CAPITULO IV
Cuando se disponía a salir de paseo, por la mañana del día siguiente, oyó la voz de Zoé en el jardín.
—Te preocupas demasiado por ese bergante, Peggy —decía la señora Hicks—. Eres joven todavía y tienes un magnífico aspecto, sin contar otras cosas también muy atractivas, como tu capitalito. No merece la pena que te preocupes por ese pillo de siete suelas, vago de nacimiento, que sólo pretende vivir a costa tuya y disfrutar de lo bueno, sin querer problemas de otra clase. Olvídalo, es lo mejor que puedes hacer.
—Tendré que tomar una decisión, ciertamente —respondió Peggy—. Pero, de todos modos, me siento inquieta. No es habitual en Jared dejar pasar dos días sin hacerse ver por alguna parte.
—¿Has ido a su... cubil? No digo casa, porque aquello no merece el nombre...
—Sí, he ido, pero todo está en orden. Bueno, él es un poco desordenado, ya sabes..., pero no hay rastros de fuego encendido ni la tetera está preparada...
—Ya aparecerá, no te preocupes. Por cierto, ¿sabes si tenía algún dinero? Peggy enrojeció vivamente.
—El otro día le presté veinte libras. Tenía que comprarse algunas cosas, munición para la escopeta...
Zoé lanzó una burlona carcajada.
—Entonces, no pases pena. Ya sé dónde debe estar ese granuja. Si yo estuviera en tu pellejo, no volvería a mirar a la cara al hombre que me pide veinte libras y luego va a gastárselas en la casa de Edith la Calva.
—Jared no haría una cosa semejante, Zoé —protestó Peggy
—Hija, tu ingenuidad me da pena —suspiró la señora Hicks—, Pero, en fin, si quieres seguir padeciendo por ese sinvergüenza, allá tú. Hay mujeres que «disfrutan» sufriendo y tú eres una de ellas...
Peggy se marchó bruscamente, con vivo taconeo. Moodson apareció en la puerta.
—No es usted muy comprensiva con su amiga —dijo, en tono de reproche.
—Todo lo contrario, señor —contestó Zoé, picada—. Sólo quiero hacerle ver que está cometiendo un enorme error, al dejarse tomar el pelo por un desaprensivo. Peggy cumplirá pronto los cuarenta años y ya es hora de que empiece a conocer a la gente, pienso yo.
—Tal vez, pero sigo opinando que no debió haber sido tan dura con ella. Peggy está muy afligida y debería haberla consolado.
—Es posible, pero yo también pienso que es hora de que abra los ojos de una vez,
¿no cree?
—Sí, desde luego, usted también tiene su parte de razón. Por cierto, ¿quién es la tal Edith la Calva?
Zoé emitió una sonrisa llena de malicia.
—Si quiere saber quién es esa dama, vaya a la casa de tejado rojo que hay al final de la calle South Park. Podrá tomar un trago y ver cosas muy interesantes.
—Creo que entiendo, pero ¿por qué le llaman La Calva? ¿Acaso tiene que usar