gran frondosidad, pero sus gustos en materia de colores capilares no eran muy afortunados. El joven pensó que aquella exuberante cabellera, en su tono natural, resultaría infinitamente más atractiva. Pero, a fin de cuentas, era asunto de su dueña.

Celebro infinito haberla conocido, Edith se despidió.

Digo lo mismo repuso ella.

Moodson se dispuso a marcharse, pero, en aquel momento, recordó algo.

Oh, dispense, olvidaba pagar... Edith hizo un vivo ademán.

Cortesía de la casa, por su primera visita dijo.

Gracias. Volveremos a vernos, espero.

Sí, seguro.

Moodson salió a la calle y se abrochó el chaquetón, subiéndose el cuello ya que soplaba una brisa bastante fuerte y sumamente desapacible, pero respiró a pleno pulmón aquella atmósfera limpia y saludable, tan distinta de la de Londres. «La estancia en Buthbury le sentaría bien», se dijo.

Cuando llegó a su casa, Zoé le señaló un paquete que había encima de la mesa.

Han traído esto para usted, señor dijo.

Moodson se sintió asombrado al ver la caja, cuyo origen le resultaba totalmente inesperado.

¿Quién la ha enviado, Zoé?

Vino un chico y dijo que era para usted. Le di media corona de propina, si no le parece mal.

Oh, no hay ningún inconveniente. Ya le devolveré el dinero...

Moodson se quitó el chaquetón y se acercó a la mesa. La caja estaba envuelta en papel fuerte y atada con un cordel corriente.

Soltó los nudos, quitó la cuerda y rasgó la envoltura. Dentro había una caja de cartón que había contenido, evidentemente, zapatos.

Levantó la tapa. Inmediatamente, dio un salto hacia atrás. Zoé lanzó una exclamación que casi era un grito:

¡Dios mío, qué asco! ¡Una rata muerta!

Con los labios prietos, Moodson contempló el enorme roedor que yacía inmóvil en el fondo de la caja. Junto al cadáver del animal, había un trozo de papel, que extrajo cuidadosamente con dos dedos.

En el papel había escrito un siniestro mensaje:

Usted también puede acabar como esta rata, si no deja de meter las narices en asuntos que no le importan en absoluto.

Moodson no tuvo tiempo de hacer el menor comentario. Una voz femenina sonó en el umbral:

Perdonen, pero he llamado varias veces y como no me contestaban... Bridget se interrumpió bruscamente para emitir una exclamación de horror y repugnancia.

¡Cielos! ¿Quién envía ratas muertas?

Moodson se volvió hacia la joven y le tendió el papel.

Es un aviso para un entrometido dijo.