hablar, luego a Peggy, que se ponía demasiado molesta... y también a Sheakey, quien había hecho una excursión secreta al fondo del pozo y sabía lo que hay allá abajo. Sheakey sabía conocer los minerales, pero, en cambio, tenía la lengua muy suelta y habló demasiado en el hotel de Edith la Calva. Usted solía ir allí con mucha frecuencia, si mis informes son correctos.
—Pero yo no dije nada de lo que había averiguado sobre Sheakey —vociferó Barnand.
—Es lógico, usted sabía ser discreto. Pero no quería competencia y tuvo que eliminar también al imprudente Sheakey. ¿Me equivoco?
—Moodson, por favor, dígame una cosa: ¿Cuándo empezó a sospechar de mí?
—Cuando empezó a dar largas al asunto de los documentos de Bridget, documentos que se perdieron muy oportunamente, en un salto que no existió jamás, sino en su imaginación. Usted sabía que esos documentos se pueden reproducir, pero quería ganar tiempo para ver si yo abandonaba el caso, puesto que me consideraba su único enemigo, y perdone la inmodestia.
—Es muy cierto —convino Barnand—. Su maldita estancia en Buthbury ha echado a perder un magnífico negocio.
—No lo siento en absoluto, Barnand. Por cierto, alguien le dijo que se había encontrado la nota que dirigió a Peggy y que la tenía yo, ¿verdad?
—¿Es cierto?
—También conservo la carta que me envió con una rata muerta. Edith lo hizo por indicación mía. A ella no le gustan los asesinos, Richard. Y a Bridget tampoco le gustan las personas que envenenan a los perros,
—No se ha dejado usted detalle, ¿verdad? —dijo Barnand sarcásticamente.
—El instinto de los animales no suele fallar y «Shank» presentía que usted quería hacer daño a su ama, aunque aparentaba luchar por su causa. Odiaba al perro y lo mató.
—Ella no lo sabrá jamás, Moodson. Tampoco volverá a verle nunca.
Bridget abrió la boca para decir algo, pero el joven se la tapó rápidamente con una mano.
Ella comprendió que no quería que Barnand se enterase de que estaba a su lado e hizo señas de que guardaría silencio. Moodson aflojó la presión de su mano.
—Richard, ¿está ahí? —gritó.
—Sí, estoy preparando la despedida —contestó Barnand—. Ya le dije que había venido prevenido, por si fallaba el truco de la cuerda con la piedra.
—¿Qué es lo que va a hacer usted? —preguntó Moodson.
—La leyenda dice que ese pozo es una tumba sin fondo. Ahora tendrá ocasión de comprobarlo.
Moodson frunció el ceño, muy intrigado por las intenciones de Barnand que no conseguía averiguar. Súbitamente, oyó un ligero siseo y, casi en el acto, vio algo que le puso los pelos de punta.
Un paquete de cartuchos de explosivos descendía de las alturas, atado a una cuerda. La mecha despedía chispas y siseaba fuertemente, ya a muy corta distancia de su objetivo.
Bridget lanzó un grito y Barnand lo oyó.
—¡Bridget! —aulló—. ¿Qué haces ahí abajo?
Moodson saltó hacia adelante. Sabía que le quedaban segundos tan sólo. Alargó ambas