidad de que Venator enterrara más objetos en otro lugar. —Efectuó una pausa e hizo un gesto con la mano a Lily, que estaba tomando datos por un teodolito a corta distancia de los dos hombres—. ¡Estamos preparados! —gritó Pitt.

La muchacha agitó la mano también y se acercó con un tablero en el que llevaba sujeta una hoja de papel milimetrado.

—Aquí tienes la cuadrícula de rastreo —dijo, señalando con un lápiz las marcas dibujadas en el papel—. Las estacas que marcan los límites ya están colocadas. Yo caminaré detrás del coche y comprobaré los instrumentos. Cada veinte metros, más o menos, colocaré una bandera de marca para no desviarnos de la línea recta.

Pitt asintió con la cabeza a Trinity.

—¿Preparado, Sam?

Trinity puso en marcha el todoterreno.

—Cuando tú digas.

Pitt puso en funcionamiento el aparato y efectuó unos pequeños ajustes. Después, tomó el manillar de la unidad de rastreo y apuntó al frente.

—Adelante.

Trinity puso la primera marcha y empezó a avanzar lentamente seguido por Pitt, que empujaba el aparato transmisor-receptor a cinco metros del coche.

Una ligera capa de nubes hacía que el sol pareciera un mortecino globo amarillento. Por fortuna, era un día templado y agradable y el grupo recorrió el terreno arriba y abajo, esquivando árboles y matorrales. La mañana dio paso a la tarde mientras la monotonía característica de los rastreos y mediciones hacía que el tiempo se alargara desmesuradamente.

Se saltaron el almuerzo y sólo hicieron algún alto a indicación de Lily para permitirle estudiar los datos y tomar anotaciones.

—¿Buenas noticias? —preguntó Pitt mientras se tomaba un respiro sentado en la parte posterior del todoterreno.

—Estamos cerca de algo que parece interesante —comentó Lily, enfrascada en sus notas—. Aunque podría no ser nada. Lo sabré mejor cuando hayamos cubierto las dos próximas calles.

Trinity pasó a la pareja unas botellas de cerveza mexicana Bohemia que sacó de una nevera portátil que tenía en el coche. Fue en uno de estos breves descansos cuando Pitt advirtió un número creciente de coches aparcados al pie de Gongora Hill. Varias personas se habían dispersado por la ladera armados de detectores de metales. Sam también las vio.

—No han servido de mucho mis carteles de «No Pasar» —gruñó—. Cualquiera pensaría que anuncian bebida gratis.

—¿De dónde han salido? —preguntó Lily—. ¿Cómo se han enterado tan pronto de lo que estamos haciendo?

Trinity escrutó la lejanía por encima de sus gafas de sol.

—La mayor parte es gente del pueblo. Alguien debe de haberse ido de la lengua. Mañana a esta hora, habrán llegado de todos los puntos del país.

Sonó el teléfono del vehículo y Trinity contestó. Acto seguido, pasó el auricular a Pitt por la ventanilla.

—Para ti. El almirante Sandecker.

—Sí, almirante…

—Nos han apuñalado por la espalda, Pitt; nos quedamos fuera de la excavación —le informó Sandecker—. Los consejeros del presidente lo han convencido para que pase la operación al Pentágono.

—Era de esperar, pero yo hubiera preferido al Servicio de Parques. Están mejor equipados para una excavación arqueológica.

—La Casa Blanca quiere entrar en la cámara y sacar los manuscritos para su estudio lo más deprisa posible. Temen una desagradable controversia con otros países que podrían exigir la participación en el descubrimiento.

Pitt golpeó con el puño la capota del coche.

—¡Maldita sea! ¡No pueden bajar ahí y cargarlo todo en camiones como si fuera mercancía de segunda mano! Esos documentos podrían hacerse polvo si no se manejan adecuadamente.

—El presidente ha asumido la responsabilidad del riesgo que se corre.

—El pasado no tiene prioridad sobre la política, ¿no es eso?

—Y no es el único problema —añadió Sandecker—. Algún funcionario de la Casa Blanca ha filtrado toda la historia a una agencia de noticias extranjera. La noticia se está extendiendo como la peste.

—Ya ha empezado a llegar gente hasta aquí.

—No pierden el tiempo…

—¿Qué piensa hacer el gobierno ante el hecho de que la finca es propiedad de Sam?

—Digamos que le van a hacer una propuesta que no podrá rechazar —replicó Sandecker con enfado—. El presidente y sus amigos tienen un gran plan para sacar provecho político de la información contenida en los documentos de la biblioteca.

—¿Mi padre entre ellos? —quiso saber Pitt.

—Me temo que sí.

—¿Quién va a hacerse cargo, exactamente?

—Una compañía de ingenieros del ejército procedente de Fort Hood. Ellos y su equipo están trasladándose en camiones. De un momento a otro llegará un helicóptero con fuerzas de seguridad para cerrar la zona al público.

—¿Podría utilizar su influencia para conseguir que nos permitan quedarnos?

—Déme una buena excusa.

—Aparte de Hiram Yaeger, Lily y yo sabemos más de este asunto que ninguno de los que van a encargarse de la excavación. Dígales que somos fundamentales para el proyecto como consejeros. Utilice las credenciales científicas de Lily para confirmarlo. Diga que estamos realizando una inspección arqueológica en busca de más objetos en superficie. Diga lo que sea, almirante, pero convenza a la Casa Blanca de que nos permita continuar aquí.

—Veré qué puedo hacer —respondió Sandecker, empezando a simpatizar con el asunto aunque no tenía la más remota idea de qué pretendía Pitt—. El único obstáculo será con seguridad Harold Wismer. Si el senador nos presta su apoyo, creo que podré conseguirlo.

—Hágame saber si mi padre se porta como es debido. Se lo tendré en cuenta.

—Me pondré en contacto.

Pitt devolvió el auricular a Trinity y se dirigió a Lily.

—Nos han apartado del caso —informó a ambos—. El ejército se encargará de la excavación. Van a llevarse el contenido en cuanto puedan cargarlo en la caja de un camión.

Lily hizo una mueca de alarma.

—¡Destruirán los documentos! —exclamó—. Después de dieciséis siglos en una cavidad subterránea, los manuscritos de papiro y pergamino deben ser tratados con sumo cuidado, podrían desintegrarse con un brusco cambio de temperatura o al menor contacto.

—Ya me has oído hacerle la misma protesta al almirante —replicó Pitt, impotente. Trinity parecía atenuado.

—Bueeeno… —dijo con voz cansada—, ¿damos por terminada la jornada?

Pitt contempló las estacas que marcaban el limite del terreno que estaban rastreando.

—Todavía no —respondió con voz pausada y llena de determinación—. Terminemos el trabajo. La función debe continuar hasta el final.

El tesoro de Alejandría
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