recobrado totalmente.
Moodson pensaba todo aquello, mientras contemplaba las ruinas de las instalaciones. La mina estaba escasamente a una milla de Buthbury, en lo alto de una colina. Desde allí, se divisaba un extenso panorama.
Podía ver el mar a lo lejos y la línea irregular de los acantilados, a unas dos millas y media. Se preguntó si era cierta la leyenda del túnel que, desde la mina, permitía la comunicación con el pozo.
Si era así, ¿qué objeto tenían el uno y el otro? El contrabando.
En tal caso, ¿para qué tanto trabajo?
—No le costaría demasiado al primer Dohane —murmuró—, A fin de cuentas, tenía hombres de sobra para manejar los picos.
Lentamente, se acercó a un pozo, cubierto con tablas, para evitar caídas desgraciadas y, durante unos momentos, se sintió tentado de descender, a fin de ver si encontraba la entrada del túnel. Desistió muy pronto; hacía ya más de cuarenta años que nadie trabajaba allí y los trabajos de mantenimiento habían sido nulos.
Cualquier pequeño movimiento podía provocar una catástrofe. No, no sentía el menor interés por descender a un lugar absolutamente inseguro.
Pero ¿no había en alguna parte documentación sobre la mina?
Tendría que preguntarlo. Edith no había despejado sus dudas sobre el particular, ya que ella, aunque sabía muchas cosas, desconocía prácticamente lo relativo a la mina.
Repentinamente, oyó un chasquido.
Miró a todas partes, buscando el origen del ruido. Un segundo después, vio una vagoneta que se deslizaba con fuertes vaivenes sobre unos carriles en pésimo estado. La vagoneta, oxidada, casi parecía más un montón de chatarra, pero estaba cargada con pedruscos de gran tamaño.
Moodson bajó la vista a sus pies. Sin darse cuenta, se había situado en el centro de la vía. Saltó a un lado y la vagoneta pasó junto a él, para dirigirse hacia el pozo, en donde terminaba la vía. Al llegar al final, el vehículo saltó con tremendo impulso fuera de los rieles y se precipitó sobre la tablazón que cubría el pozo.
Se oyó un tremendo crujido, seguido de una serie de ruidos de todas clases. La vagoneta, con su carga, se precipitó en el hueco, hasta estrellarse contra el fondo.
Entonces, ocurrió algo inesperado.
El suelo retembló. Las sacudidas provocadas por la caída de la vagoneta alteraron el precario equilibrio del subsuelo. Las paredes del pozo empezaron a derrumbarse.
Pareció como si se produjera un terremoto. Un enorme castillete se vino abajo con horrible estrépito. Un gran edificio de madera se deshizo en astillas.
Parecía obra de brujería. En pocos momentos, la mayoría de las instalaciones que aún se mantenían en pie, se vinieron abajo, como simples castillos de naipes.
El rumor del derrumbamiento se propagó luego por el subsuelo, a lo lejos, en determinada dirección. Moodson no pudo evitar una mirada hacia el pozo situado junto a los acantilados.
En aquel instante, adquirió la convicción de que había existido un túnel secreto, pero las convulsiones de la tierra habían provocado su derrumbamiento prácticamente toda su