Entonces, ¿por qué no le pagó a la señora Barstow?

Tenía dinero suficiente, pero lo necesitaba para las obras en Seaside Plain. Bridget adelantó un par de pasos.

Acaso quería cerrar de ese modo la tumba donde yacen los restos de su esposa y de Freddy Stockwell dijo en tono acusador.

El rostro de Dohane se puso lívido.

¿Qué..., qué está diciendo?

Bridget pensó que había cometido una imprudencia, al desobedecer las indicaciones de Moodson, pero era ya tarde para rectificar.

Encontramos dos esqueletos que pertenecen, indudablemente, a... En aquel instante, alguien tocó a Dohane en el hombro, por detrás.

—Señor, ¿es usted Félix William Dohane?

El sujeto se volvió. Fuera había tres hombres, uno de ellos de paisano y los otros dos con uniforme azul.

Sí, soy yo, ¿qué pasa?

Lamento tener que decirle, señor, que está arrestado. Se le acusa de homicidio en la persona de su esposa Prunella y de Freddy Stockwell. Puede callar, pero si habla, lo que diga puede ser considerado como prueba contra usted cuando sea juzgado.

Los hombros de Dohane se hundieron. Abrumado, sin pronunciar una sola palabra, se dejó poner las esposas.

El policía sonrió.

Gracias por tu aviso, Tony dijo. Nos has hecho un gran favor.

Celebro haberte ayudado, Sam contestó el joven.

Ya hemos retirado los esqueletos. Mañana terminarán los forenses su tarea. Volveremos a vernos, Tony.

Cuando gustes. A tu disposición, ya sabes.

Moodson se cerró la puerta y se volvió hacia la muchacha.

De modo que habías avisado ya a Scotland Yard dijo ella, estupefacta.

Sí, pero no quería que se divulgase la noticia, compréndelo. Esta misma tarde, han ido unos cuantos policías y han encontrado los esqueletos en la cueva. El resto ya no es cosa nuestra.

Bridget lanzó un hondo suspiro.

¿Debo considerar que me he quedado sin competidor?

Eso lo decidirá el juez, Bridget.

Pero... sin los documentos...

Los encontraremos, ¿no te preocupes?

¿Sabes dónde están?

Moodson sonrió de un modo especial. Pero antes de que pudiera decir nada, se oyeron unos fuertes gritos en la casa contigua.

¡Socorro! ¡Al ladrón, al ladrón! ¡Bandido, deténgase...!

¡Es Zoé! exclamó Bridget, alarmada.

El joven dio media vuelta y se precipitó corriente hacia la puerta. Ella le siguió en el acto.

Zoé estaba en el umbral de la casa, roja de ira, blandiendo un puño en dirección a la